Ahora la agenda de comercio bilateral entre México y Estados Unidos es dependiente de la agenda migratoria. Eso no es natural, ni siquiera lógico, pero los acontencimientos han sucedido de tal modo que ahora México y, concretamente, la intimidación a México es uno de los blancos más fáciles para la campaña de reelección de Donald Trump: una campaña impulsada por las posturas xenofóbicas, confrontacionales y simplistas que le sirvieron para ganar la primera vez. Aunque han pasado los años y en perspectiva muchas ideas sonaban más escandalosas antes: America First, fortalecimiento de controles fronterizos para atenuar la entrada ilegal de extranjeros, medias retaliatorias (legales o políticas) para incentivar la creación de empleos en Estados Unidos. Claro que nada de eso nos gusta, porque no nos conviene. Pero hagamos un ejercicio de imaginación: ¿sería tan malo que un presidente de México dijera que primero los mexicanos? ¿Es criminal la postura de privilegiar la creación de empleos en México para los nacionales sobre los extranjeros? ¿Cuáles son las ventajas de permitir el establecimiento de centroamericanos con antecedentes de pandillerismo y delitos varios, sin ningún control ni agenda, más que las amenazas de organizaciones civiles radicales?

La respuesta a todo esto es que la indignación no proviene de hechos objetivos, sino de una óptica ideológica específica, que hoy está en declive: a saber, la ideología progresista impuesta a los países pobres, que pretendía subordinar cualquier manifestación concreta de la soberanía nacional en aras de una apertura indiscriminada, en todo, para garantizar el arraigo de la abolición arancelaria y con ella, las cadenas globales de suministro en favor de las grandes corporaciones. Claro que, como siempre sucede en estos casos, había un doble estándar para los países ricos: los que estaban obligados a renunciar a cualquier política proteccionista eran los países en vías de desarrollo. Los países ricos podían seguir siendo tan proteccionistas y nacionalistas como lo requiriese la situación. Y así lo hicieron. El discurso nacionalista suena estridente, pero cada vez menos, porque las categorías instauradas en nuestra comprensión del mundo por el modelo globalizador han perdido fuerza, producto del fracaso de varias de sus promesas económicas.

Algunas voces señalan que la  es un derecho humano y que los países no tienen de otra más que dejar pasar a los migrantes o dejarlos quedarse, como ellos prefieran. Esta posición es bastante estúpida, por decir lo menos, aparte de simplista y cómoda para sostenerla, pues con un maquillaje garantista se rehúsa a lidiar con razonamientos que contemplen los costos reales y las consecuencias del fenómeno. La migración, sobre todo en flujos importantes y en las condiciones como se han sucedido las caravanas de Centro y Sudamérica, tienen dos aristas, por lo menos, cuya implicación afecta directamente a los mexicanos: la de seguridad y la de discriminación inversa. 

La primera de ellas, porque si bien cualquier persona tiene derecho a buscar refugio o asilo (el primero es por las condiciones de su país, el segundo de su persona), los países tienen el derecho, desde su soberanía, de concederlo o negarlo. Es falso que un Estado tenga que aceptar pasivamente a todas las personas de donde vengan y para lo que vengan. Un Estado fuerte le debe a sus nacionales, antes que a nadie, los controles necesarios para garantizar la seguridad nacional y la seguridad pública. Si seguimos con una verdadera lógica garantista, un Estado no debe prejuzgar a ningún migrante y, precisamente por eso, es obligación el Estado mexicano informarse de sus antecedentes, intenciones y propósitos para entrar a nuestro país.

Por otra parte, en aras de una liberalidad desordenada, agresiva y, paradójicamente, intransigente, se le exige al Estado mexicano, por parte de una minoría irresponsable y ruidosa que se haga cargo de cubrir todas las necesidades de los migrantes, ya sea que estén en tránsito o que deseen quedarse a vivir o trabajar en México. Servilismo no es fortalecer (o hasta cerrar) las fronteras, hecho que México debió llevar a cabo desde hace muchos años. Servilismo es aceptar a delincuentes, vagos y parásitos centro y sudamericanos y conseguirles los medios idóneos para que nos usen como paso o destino final arriesgando la seguridad nacional y la seguridad de todos los ciudadanos. Es un servilismo más peligroso, además, que el que pudiera llegar a tenerse con Estados Unidos: los países centro y sudamericanos no nos ofrecen nada más que su pobreza, su miseria y sus peores personas (salvo notables excepciones, pero una política pública no se diseña pensando en las excepciones). Este servilismo pretende, en última instancia, que los contribuyentes mexicanos absorban los costos de la ineptitud o violencia de los gobiernos centro y sudamericanos que expulsan a sus propios habitantes y de la situación de necesidad en la que estos últimos se encuentran, mientras millones de mexicanos están por debajo de la línea de pobreza en distintas partes del territorio nacional. Así, esta asistencia integral al migrante tiene costos económicos y sociales que cubren todos los mexicanos y que varias administraciones han aceptado temerosas de los reclamos violentos de quien hace de la justicia social un negocio o instrumento de validación personal, como muchas Organizaciones No Gubernamentales, mercenarios de los derechos humanos y todo tipo de agrupaciones y personajes radicales abanderados en el discurso progresista de un falso derecho a la migración, parásitos todos ellos de dinero público mexicano y del desgaste social de nuestro país.

Por azares del destino, casualmente alineada con los intereses egoístas de un Donald Trump que nos desprecia, la migración centro y sudamericana, que apedrea policías mexicanos, tira las puertas y exige que se satisfagan sus necesidades, que viola, asalta y amedrenta a los ciudadanos mexicanos, que ensucia las calles y que genera inseguridad en todos los puntos del territorio nacional por que sí, porque ya está aquí y porque puede, recupera su carácter de prioridad nacional. Al menos ahora tendrá que hablarse de ella y dejar de pretender que es otra cosa. Puede estarse en desacuerdo con muchos aspectos de la administración lopezobradorista, sin duda, pero reforzar la frontera sur y, en su caso, militarizarla y cerrarla de forma realmente firme no debería ser uno de ellos. No seamos serviles con el sur del Usumascinta.