Tanto quiso el diablo a sus hijos, que les sacó los ojos

Refrán popular

La realidad urbana de la Ciudad de México ha hecho de la vivienda vertical, departamentos en edificios populares o lujosos y unidades habitacionales la única alternativa para albergar la desbordada cifra que en 2015 reconocía a 2.2 millones de habitantes que viven en este tipo de viviendas según la Secretaría de Desarrollo, Agrario, Territorial y Urbano.

Traducido en la demanda que hay de vivienda, este tipo de edificios para uso habitacional ha explotado con el boom inmobiliario y aquellos negocios de los que se acusa a la administración inmediata anterior de la Ciudad de México, que según la inmobiliaria Metrópolis representa el 80 por ciento del total en recientes construcciones de la Ciudad. De hecho, en 2017 se registraron tres mil 996 casas nuevas edificadas en desarrollos verticales y solo 87 de tipo horizontal, de acuerdo con la Comisión Nacional de Vivienda con datos del Registro Único de Vivienda.

Esta realidad se combina con una tendencia “millenial” y bastante propia de las megalópolis: el cuidado a los animales y la promoción de su protección.

Por supuesto, desde hace décadas ha resultado urgente cuestionarnos a profundidad la forma en la que tratamos a los animales. Hasta hace muy poco, los animales eran considerados cosas por el Código Civil Federal. Después, la Ley Federal de Sanidad Animal, en capítulo el II, considera a los animales vivos sencillamente como “todas las especies de animales vivos con excepción de las provenientes del medio acuático ya se marítimo, fluvial, lacustre o de cualquier cuerpo de agua natural o artificial.” Para la generación que prefiere tener perros que animales y tratarlos como hijos, hay una ceguera que daña a los animales domésticos: la idea de que el encierro con dos salidas a la calle destinadas a orinar y cagar pueden ser dignas para esos caninos.

¿Acaso no es un maltrato anti-natura que aquellos perros grandes se vean obligados a vivir en un departamento de 4 por 4 solo por complacer los delirios filantrópicos de los dueños que los adoptaron combatiendo paradójicamente, el abandono y maltrato animal?

Hace una semana, el experto en caninos César Millán dijo en entrevista que ante la moda de tener “perrhijos”: “No se están teniendo en cuenta las necesidades del animal. El ser humano se ha enfocado en ser profesional y no en tener familia. Por eso quieren llenar ese vacío con los animales. Pero los animales se sienten incompletos porque no son seres humanos y tienen otras necesidades físicas y psicológicas”.

El especialista explicó que hace 50 años los problemas psicológicos de los perros no eran tan frecuentes porque eran tratados como animales y estaban en espacios grandes mientras que ahora viven dentro de una casa, aburridos y sin actividad física.

Dijo que “Un perro de la calle se comporta mejor que uno que vive dentro de la casa. Tiene ese reto de sobrevivir, de buscar alimento y desarrolla todas sus capacidades. El perro que vive en la casa no tiene trabajo, no camina más de 15 minutos, no tiene propósito”. A esos caninos de talla grande que les encanta correr, ser juguetones y disfrutar espacios abiertos los están matando lentamente con encierro, regaños por destrozos naturales y tratos caprichosos por querer mirarles como humanos.

Los perros no tienen ansiedad, están hartos del encierro y en el contexto de la pandemia que ha restringido las salidas así como cerrado los parques, parecería una cruel broma que existan todavía personas que creen que un perro estará mejor creciendo en el encierro citadino que en la naturaleza abierta de cualquier rancho. Claro que rescatar a los animales resulta una obligación de cualquier persona… ¿pero rescatar animales de la calle para maltratarlos silenciosamente?

El diputado Erwin Areizaga de MORENA propuso una reforma al artículo primero constitucional para reconocer a los animales, en general, como seres sintientes, miembros de la República y el país con derechos y todas las garantías, hasta las que emanan de tratados internacionales, buscando elevar la prohibición de tortura y maltrato animal a nivel constitucional.

Así como es tortura tener a un felino selvático como mascota elegante que pasea por Antara, así es maltrato tener a caninos grandes en pequeños lugares. Aunque a los portadores de la moral superior animal les cueste trabajo verlo.