Las próximas grandes crisis en el mundo serán energéticas. Ya tenemos algunos visos de ellas, si bien a una escala que ha podido superar el libre comercio, el dinamismo de las legislaciones y tratados, y las innovaciones tecnológicas en la materia. La razón de que China y la India, con todo y su exponencial crecimiento económico, sigan teniendo un vínculo geopolítico estratégico con varios países, es que dependen de la importación de energéticos para satisfacer su propia demanda.

Por otra parte, países como Rusia y Qatar han logrado posicionarse en la escena económica mundial en pocos años, gracias al inteligente uso que han hecho para explotar y comercializar sus reservas de gas natural, convirtiéndose en proveedores esenciales para toda la Unión Europea. Hace menos de 15 años, Rusia aún estaba saliendo de la implosión económica que representó el desmembramiento de la Unión Soviética; Qatar tiene un tamaño y población insignificantes para la importancia económica y geopolítica que ostenta en su región y en el mundo. Reitero, lo que ambos países tienen en común fue una estrategia que les permitió tener autosuficiencia y excedentes de energía.

Estados Unidos, nuestro ejemplo más cercano, utilizó nuevas tecnologías para aprovechar sus reservas de yacimientos no convencionales (aunque con algunos métodos controvertidos, como el fracking) y pasó de ser importador a exportador de gasolina. Eso lo ha reposicionado en sus acuerdos comerciales como un negociador mucho más fuerte, luego de varios años de un aparente declive. A México le ha sucedido todo lo contrario.

El proyecto del gobierno por lograr soberanía energética tiene como fondo el hecho incontrovertible de que sin ella no puede haber soberanía alguna. Depender de otro país para satisfacer la demanda doméstica es la mejor receta para obtener la peor parte en todos los acuerdos, y tener una estructura económica sumamente vulnerable a vaivenes económicos externos. Lo anterior se debe a que la energía es un insumo transversal de toda la economía de un país. Si se depende de energía importada, esta se vuelve más cara, y es un precio que paga la industria en su totalidad, además de los ciudadanos en sus casas. Esta energía costosa disminuye la competitividad de nuestras empresas, que tienen que afrontar mayores costos para producir bienes y servicios que sus competidores extranjeros.

Respecto del concepto de soberanía energética, sin embargo, conviene hacer una precisión. La dimensión estricta del término es formal, jurídica, por lo que no hay ninguna duda de que corresponde al Estado mexicano, por disposición constitucional y legal. Esta es la que le permite al pueblo dirigir, mediante sus representantes, el rumbo nacional en la materia de energía. Pero hay otra dimensión, material, de la soberanía, que podemos llamar suficiencia energética. Es este último aspecto el que urge fortalecer, y en el que nuestro país ha quedado rezagado desde hace varios años.

Es en parte un asunto de voluntad política (que la hay) y en parte un tema de visión de largo plazo de los inversionistas. México sigue teniendo reservas importantes de hidrocarburos, según datos de la agencia internacional de energía, formando parte de la lista de los 10 países que cuentan con mayores reservas de hidrocarburos. El problema es que se encuentran en aguas profundas y yacimientos no convencionales, y su exploración y extracción es muy cara y riesgosa. Por ello, hace sentido que el Estado deje esa parte a los particulares y se concentre en actividades relacionadas, como la refinación, el almacenamiento y transporte.

Finalmente, no debemos descartar la creciente importancia que tienen las energías renovables como complemento a las fuentes tradicionales, no solo por los compromisos internacionales que nuestro país tiene sobre transición energética, sino por la suficiencia que ayuda a generar en ciertos sectores de la economía y el desarrollo regional potencial que producen estas nuevas fuentes. México tiene los elementos necesarios para lograr ser una potencia energética, pero necesita de la articulación de los sectores público, social y privado, y no tiene tiempo que perder. Es un asunto que va más allá de cualquier ideología, en el que deberían de confluir todas las fuerzas y todas las corrientes. Esperemos que por el bien de México, así sea.