Tras el reciente ataque con piedras contra los Supercívicos (https://goo.gl/soct8q) y de guaruras en contra de Arne aus den Ruthen, el City Manager de la Miguel Hidalgo, se ha suscitado el siguiente debate ¿qué es más importante? La presunción de inocencia o el derecho de la sociedad civil de sancionar, por medio de la autoridad, a los infractores.

El análisis con el que más concuerdo lo ha escrito Ernesto Villanueva en SDP noticias http://goo.gl/mUZcEq, y la conclusión a casi todas las preguntas que se plantea es que depende de cada caso y de las hipótesis de las que uno suponga.

Por otro lado, he seguido muchas notas y vídeos en donde acusan a Arne aus den Ruthen de no respetar los derechos de los acusados y de hacerse propaganda para buscar un puesto de elección popular. Puedo decir que son algunos de los puntos en contra que expuse en mi última columna http://goo.gl/KqhjW9 y que se han repetido, seguramente con mejor elocuencia, por otras publicaciones como lo hace Iván García en Letras Libres http://goo.gl/GpNjAi. También podemos encontrar fuertes detractores del trabajo de Arne vía Twitter como @LeoAgusto, quien llama trolls o arnezombies a los que apoyan a Arne; ya saben, este tipo de críticos que no quieren ser criticados.

Siguiendo la línea de Ernesto Villanueva considero que el problema de fondo es en realidad, un problema de imagen, de “cómo se ven” las acciones de Arne a través de su cámara y de los grabados y que, a mi parecer, plantea una serie de preguntas interesantes que valdría la pena analizar pues al menos invitan a la reflexión.

Partiré mi discurso en las diferentes partes que componen el discurso tanto de los que defienden como de los que critican al City Manager.

1.  Los grabados

Una de las principales críticas hechas contra Arne se funda sobre el supuesto daño que sus transmisiones causan a la imagen de los videograbados, al honor de los mismos.

La propuesta de Arne es simple: sale con una cámara transmitiendo en vivo a sancionar infracciones comunes (violar el reglamento de tránsito, tirar basura, etcétera). A lo largo de sus transmisiones se han visto reacciones de todo tipo, desde el policía indiferente hasta escoltas golpeando.

Los protagonistas de estas transmisiones y detractores del City Manager arguyen que la exposición de estos supuestos infractores violentan su presunción de inocencia y dañan su imagen pública. Como contraargumento, Arne aduce una forma del conocido dicho “el que nada debe nada teme”.

Supongamos por un segundo que el City Manager en algún momento se topó con algo que consideró una infracción pero todo fue un terrible malentendido de su parte, dañando así, en efecto, la presunción de inocencia de aquel al que él acusó. Si la inocencia que suponemos es cierta, entonces Arne, quien en principio no tiene derecho a recibir explicaciones, tampoco tiene que sufrir una reacción violenta por parte del que acusó, aun si fuera injustamente. Recibir este tipo de reacciones en una transmisión sólo obliga al espectador a suponerlo culpable por la singular dicotomía que pregonan la mayoría de los usuarios de redes sociales, pero llegar al punto de la violencia verbal o física hace que el inocente del delito, que Arne acusó, se convierta en culpable de un segundo delito: la agresión.

Ahora, supongamos que en efecto la mayoría de los asuntos que ha transmitido Arne se corresponden con infracciones al reglamento y una llamada de atención.

Arne ve una infracción, cuestiona al infractor o simplemente le llama la atención. En este momento se pueden suscitar tres respuestas: el reconocimiento de la infracción y la corrección de la misma, la indiferencia o la reacción violenta. Según las transmisiones de Arne y de los Supercívicos tal parece que la indiferencia es la reacción más común y más tristemente las reacciones violentas que en las últimas semanas han llegado hasta lo físico; en el mejor de los casos obtienen una torpe justificación pero sin corrección de la infracción.

Es aquí donde se plantean las preguntas más profundas: ¿Tan difícil es para los citadinos aceptar un error? ¿Aceptar que están cometiendo una infracción como para simplemente enmendarla cuando alguien se las hace notar? ¿Por qué parece que, tanto en el caso de Arne como en el de los Supercívicos, es perfectamente cuestionable que alguien acuse estos delitos menores? ¿Es reprobable que alguien haga notar los errores y por lo tanto estos errores no sólo no sean sancionados sino hasta excusables sólo porque hay alguien grabando y haciendo mención de dicha infracción? Más aún, si cualquiera de nosotros pretendiera hacer notar la infracción de alguien, sin cámaras de por medio, simplemente la palabra, ¿estamos violentándonos de algún modo?, ¿seremos golpeados? o más llanamente, ¿no tenemos el derecho de corregir lo que de facto es ilegal? Y esto no es una apología de la justicia por propia mano, pues de ningún modo, ni Arne ni los Supercívicos han invitado a la sociedad civil a perseguir ladrones y homicidas, en ninguna de sus transmisiones han ido con esposas y pistola o con una horda de salvajes dispuestos a linchar a los infractores: en cualquier caso han invitado a la cultura de la denuncia, es decir a que precisamente las infracciones de mayor envergadura sean resueltas a través de la autoridad responsable de tales cuestiones. Y es aquí donde se abre una pregunta todavía más difícil de responder: ¿Es, en efecto, necesario el uso de la fuerza pública, la necesidad de una figura con placa y una patrulla para que delitos tan simples como tirar basura sean corregidos? La impartición de justicia queda a cargo del poder judicial, sin embargo ¿no somos parte de esta sociedad y no tenemos de ningún modo el derecho a alzar nuestra voz contra aquello que nos parece incorrecto? ¿Tan endeble es nuestra consciencia sobre esta pertenencia que la corrección por parte de alguien más nos parece un asunto personal y no un asunto de consciencia civil?

Reduciendo todo al absurdo, dejo las últimas retóricas: ¿Es preferible enfrentarnos a golpes contra quien nos acusa de tener el carro en un lugar prohibido en vez de sólo moverlo dos metros más adelante? ¿La imagen de alguien que acepta su error y lo corrige queda tan terriblemente vulnerada que preferimos ser reconocidos como “Lord Me la Pelas” o como alguien que avienta piedras en defensa de nuestro vituperado honor?

2.  Los que graban

Arne es un político con una trayectoria que no podríamos considerar corta pero que siempre ha mantenido su campo de acción en la Miguel Hidalgo y que en los últimos meses ha adquirido una fama creciente por sus transmisiones en vivo de infractores en su delegación en lo que han denominado el programa “Vecino gandalla”. Los Supercívicos es un concepto que de la televisión se transformó en un fenómeno de internet donde, a través de ingeniosas formas, hacen notar todo tipo de infracciones.

En ambos casos me parece que su principal labor consiste en intentar enmendar los delitos más evidentes y de no poder corregirse por la vía del diálogo llevarlo a la denuncia, con el posterior seguimiento de la misma.  Los Supercívicos han tenido algunos logros importantes como lograr que algunos baches sean cubiertos; Arne ha mostrado la indiferencia de algunas autoridades a ejercer su labor.

En muchos de sus vídeos se ve el siguiente patrón: a través de alguna dinámica (Supercívicos) o la directa llamada de atención (Arne) se hace notar al infractor la falta que comete, se le cuestiona y se confronta la reacción del acusado, que puede derivar o no en la atención a la llamada o la indiferencia de la misma, pasando por otros lamentables estados.

Es, en realidad, en la fase del cuestionamiento donde me parece que está la mayor parte de las críticas, pues hay una difusa línea entre cuestionar y acosar a alguien y es algo que sin duda Arne y los Supercívicos deberán procurar evitar a fin de que sus buenas intenciones no sean tergiversadas y en efecto se conviertan en falsos mesías de la justicia civil. Procurar el despotismo y la confrontación verbal debe ser una de sus principales preocupaciones, sobre todo frente a la reciente fama que están adquiriendo con la que deben ser conscientes, responsables y no malinterpretar este apoyo con la autoridad de descalificar a todo aquél que los contradiga, sobre todo Arne quien además es funcionario público. Frente a este escenario es necesario que tanto los Supercívicos, Arne y todo aquél que pretenda seguir esta idea atiendan lo que tanto horroriza a muchos, para bien y para mal: el derecho de réplica. Escuchar a quien le llaman la atención a fin de que no convertirse en falsos mesías y, en algunos casos, apoyar y guiar a quien quizás sólo desconoce el reglamento o se encuentra en alguna situación difícil, pero sobre todo de no convertirse precisamente en justicieros por propia mano cuyo marco legal se limite a lo que ellos creen que conocen.

Ante todo, seguir promoviendo la cultura de la denuncia y del derecho-obligación que representa hacer valer las reglas más simples de convivencia no con un afán perjudicial, sino constructivo.

Ante titánica labor, las críticas, tanto constructivas como las claramente destructivas, deben ser escuchadas en función de sus argumentos: adoptar lo positivo y soportar lo negativo pues si las retóricas expuestas en el primer punto tiene las respuestas más desagradables, entonces cambiar una sociedad que no quiere ser cambiada siempre generará reacciones violentas.

La denuncia es la forma en la que los ciudadanos podemos iniciar el mecanismo de justicia, haciendo conscientes a la autoridad de cierto delito. Sin embargo, en la mayoría de los casos parece que se ha comprendido que sin denuncia no hay delito que perseguir y en un país en el que no es ningún secreto que a la autoridad se le considera incompetente aun con la denuncia la mayoría cree que derivara en nada, haciéndonos un país donde la mayoría de los delitos, aun los más graves, no son denunciados.

La labor de la denuncia grabada, la labor de Arne y de los Supercívicos entre otros me parece puede motivar a una figura menos agresiva que la del policía pero que pretende hacer valer las leyes de convivencia pero ante todo, recordarnos que todos vivimos en este país y que todos deberíamos ser capaces de hacer valer nuestros derechos a través de la autoridad competente: recordarnos que sin ser justicieros, hay todo un marco legal que nos ampara para decir “eso no está bien”. Sin duda Arne y los Supercívicos son figuras transgresoras, que van más allá de una acción simple y que se arriesgan a ser enjuiciados, pero si estas acciones motivan a la reflexión, al cambio, si al menos una decena de personas son capaces de, inspirados por ellos, alzar la voz ante la injusticia y hacer valer sus derechos, entonces habrán logrado algo inmenso.

3.  La imagen pública

Es viejo el discurso de que un funcionario tiene una vida privada y una vida pública y que la línea que las separa es muy tenue. Sin embargo me parece muy importante reconocer que la responsabilidad que se adquiere al aceptar un cargo público, sobre todo en esto que llamamos democracia, es aceptar un responsabilidad en aquello que transmitimos, pues dejamos de ser sólo nosotros para ser representantes de algún sector de la sociedad. Sin duda siempre habrá algo de nosotros mismos, en los ideales, en la manera de hablar, pero tenemos que entender que en el momento en el que alguien recibe un cargo público, uno se convierte en un símbolo: de autoridad, de justicia, de opinión. No por nada los asesores de imagen son quizás las personas más importantes en las campañas políticas.

Una de las principales críticas de Arne es que él es un funcionario público y está usando esto para promocionarse y obtener el favor de la sociedad en una supuesta futura campaña, lo cual, al parecer, es malo de facto y la etiquetan con la horrible palabra “demagogia”. Este tipo de críticas, en mi muy humilde opinión, son infantiles pues reflejan el paternalismo siempre acusado de este país: el gobierno es malo per sé pero todo tiene que ser resuelto por el gobierno.

Sin duda Arne ostenta un cargo público y por lo tanto su imagen se vuelve pública, obligándolo a ser responsable con ella.

Sea una convicción o no la de salir a las calles, Arne está transmitiendo un mensaje que no siempre se ve: que un funcionario público esté en las calles, conociendo y admitiendo las deficiencias del gobierno para el que trabaja e intentando enmendarlas, no sólo como funcionario, sino como ciudadano de a pie. Porque si bien es cierto que parece ambigua la participación de la delegación en las acciones de Arne— cosa que quizás valdría la pena que la delegación misma aclarara, no para abandonar a su compañero, sino para dejar en claro que actúa por cuenta propia o para reconocer un programa de acción a través de él y por lo tanto poder evaluarlo como tal—, éste jamás ha salido con policías custodiándolo ni gritando a diestra y siniestra “¿sabes quién soy? Soy funcionario, fui jefe delegacional hace quince años y sé cómo hundirte”. Más todavía, no se ha limitado a perseguir políticos y empresarios, sino que ha recorrido todo tipo de lugares en una de las delegaciones de mayores contrastes de la Ciudad de México: de hacer sólo lo primero, quizás cabría acusarlo de dañar la imagen de sus contrincantes, pero haciendo esta labor de manera, al parecer, homogénea sin importar la colonia, calle o personaje, no sólo nos invita a aplaudirlo sino a la reflexión: todos podríamos ser captados por Arne in fraganti.

Más aún, si está promocionando su imagen, yo no le encuentro, de ningún modo, lo perjudicial: prefiero verlo salir a enfrentarse contra las infracciones más comunes que verlo en spots publicitarios sonriente y al lado de niños y ancianos que quizás fueron contratados para la ocasión. Porque lo que hace Arne, además del impacto social que pueda causar, no es de una exagerada inversión para salir en la televisión. Porque a través del internet nos está diciendo: yo lo puedo hacer y cualquiera podría, sin eslogans, sin logos.

Y por esta misma razón considero que la acusación de Arne de demagogia es un tanto endeble: porque a todos nos gustan las despensas, las promesas de un aumento de sueldo, y aunque todos quisiéramos un súper héroe que nos salvará de las injusticias cometidas contra nosotros, no es necesaria una reflexión profunda para llegar a la conclusión de que nadie está tan libre de pecado como para arrojar la primera piedra: todos somos susceptibles a cometer una infracción menor, todos somos susceptibles a ser captados por Arne, pero somos pocos los dispuestos a enmendarla. Acusar de demagogia a Arne es suponer entonces que nadie que lo apoye ha cometido jamás un delito, ni ha estado cerca de hacerlo, ni ha estado indiferente a alguno.

Y es precisamente la calidad de funcionario público lo que hace de la labor del City Manager, a diferencia de la de los Supercívicos, un poco más alarmante: porque aun si no tiene el aliento de su delegación, tampoco podemos fingir que el hecho de ser conocido no obligue a su delegación a estar al tanto de su labor y por lo tanto que sea golpeado, robado y hasta privado brevemente de su libertad refleja el sentimiento de impunidad que algunos personajes tienen. Y es ahí cuando la imagen de pública de Arne ya no es la única que está en juego.

Ha salido a la luz que el señor Libien tiene una especie de nexo con el actual presidente. Íntimos o no, la imagen pública del presidente, blanca palomita o buitre desollador, se ve afectada y con la de él todo el engranaje del sistema de justicia del país. No es que este caso sea más importante que el de otras personas, no es que su asalto violento sea menos dramático que el que otros hemos sufrido en un asalto en un camión, es que en su calidad de fenómeno público, la mala impartición de justicia, la corrupción que se traduce con ella, manda un mensaje muy pernicioso al resto de la sociedad: de verdad existen los intocables. De verdad, ni la denuncia, ni la tremenda cantidad de testigos en internet, ni el apoyo de la misma jefa delegacional Xóchitl Gálvez pidiendo apoyo en Twitter, serían determinantes para meter a alguien a la cárcel. Tremendo mensaje nos llevaría, tarde o temprano, a pensar sobre el mejor método de hacer justicia: si ni un funcionario público a través de la palabra la pudo hacer valer, ¿qué nos esperaría a nosotros, ignotos, frente a un delito de mayor envergadura que alguien mal estacionado?

Si Arne se está o no promocionando de esta manera, repito, no me parece perjudicial. Triste es el reflejo de una sociedad tan dicotómica que se cree estúpida a sí misma, donde estar de acuerdo con alguien significa tener que votar por él tarde o temprano. Como lo he dicho antes, apoyo totalmente la labor de Arne aus den Ruthen, pero eso de ningún modo me hace uno de sus votantes si es que algún día decide buscar un cargo más grande: ya sea porque considero que hay alguien mejor o porque simplemente, ser un luchador civil no lo hace necesariamente un buen político. Aplaudo su labor y la tomo en cuenta, la critico si algo me parece deficiente y la reconozco cuando se mejora e intento tomar parte en ella, pero eso de ningún modo significa que yo engrose las líneas de sus seguidores ni las del resto de su discurso.

Me parece, entonces, válida la siguiente pregunta: ¿hacer algo bien es necesariamente un acto de campaña? ¿Tener simpatizantes por una estrategia, por una acción es inmediatamente tener votantes? De ser afirmativas las respuestas, no nos debería sorprender entonces que sólo cada seis años algo parezca mejorar y los cinco restantes la vida sea un infierno: no estábamos en campaña.

Y si las intenciones de Arne y el impacto de sus acciones son tan criticables sólo porque tiene simpatizantes, deberíamos ser congruentes y seguir todas las reacciones que provoca Arnen y usar la misma vara para evaluarlo.

Si alguien está interesado en cuidar las formas en las que se comportan nuestras autoridades en las redes sociales, les comento que había una foto pública en el perfil de Facebook del señor Raúl Libien donde aparecía una fotografía del planeta Tierra con la leyenda Arne nos la pelas. Dicha fotografía ya no aparece en el perfil público del señor Libien, pero el día viernes cuando aún estaba disponible me di a la tarea de revisar quiénes habían sido las personas que les había gustado esta publicación o la habían celebrado con un comentario. Para no herir susceptibilidades, sólo pondré los nombres de aquéllos que son o fueron servidores públicos junto con los cargos que ocupan o han ocupado:

1. Alejandro Habib Nicolás, presidente del Tribunal Electoral de Hidalgo (TEH).

2. Juan Jacobo Pérez, extitular de la Procuraduría de Protección al Ambiente del Estado de México y actual Titular de la Unidad de Transparencia del INFONAVIT.

3. Fausto Muciño Durán, quien ha sido Coordinador de Planeación y Administración de la de la PGJEM, Subsecretario de Desarrollo Regional Valle de México, Director General del IMJ y Coordinador Regional de Desarrollo Social del GEM en Cuautitlán Izcalli.  

4. Francisco Javier Espinosa, expresidente municipal de Otumba y Director de gobierno del Estado de México de la región de Naucalpan.

5. Leonardo Bravo Hernández, expresidente municipal de Zinacantepec que estuvo en la cárcel acusado de peculado.

6. Felipe Pardiñas Molina, exjefe del Departamento Jurídico Ambiental de Toluca.

7. Gustavo Enrique Guadarrama Bernal. Exdirector General de Desarrollo Económico y Regulación del Comercio del Ayuntamiento de Toluca.

La metodología que usé fue la siguiente: entré a cada uno de los perfiles de Fb y busqué si de inicio decía que ocupaban algún cargo público, después buscaba la información en las páginas de transparencia del Gobierno del Estado de México y buscaba sus fotos para ver si coincidían con las que tenían los perfiles.

Cabe la posibilidad de que alguna cuenta haya sido hackeada o sea una cuenta apócrifa de algún servidor público, por lo que en dicho caso me retractaré y publicaré una disculpa pública, donde haga mención que dicho funcionario se deslinda de apoyar al señor Libien.

Suponiendo que en efecto fueran sus cuentas y siguiendo la misma lógica simple que contra Arne donde su imagen pública que da es sólo en función de sus ambiciones políticas ¿deberíamos suponer entonces que estos siete personajes quieren ver a Arne secuestrado, dejando de interferir en la vida de su amigo el empresario? ¿Deberíamos suponer que lo que hace el City Manager va en contra de sus convicciones pero conscientes de su limitado poder entonces se las pela?

Una vez más sale a debate la responsabilidad de la imagen pública de los funcionarios. ¿Quizás sólo les divirtió esa imagen y de manera inocua, sin ningún otro pensamiento, le dieron “me gusta”, dando con ello su aprobación implícita?

Por otro lado Arne el día de hoy se hará acompañar por algunos elementos de la CDHDF, atendiendo algunos de los señalamientos hechos por sus detractores y aún por sus seguidores pero que quieren ver su tarea completamente transparente.

De nuevo, prefiero tener autoridades que salen a las calles a intentan hacer algo por el lugar donde gobiernan, transmitiéndome ese mensaje de que sí se puede hacer algo aunque se tenga que enfrentar con gente de todas las calañas, a la imagen del político que sigue dejándose llevar por la inercia de la indiferencia, en un mensaje de que nada, nunca va a cambiar porque no le conviene a la mayoría de ellos.

4.  Los espectadores

Por último, queda la imagen que los espectadores damos, el papel que jugamos en este pequeño teatro que se ha levantado.

Grabar y ser grabados y el debate que ha suscitado refleja la debilidad de las leyes frente a las nuevas tecnologías y eventualmente se legislará. Los debates permitirán concluir si ser grabado es un atentado contra nosotros y si no será válido como denuncia o si, por el contrario, en la medida que sea un juez quien lo evalúe servirá o no como evidencia. Desde ahí empieza nuestro papel.

Pero creo que la más importante es el mensaje con el que nos quedamos: porque aun el mejor libro, la mejor película, el mejor discurso es vacío sino nos apropiamos de su mensaje, la labor de Arne y de los Supercívicos y de todos esos luchadores civiles sin voz ni fama que todos los días hacen de este país un poco mejor va a ser relevante en la medida en que todos nosotros adquiramos la consciencia del lugar en el que estamos y de que podemos luchar para mejorarlo.

Eliseo Sarmiento (@eliseofmx) y Eduardo Camps (@ecfmd)