Hoy por la mañana, mientras me abotonaba una hermosa camisa con un trabajo de deshilado de San Felipe de los Herreros, Michoacán, observé que la camisa tenía cubre botones. Recordé mi adolescencia y la primer camisa que me compró mi abuela, que me pareció el colmo de la elegancia: una "Pierre Cardin", también con cubre botones; en color azul, el que durante muchos años fue mi color favorito.

Por supuesto, a los 16 años, no era la primer camisa que mi abuela me compraba, pero sí la primera de la que fui consciente de su elegancia, o si así lo quieren,  de lo que a mí me parecía elegante. Para nosotros era un gasto disparatado. Mi abuela, acostumbraba comprarnos un par de mudas de ropa nueva al año, durante los meses de oferta en la tienda departamental "Puerto de Liverpool". Mi abuela era de la idea de que lo barato sale caro y compraba ropa de muy buena calidad, en los saldos que se vendían por los meses de julio-agosto, si mal no recuerdo.

Pero en aquella ocasión, compró la camisa a su precio normal, que era exorbitante para nuestros ingresos. La usé hasta que parecía tela de cebolla.

Lo recordé hoy por la mañana, así como suelen llegar los recuerdos y me vino a la mente la carta que escribió Álvaro Obregón a su hijo Humberto, cuando este último cumplió 21 años. En esa carta, Obregón alertaba a su hijo de cuidarse de lo superfluo, pues lo superfluo es infinito.

Álvaro Obregón conocía como pocos el alma humana y acertaba en esa enorme inteligencia suya, al alertar a su hijo contra el monstruo de lo superfluo. Porque ciertamente, al ser lo superfluo infinito, no hay fortuna que alcance para cubrirlo. 

Cincuenta años han pasado desde que mi abuela me compró aquella camisa y no en pocas ocasiones he estado tentado por el monstruo de lo superfluo. No puedo decir que no me haya atrapado en algún momento de la vida, pero estoy cierto de haberme librado de él. 

La grave corrupción que mina al país tiene su origen en lo superfluo. Siempre habrá una "mejor" prenda de vestir, un "mejor" auto, una "mejor" casa. Siempre habrá algo que no tienes y que te implica una mayor fortuna obtenerlo. Y ese algo, estará dominado por lo superfluo. No hablo de arte, ni de la belleza, de tantas cosas que pudieran parecer innecesarias y que pudieran lindar la frontera de lo superfluo. No, hablo de la acumulación absurda de bienes, de marcas, de propiedades, de materiales que por más que se acumulen, no otorgan la felicidad buscada. 

Los 35 multimillonarios mexicanos están ahogados en lo superfluo, con fortunas de miles de millones de dólares, a costa de la miseria, el hambre y la desesperanza de nuestro pueblo. Los políticos corruptos, amasan monstruosas fortunas que siempre parecen menores, comparadas con los de estos 35 multimillonarios, y por eso roban y roban sin saciedad. Debemos erradicar lo superfluo de nuestras vidas y de nuestra sociedad. 

No pretendo hacer alabanzas de la austeridad, forma de vida a la que yo mismo no aspiro. Soy un sibarita y me gusta la buena vida. Me gusta comer bien, viajar, leer, disfrutar de todos los placeres de la vida. Me gusta vivir bien y lo hago producto de mi trabajo. Aspiro a que todo mundo pueda tener vida de sibarita (si así lo desea), con su trabajo y su esfuerzo. 

En mi caso, aún con este sistema y en los tiempos canallas que vivimos, a nadie robo, a nadie engaño. Me comprometo con mi pueblo y con mi patria y dispuesto estoy siempre a jugarme todo lo que soy y lo que tengo, por lograr una profunda transformación de México. 

Pero nostálgico como ando, recuerdo esa primer camisa, a mi abuela y a mi madre hoy ausentes y sin embargo, tan presentes siempre en mi corazón. 

"El pueblo tiene derecho a vivir y a ser feliz". 

Gerardo Fernández Noroña.

Cholula, Puebla a 7 de noviembre de 2017.