“Tlatelolco” es un nombre náhuatl que significa tlatelli “terraza” o se deriva de xaltiloll que se refiere a “punto arenoso” o “en el lugar del montón de arena”, dice un sitio de búsqueda en la red. Tlatelolco no solo son edificios, explanadas, pasillos y plazas. Tlatelolco es, y siempre ha sido, su gente. Tlatelolco, la ciudad dentro de la gran ciudad, no solo son jardines, locales comerciales, una estación del metro y las torres emblemáticas del Centro Cultural Universitario de la UNAM (ex de la Secretaría de Relaciones Exteriores) ni la torre triangular (ex de Banobras), ambas ubicadas sobre la antigua avenida Nonoalco (hoy Ricardo Flores Magón). No, Tlatelolco no solo es eso.
La Unidad Habitacional es mucho más. Lo digo en ocasión de las interrogantes que surgen. Trataré de explicarme: Después de las conmemoraciones en torno a los trágicos y tristes sucesos de octubre de 1968 y de septiembre de 1985, los amigos y las amigas me preguntan ¿qué se siente vivir en Tlatelolco? La respuesta no se hace esperar: Tlatelolco es más que un minuto de silencio.
Ciertamente hay una energía especial, no lo dudo, que se siente... que se palpa, que se vive en el corazón de cada uno de los habitantes tlatelolcas. Las emociones son difíciles de describir, sin embargo, las expresiones más fuertes y significativas se muestran a través de actitudes positivas. La vida tlatelolca, por lo tanto, es optimista... Es una vida cuyas habitaciones simbolizan flores de esperanza.
Los espacios y las actividades realizadas en ellos por los tlatelolcas, han sido importantes para la edificación de su historia comunitaria: El Jardín de Santiago y su kiosco central; la Feria anual del mes de julio; la Casa Blanca y el gran mural de Siqueiros; el puente rojo de la avenida Guerrero; el jardín de la Pera; las pistas para andar en bici, en avalanchas, en patines o patinetas... Los clubes sociales y deportivos, uno en cada una de las tres secciones de la Unidad. Los hospitales, las tiendas, las tlapalerías, las loncherías, los abarrotes, las tortillerías, las farmacias, las papelerías, los salones de belleza, los consultorios y las panaderías. O los espacios singulares para la recreación y la reconstrucción de la cultura local. Hablo de los teatros, los escenarios abiertos, las áreas al aire libre para practicar deportes... pienso en las áreas verdes con sus árboles originarios, que podrían contar historias de cincuenta y tantos años o más. Donde sus protagonistas, sus personajes, son anónimos y no tanto.
Los “cuadros” (así les decimos a las áreas de juegos infantiles) en Tlatelolco, son áreas de convivencia, son la parte lúdica de las acciones y los gritos de las generaciones infantiles; son sitios de encuentros y desencuentros; de relaciones amistosas o de rupturas pasajeras. Dinámica que se repite en las escuelas locales, en la parroquia de Santiago Apóstol y su convento, en los restaurantes, o en las zonas donde confluyen los vecinos cotidianamente, como en las reuniones de residentes, en las fiestas por cualquier motivo o en los actos cívicos.
Tlatelolco es salir a correr o a caminar; sacar al perro a pasear, cuidar a las demás mascotas que habitan en el barrio... Acudir a las juntas de la escuela; colaborar con los vecinos en las juntas vecinales; apoyar a los enfermos; ayudar a los inválidos que no lo solicitan; es una banca del parque para sentarse a leer; reunirse con los cuates del “cuadro” para cotorrear; una cascarita sabatina; es denunciar situaciones de inseguridad antes las autoridades locales; en fin, tratar de vivir y resolver al mismo tiempo y de prisa, como tornado, los complejos problemas que forman parte de la vida cotidiana. Tlatelolco es una colonia significativa y valiosa en la inmensa CDMX.
Zona urbana habitada por más de ochenta mil personas, que no podía estar ajena a los conflictos sociales. No obstante, miles de familias dan continuidad, día a día, a la solidaridad tlatelolca. Ese es el sello, el valor agregado, por fortuna de nuestro vecindario, barrio, colonia, territorio. En eso descansa la vida tlatelolca: en el apoyo incondicional, en la fraternidad... Después de más de cincuenta años de existencia de la Unidad, ese es uno de los valores sociales más preciados. Esa solidaridad vecinal es la que se repone todos los días; es la que se recicla a cada momento, porque se resiste a la tragedia; se opone a la oscuridad, a la derrota y al pesimismo. Contra cualquier prejuicio, el ánimo de unidad entre vecinos mantiene de pie a Tlatelolco. Gente solidaria desde escenas del pasado en la defensa tlatelolca ante el invasor español; solidaridad hace medio siglo con los estudiantes y frente a la represión; fraternidad y hermandad por las víctimas del sismo y a favor de los damnificados.
Edificios, construcciones coloniales y ruinas prehispánicas de un Tlatelolco que no se cae. Ahí están como testigos de la historia vieja y moderna de la gran ciudad. Lugar emblemático de una y mil historias, (y para profesar con el optimismo, de relatos humanos más alegres que tristes...) Zona habitacional que no solo tiene significados políticos, sino trascendencia arquitectónica y social (es una de las unidades habitacionales más grandes en México y de Latinoamérica). Cuauhtémoc, como Tlatelolco, sería un águila que cae, pero que no se quiebra. Tlatelolco significa: Montón de arena solidaria.
El moño negro no forma parte del imaginario social de la vida comunitaria en Tlatelolco. Por eso entre los vecinos la conversación se da en torno a la defensa de la convivencia sana; sobre cómo cuidarnos, unidos, de las olas de violencia y criminalidad que azotan no solo a nuestro barrio, sino a toda la ciudad. De lo que se habla es de la colaboración vecinal; de cómo resolver los problemas de la basura, del mantenimiento de los edificios, del funcionamiento preventivo y de la protección civil (las alarmas sísmicas). Es un lenguaje más cercano a la idea de colaborar mano con mano que divididos.
En el contenido del lenguaje tlatelolca están por delante el bienestar de las familias, la convivencia civilizada entre las personas y la solidaridad: Es un código que consiste en decir, pensar y actuar por los niños, niñas, jóvenes y adultos, con especial atención a los adultos mayores. El Tlatelolco actual, así como del pasado, es y ha sido habitable por eso, porque su gente prefiere la paz. Un lugar para vivir en confianza con sus familias, para convivir con los amigos, recibir a los familiares cercanos. Por eso, además de su gente, por su actitud fraterna Tlatelolco sigue de pie. Águila y Jaguar que se unen y se separan; que no dejan de luchar...
La vida en Tlatelolco sigue. Las enseñanzas del pasado han servido y deben usarse para continuar con un ánimo narrativo esperanzador como el que evoca Cristina Pacheco, en el sentido de “Aquí nos tocó vivir”. Vecindad es destino, lo que significa: Aquí decidimos vivir; éste es el camino que elegimos.
Por eso y otras mil razones, pienso que Tlatelolco es más que un minuto de silencio.
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