50 años del Movimiento Estudiantil de 1968. No es extraño ni raro evocar algunos aspectos, detalles, pinceladas del pasado que vivimos de manera cotidiana como vecinos de Tlatelolco, nuestro barrio, nuestra colonia, “la Unidad” (así le decíamos en las charlas cotidianas). Las miradas tienen lugar desde diferentes ángulos, desde los departamentos, los andenes, los cuadros, los jardines o desde la Plaza, en fin, desde donde fuimos testigos de ese suceso social e histórico que marcó la vida política y cultural de México, y de nuestras vidas.

A propósito de ello, les comparto que en 2016, en este mismo espacio, narré una conversación que tuve con uno de los miembros del Consejo Nacional de Huelga (CNH), instancia de la dirigencia estudiantil del Movimiento. Me refiero al Maestro Luis González de Alba “El Lábaro”, representante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y, en ese tiempo, estudiante del Colegio de Psicología, ya que aún no existía la Facultad de Psicología.

La conversación tuvo lugar en 2011 a través de redes sociales. Así lo escribí hace dos años: “A Luis y a mí nos unían tres temas: Tlatelolco, la Psicología y la divulgación de la Ciencia. Durante muchos años leí su columna: “La Ciencia en la Calle”, del diario La Jornada, donde cada semana hacía recuentos y compartía opiniones sobre temas de la vida científica y humanística, y daba sus puntos de vista con la rigurosidad académica que no se requería en un diario, pero al mismo tiempo con un lenguaje sencillo, sin debilitar el sarcasmo y la lucidez que lo caracterizaron. Siempre irreverente y crítico, y de una acidez poco conocida en nuestros medios periodísticos.” (Luis González de Alba: Una conversación, SDP Noticias, 3 de octubre, 2016)

“Hoy en día hay conversaciones mediáticas donde los participantes en un encuentro intercambian mensajes casi como seres anónimos. Suele ocurrir. Esto me sucedió en 2011, cuando tuve una breve conversación con Luis González de Alba, quien fue un maestro para mí como divulgador de la ciencia, como escritor y como personaje sobresaliente de una historia viva, la del movimiento estudiantil de 1968.”

A propósito de esa comunicación, recientemente encontré que la revista Nexos publicó, como homenaje a Luis y su obra, en noviembre de 2016, algunos fragmentos de su libro “Tlatelolco aquella tarde” (Cal y Arena), del cual retomo algunos detalles, fragmentos de la narrativa de hechos, que conviene revisar y, en su caso, precisar desde la visión de un vecino de “la Unidad” (a esto le llamaría precisiones periféricas sobre la historia de Tlatelolco en 1968).

Primera precisión de Luis: Los Comités de huelga

Para mí no existía una diferencia clara entre un comité estudiantil “de huelga” y uno “de lucha”. Luis describe esa distinción: “…durante el movimiento del 68 no hicimos comités de lucha, sino comités de huelga. Se integraban así: una asamblea escolar declaraba huelga de esa escuela y nombraba a varios alumnos, usualmente los más destacados en la asamblea, como miembros del comité de huelga; luego decidía, de entre ese comité de huelga, quiénes serían los representantes de la escuela ante el órgano director, el Consejo Nacional de Huelga o CNH.”… “¿Afirmo que no existieron comités de lucha? No. Digo que fueron el recurso antidemocrático, estilo castrista, para eternizarse en el micropoder estudiantil una vez concluidas las huelgas. Es decir, fueron posteriores al Movimiento Estudiantil que duró del 1 de agosto al 2 de octubre. Dos meses. Con la mitad de septiembre inmovilizados por la ocupación del Ejército de la Ciudad Universitaria y las escuelas politécnicas.”… “Quien no participó no supo de ese cambio y suena más valiente llamarse comité de lucha.” (1)

Primera precisión a Luis:

En otra parte de su crónica, Luis González de Alba afirma lo siguiente: “Desde el Chihuahua yo veía un puente al fondo de la Plaza, puente que llevaba decenios diciendo que es Insurgentes norte, así está en Los días y los años, pero en 2008, durante una plática en el Centro Tlatelolco, museo de la UNAM donde estuvo Relaciones Exteriores, con un gran ventanal a mis espaldas desde el que se puede ver toda la Plaza y el horrible monumento funerario levantado por mis amigos con los nombres de los muertos esa tarde, un nativo de la Ciudad de México me explicó que era imposible ver desde donde yo decía el puente de Insurgentes. Me dio el nombre de la calle y ya se me olvidó.”

Ese puente o pórtico es el que se ubica en la calle que se conocía como “Santa María la Redonda”, cercano a la Secundaria Diurna Número 16, donde estudié; hoy esa avenida tiene el nombre oficial de Eje Central “Lázaro Cárdenas” (por cierto, en otro tramo, la misma calle se llamaba “San Juan de Letrán”). Quien no vivía en Tlatelolco no estaba obligado a saberlo.

La planta baja del edificio Chihuahua

“El Chihuahua no tiene planta baja, está montado sobre dos gruesas columnas dentro de las cuales circulan los elevadores, éstos dan servicio nada más cada tres pisos para ahorrar en mantenimiento, por eso hay esas amplias terrazas en el tercero y el sexto: son el acceso a los elevadores.”

Cabe precisar que el edificio Chihuahua sí tiene planta baja, ya que en ella se ubican los locales comerciales y los pasillos de acceso; los departamentos comienzan desde el primer piso. Las terrazas de ese tipo de edificios tienen acceso a los elevadores en los pisos tercero, sexto, noveno y doceavo. Este tipo de detalles pueden resultar de interés, sobre todo para quienes estudian esta historia y desean reconstruirla, debido a los cambios que sufrió la Unidad Tlatelolco, después de los sismos. Por ejemplo, las columnas externas que hoy se observan en ese edificio, fueron construidas para apuntalarlo, después de 1985. Lo mismo ocurre con el cambio de fachada y ventanería, que se llevó a cabo entre 1973 y 1974. Cabe recordar que las ventanas eran, en 1968, de vidrio, solera y “marcolita” (fibra de vidrio), y que luego fueron cambiadas por aluminio plateado y vidrio, no solo en el Chihuahua, sino en todos los edificios de Tlatelolco.

Acerca de los tinacos inexistentes.

A lo largo de su narración, el “Lábaro” describe diferentes aspectos físicos del edificio Chihuahua durante los hechos del 2 de octubre de ese año: “Comenzó a llover. Por las escaleras escurría agua, quizá de calentadores y tinacos perforados en la balacera a un edificio sin paredes sólidas.”

La Unidad Tlatelolco no tiene tinacos en sus edificios. El agua que circula por las tuberías y salidas es llevada a los departamentos por bombas que están ubicadas en grandes cisternas, que ocupan el sótano de los principales estacionamientos de la zona habitacional.  Probablemente el agua que se oía esa tarde-noche, era de alguna tubería perforada, no de tinacos pues éstos nunca existieron. Los muros no son de plástico, sino de concreto. Nosotros vivíamos en el edificio Durango, a unos 80 metros del Chihuahua, y la bala que entró esa tarde-noche del 2 de octubre, a nuestro departamento ubicado en el cuarto piso, atravesó la ventana de nuestros vecinos, un muro de concreto, la ventana del baño que da hacia la recámara y luego explotó dentro del pequeño baño, entre el plafón, la pared y la puerta. Algunos decían que se había tratado de una bala “expansiva”. Mi madre, mi hermano y yo estábamos ahí, justo en el baño, resguardándonos de la balacera durante ese trágico episodio. Tlatelolco no fue construido, desde sus orígenes, con muros de plástico ni de tabla roca. Quien no vivía en Tlatelolco no estaba obligado a saberlo.

Segunda precisión de Luis: Fue Movimiento Estudiantil, no Popular.

“El Movimiento Estudiantil de 1968, en México, fue lo que indica su adjetivo: estudiantil. Nunca logramos la participación “obrera, campesina y popular” que la izquierda universitaria fantaseaba y que los buenos deseos le han endilgado después, cuando ya nadie recuerda que no vimos ni obreros ni campesinos. Lo iniciamos y condujimos nada más estudiantes. Primero del IPN y la UNAM, pronto se añadieron Chapingo y la Normal Superior (que nos mandó un policía como representante y sólo nos enteramos después del 2 de octubre y ya encarcelados).”

Cabe mencionar que, aunque pocos, en algunas manifestaciones se llegaron a incorporar pequeños contingentes de padres de familia y ocasionalmente de trabajadores ferrocarrileros. Segmentos de profesores de Primaria y de Secundaria, que trabajaban en algunos planteles cercanos, también lo hicieron; así como vecinos de Tlatelolco. Si fue o no un movimiento estudiantil y popular es un asunto que deberán discutir y poner sobre la mesa de análisis, los historiadores.

Varias veces me pregunté si Luis estuviera con nosotros ¿qué y cómo respondería a las observaciones hechas a sus narraciones por parte de un simple vecino de Tlatelolco, que era un niño en esos días?

Al margen ello, hay otro dato interesante: en la conversación de 2011, descrita al inicio de este testimonio, afirmé que no sabía por qué a Luis le apodaban “El Lábaro”. El 6 de octubre de 2016, Francisco de Hoyos me escribió, vía correo electrónico, lo siguiente: “El apodo de "el lábaro" se lo puso el Lic. Luis Prieto, quien era secretario particular del Gral. Lázaro Cárdenas. Fue en una eufórica fiesta unos días antes del fatídico 2 de octubre. Luis González de Alba se destacaba por su vitalidad y buena presencia, además de que bailaba muy bien. El Lic. Prieto exclamó, "ese joven está tan cuero que dan ganas de envolverse con él como si fuera el lábaro patrio y arrojarse por el balcón”. Cabe mencionar aquí que con su sentido del humor desorbitado el Lic. Prieto creó al personaje de "la seca" a partir del cual González de Alba desarrollo su novela "Y sigo siendo sola".

Fuente:

(1) Luis González de Alba. Tlatelolco aquella tarde. Revista Nexos, 1 de noviembre, 2016.

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