A las 8 horas fue la salida. No pudo ser más temprano porque terminé de enviar la última página del periódico a las 00:30. Después de medio cenar, toqué mis sabanas cerca de las 2 horas. A las 6:30 ya estaba sonando la alarma. La idea era irnos a las 7 pero estaba cañón. Mayte y Maya, tripulantes de este viaje y compañeras de vida, también se levantaron a esa hora.

A las 8 ya estaban subiéndose al pequeño auto Mari y Rodrigo, quienes nos habían invitado, eran originarios, y serían nuestros guías a Texca. La primera parada que hicimos para orinar y comprar café fue en un Oxxo, en la Bajada de la muerte, en la mera entrada de Tulancingo. Con tamales y fruta en vasos desechables, estaba listo nuestro desayuno balanceado.

Después de dejar Tulancingo, la tierra de Paco Barrios, el Mastuerzo, fundador de la Botellita de Jeréz, el Google maps nos ordenó dar vuelta en un camino que nos dirigió cerca de las ruinas de Huapalcalco. Una línea recta a cuyos costados se extendían lo mismo barrios semiurbanos que cultivos de maíz y algunos invernaderos, nos escupió en una encrucijada que nos dio la opción de dirigirnos al municipio de Agua Blanca.

Antes llegamos a Metepec, un lugar en donde se nota que acaban de pasar las elecciones, pues varios de sus muros aún ostentan el pésimo gusto de nuestros politiquillos. Destacó una pinta de un individuo que se autonombra “el Oso”, quien afirma ser un paladín de la justicia y que después me enteré no es más que un vulgar “bajador” de recursos, un chupasangre perredista del presupuesto público. Pero en la barda, él afirma que nos va a llevar al desarrollo.

Después de superar Metepec, varias curvas pronunciadas nos guían a Agua Blanca, un poblado enclavado en el inicio de la Sierra Otomí-Tepehua, si es que no me fallan mis básicos conocimientos de geografía. A esa altura el clima comienza a cambiar. Se respira un aire más fresco, de bosque. También la señal de AT&T nos abandona. Pero sigue activado el maps. De todas formas a partir de este lugar el camino es sencillo. Ya no hay muchas opciones para perderse como en un entorno urbano.

Una hora más tarde, una bifurcación conocida como El Crucero nos indica que ya estamos en Veracruz, en el municipio de Huayacocotla. En una farmacia con servicio de sanitario, todos los tripulantes del pequeño coche blanco bajamos a liberar nuestros esfínteres y a relajar nuestras piernas. El plan de Mari, nuestra guía espiritual en este viaje, es que aquí dejemos el VW y tomemos un camión o taxi. Argumenta que el camino es de terracería y que quizá el coche no aguante. Me intriga y le pido más detalles. No me los da.

Le pregunto a Rodrigo, su pareja, y quien también es originario de Texca, y tampoco me da mucha luz. Le pregunto si de plano está muy feo el camino y me dice que no tanto, que seguro sí podemos llegar en el carrito. Después de consultarlo con Mayte, decidimos ir adelante. Tampoco me dejaría tranquilo dejar el auto una noche en un poblado que desconozco y con quién sabe quién.

Salimos entonces de la farmacia donde paramos a descansar antes de partir rumbo a Texca, con la tranquilidad y la fe de quién no sabe a lo que se va a enfrentar. ¿Qué tan difícil puede ser conducir una hora de terracería?, pensaba ilusamente. El reloj marcaba pasadas las 11 horas.