Con la sobrecogedora inmovilidad del reloj ya sin pared, sobre los escombros, marcando las 7:19 horas, Pedro Valtierra capturó en esta foto la huella imborrable del sismo que golpeó a la ciudad de México y ocho estados de la República, el 19 de septiembre de 1985.

Durante minuto y medio y con una intensidad de 7.8 grados en la escala de Richter, que más adelante los científicos ubicaron en 8.1, el violento terremoto sacudió los 800 mil kilómetros cuadrados de valles, montañas y edificios donde se encuentran Guerrero y Michoacán -estados del epicentro-, Chiapas, el Distrito Federal, Jalisco, México, Oaxaca, Puebla y Veracruz.

La ciudad de México padeció la peor parte, especialmente las delegaciones Cuauhtémoc, Venustiano Carranza, Benito Juárez y Gustavo A. Madero, en las que se concentró 80% de los daños materiales. Los primeros reportes contabilizaron 366 edificios derrumbados por completo, 306 parcialmente y más de 2 mil casas seriamente fracturadas. Las delegaciones Miguel Hidalgo y parte de Coyoacán también sufrieron daños, aunque menores.

En los días y semanas que siguieron, el recuento de cadáveres arrojó más de 5 mil fallecidos en la capital y 35 en otras entidades. Un estadio de béisbol de la ciudad de México tuvo que ser habilitado como morgue. Los heridos y damnificados se contaron por decenas de miles.

Inicialmente se calculó en un cuarto de millón el número de personas que habían perdido o abandonado su hogar. Gran parte de la ciudad quedó sin agua potable, electricidad ni servicio telefónico. Las fugas de gas se multiplicaron. El pavimento se fracturó en numerosas calles y avenidas.

El Centro Médico Nacional quedó destruido; se derrumbaron la torre de Ginecoobstetricia y la residencia de médicos del Hospital General de México; cayó la torre principal del Hospital Juárez; más de 2,500 escuelas públicas y más de mil privadas sufrieron daños de diversa magnitud, afectando a una población escolar de alrededor de 650 mil estudiantes; 78 de los 208 hoteles que había entonces en la zona metropolitana resultaron dañados. El inventario de pérdidas se fue completando en los días y semanas siguientes. Al principio, todo era sorpresa y confusión.

El 19 de septiembre, en Los Pinos

"Yo estaba vistiéndome cuando empezó a temblar", relata el Presidente Miguel de la Madrid en sus memorias (1). "Unos segundos después me alcanzó mi esposa en el vestidor, donde permanecimos ese minuto y medio que resultaría mortal para tantos." La casa presidencial no sufrió daños. El Presidente bajó de inmediato a la oficina del Estado Mayor, donde le informaron que no se podría realizar la gira que

estaba programada para ese día en Michoacán: la pista de aterrizaje de Las Truchas estaba dañada. Un oficial le dijo que había serios daños en la ciudad de México. El Presidente se comunicó con los secretarios de Defensa y Gobernación, y con el jefe del Departamento del Distrito Federal. Enterado del tamaño de la tragedia, ordenó poner en marcha los planes de rescate del Ejército y la Marina.

Citó al secretario de Gobernación y pidió un sobrevuelo en helicóptero con el regente para observar de manera directa lo que estaba ocurriendo. Todo esto antes de las ocho de la mañana.

La agenda del Estado Mayor del 19 de septiembre registra que después de las 11:00, al terminar el sobrevuelo, el Presidente hizo otro recorrido en autobús por el centro de la ciudad y la colonia Doctores, dos de las áreas más afectadas. Entre las dos y las tres de la tarde condujo una reunión con miembros del gabinete legal y ampliado, en la que ordenó crear dos comisiones de emergencia, una nacional y otra metropolitana, y decretó tres días de duelo en el país.

Entre las tres de la tarde y las ocho de la noche sostuvo diversos acuerdos con el tema de la emergencia, y a las 20:10 inició un nuevo recorrido, ahora por el albergue en el Deportivo Morelos, el Hospital General 1, Gabriel Mancera, la

Unidad Tlatelolco y el Centro Médico Nacional, durante el que reiteró que las autoridades no escatimarían esfuerzos para ayudar a los damnificados. La jornada terminó en la madrugada del 20 de septiembre.

Durante sus recorridos el Presidente observó la gravedad de los daños. En sus memorias recuerda: "Miles de personas removían escombros, entre heridos y muertos, tratando de salvar vidas. Al dolor y la desesperación se sumaba el temor

por los inmuebles en peligro de caer, por la interrupción del servicio de energía eléctrica y de teléfonos, y por las fugas de agua y de gas. Se mezclaban el polvo y los incendios con el dolor y la angustia. La dimensión de la hecatombe era enorme. "[Muchos capitalinos] a través de la radio y la televisión pronto cobraron conciencia de la realidad y se volcaron a las calles de la ciudad de México en un movimiento sin precedente de solidaridad y auxilio a las víctimas. También de los estados circunvecinos llegó apoyo material y humano.

"En las áreas de desastre la ciudad era un caos: el metro se detuvo, el tránsito se desquició y en los cruceros grupos de civiles dirigían la circulación de automóviles.

Incesantemente se oían las sirenas de patrullas y ambulancias. Los hospitales públicos y privados no se daban abasto para atender a los heridos. La angustia de los sobrevivientes atrapados y el dolor y la desesperación de los familiares que buscaban entre los escombros nos embargaban a todos. La tragedia envolvía a la

nación".

Con toda honestidad admitió que "el sismo alcanzó dimensiones de catástrofe [?]

Su magnitud nos tomó por sorpresa y tuvimos que actuar sin el apoyo de un plan de emergencia a la altura de las circunstancias". Por las experiencias anteriores,

nadie había supuesto que un terremoto pudiera tener esas consecuencias.

No faltó el colaborador que en algún recorrido le dijera: "¡Presidente, aquí!, tome una pala para la foto", u otro que le propusiera medidas no negociadas, como asignar el edificio de cierta universidad o instalación militar a secretarías cuyas sedes se habían derrumbado, sugerencias que rechazaba, por irreflexivas. Miguel de la Madrid fue un Presidente de personalidad mesurada y sobria, a quien jamás le atrajo "hacer política a ritmo de salsa", como también anotó en sus memorias.

Esta sobriedad no siempre fue bien entendida.

"Al ver el desquiciamiento de la ciudad, me di cuenta de que lo primero que tenía que hacer era transmitir la sensación de que había mando, pues lo peor que puede ocurrir en situaciones como ésta es dejar que cundan la anarquía, la

agitación y el desorden. Resultaba necesario conservar la serenidad, pero al mismo tiempo mostrar decisión [?] Nadie me iba a empujar a dar de manotazos, porque un manotazo equivocado del Presidente de la República puede ser muy grave. En todo momento, pero sobre todo ante las situaciones de emergencia, creo que las cualidades personales más importantes son la serenidad y la decisión".

La resolución presidencial

El viernes 20 de septiembre a las 19:40 ocurrió un segundo sismo, de 6.5 grados en la escala de Richter. Esa noche Miguel de la Madrid envió a la población un mensaje televisado:

"Si es conveniente en todo momento mantener la unidad fundamental de los mexicanos, ésta se hace más necesaria en momentos difíciles como los que estamos viviendo.

"Yo me siento profundamente orgulloso del pueblo que gobierno, me siento profundamente orgulloso de su sentido de fraternidad, de su espíritu de servicio, de la voluntad con que están concurriendo las gentes, alojando en sus casas a los vecinos, a sus familiares, a proporcionar alimentos, a ir a los lugares de los derrumbes para ver en qué pueden ayudar. Hay gente que ha ido a comprar a las tlapalerías palas y zapapicos para colaborar en las labores de salvamento. Esto es muestra de los grandes valores del pueblo de México".

"La tragedia es grande, pero la capital de México no está arrasada; la capital de México, en grandes segmentos, está volviendo a la normalidad y, si bien lamentamos profundamente los daños y las pérdidas de vidas, tenemos que informar que la mayor parte de la ciudad de México sigue en pie y sus habitantes siguen también, de la misma manera, en pie y afrontando la tragedia con un valor extraordinario."

Algunas reseñas de la época mencionan que el Presidente se negó desde el principio a recibir ayuda del exterior. La verdad es que en su mensaje televisado a la nación, al día siguiente del primer sismo, Miguel de la Madrid dijo:

"Quiero agradecer también las manifestaciones de condolencia y las ofertas de apoyo que estamos recibiendo de países amigos. Aprovecharemos los apoyos ofrecidos en la medida de las necesidades. Ya estamos haciendo una evaluación de aquello que necesitamos más, para aceptar esta cooperación de nuestros amigos. En estas penas es cuando conocemos, apreciamos y agradecemos la amistad de gobiernos y pueblos extranjeros".

Cerró su mensaje diciendo: "Frente al luto y la tristeza, compatriotas, reforcemos serenidad, entereza y ánimo. Enterremos con pesar a nuestros muertos, pero renovemos la voluntad de vivir y restañar las heridas que hemos sufrido". Desde el 19 de septiembre la agenda del Presidente fue absorbida por el tema de los terremotos. Entre el 19 y el 30 de ese mes, incluyendo los fines de semana, la fecha de su onomástico y la graduación profesional de uno de sus hijos, el

Presidente realizó 12 recorridos por las zonas afectadas, sostuvo 10 reuniones de trabajo con sus colaboradores cercanos, 28 acuerdos, 17 audiencias, 7 entrevistas de prensa y dio un mensaje televisado a la nación: 75 actividades, más de seis por día en promedio, en torno a la emergencia. Asimismo, canceló una comparecencia programada para el 23 de septiembre en las Naciones Unidas. En los meses siguientes siguió conduciendo paso a paso las acciones que permitieron superar la situación y establecer bases para que más adelante pudieran prevenirse consecuencias similares en una crisis como ésta.

La capacidad civil ante la emergencia

El de los sismos "fue sin duda el episodio más amargo de mi gobierno", reconoce Miguel de la Madrid en otra de sus obras (2).. Ahí comenta su decisión de mantener el poder civil al mando. "En ese momento había quienes opinaban que deberíamos haber entregado al ejército la seguridad y el control de la crítica situación resultante: Concluí que el gobierno civil tenía la capacidad suficiente para afrontar el problema, desde luego con el apoyo indispensable del ejército. Asigné la responsabilidad al gobierno federal y al de los estados, así como al Departamento del Distrito Federal y participé personalmente en la dirección y coordinación de los programas de acción [?] Las fuerzas armadas en ningún momento me presionaron para hacerse cargo de la situación con facultades extraordinarias, y cumplieron con lealtad, disciplina y eficacia las tareas que les encomendamos que, por cierto, fueron ciertamente muy variadas. Esto también demostró cómo, aun en situaciones difíciles, se pudo manejar la institucionalidad civil y la disciplina y lealtad de las fuerzas armadas sin recurrir a medidas extraordinarias."

Desde los primeros momentos que siguieron al terremoto, 600 motociclistas militares recorrieron las zonas siniestradas para hacer el reconocimiento inicial de los daños. Más de 3,800 efectivos comenzaron operaciones de vigilancia y rescate en el DF, y otros 8 mil lo hicieron en las demás entidades afectadas. Durante los primeros días, una tercera parte de los soldados se dedicaron principalmente a la vigilancia y no al rescate, como lo estaban haciendo muchos voluntarios civiles, lo que motivó airadas críticas. La vigilancia, no obstante, impidió el pillaje y riesgos mayores para la población civil.

En un conmovedor reportaje acerca de los tumultos de familias que buscaban información sobre sus enfermos en las ruinas del Centro Médico Nacional, la periodista Elena Poniatowska escribió: "Lo grave es que toda la gente, desesperada, quería entrar a buscar, a meterse, enloquecida de angustia y en ese momento sí fue muy útil el control del ejército, porque si no, hubiéramos tenido que lamentar más muertes"(3).

En los días siguientes, el número de soldados incorporados al rescate y la limpieza en la capital llegó a 8,400, más otros 8,500 conscriptos del Servicio Militar que se añadieron cuando la cantidad de rescatistas civiles comenzó a disminuir.

En medio del caos surgieron líderes naturales que se comportaron de manera institucional, pues acudían con sus seguidores a los sitios que les eran afines, como escuelas, iglesias, universidades y sindicatos. No hubo violencia y sí, en cambio, una respuesta social muy positiva.

La reconstrucción

Los costos de la reconstrucción serían enormes, de alrededor de 4 mil millones de dólares tan sólo en los sectores hospitalario, educativo y de vivienda, según las primeras estimaciones. El 21 de septiembre se creó un Fondo para la

Reconstrucción de las zonas afectadas, en el que se reunieron las aportaciones que empezaban a llegar del país y del extranjero; en la administración del fondo participaron representantes de los sectores público, privado y social, y la

supervisión de donativos quedó a cargo de la Secretaría de la Contraloría y el colegio de Contadores Públicos de México, para asegurar que los recursos fueran manejados adecuadamente. El origen y la distribución de los donativos recibidos se publicaron en la prensa cada semana.

La lucha contra la inflación pasó a segundo término. El Presidente ordenó que se emitiera moneda y se presionara a los acreedores internacionales. El 27 de septiembre, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) aceptaron reorientar varios préstamos a las reparaciones por los sismos. Para octubre, la comunidad financiera resolvió diferir el pago de 950 millones de dólares del capital de nuestra deuda pública. Se obtuvieron recursos "frescos" del FMI y el Banco Mundial por 525 millones de dólares.

En un segundo mensaje a la nación, el 3 de octubre, el Presidente fijó su postura acerca de la reconstrucción: "Reconstruir no significa simplemente reponer lo que había, sino en mucho renovar, cambiar las pautas de nuestro crecimiento y de nuestro estilo de vida. Por ello, las tareas de reconstrucción tienen necesariamente un carácter nacional y deben involucrar a todos los mexicanos".

El 9 de octubre se instaló la Comisión Nacional de Reconstrucción, encabezada por el Presidente De la Madrid. Sus seis comités de apoyo se integraron con miembros distinguidos de la sociedad, con lo que se abrió el diálogo y se fomentó la comunicación con la ciudadanía. La gran movilización social que despertaron los sismos y los espacios de participación abiertos por el gobierno condujeron a una reconstrucción concertada. No se logró la descentralización en el grado que, a juicio del Presidente, México necesitaba. Sin embargo, la reconstrucción se logró sin imposiciones, escuchando a todas las voces y dejando las cosas mejor que como estaban antes de los sismos.

Con enormes esfuerzos, los electricistas lograron restablecer en 90% el flujo de la energía en una semana; para el 25 de septiembre se recuperó en 10% el servicio telefónico de larga distancia nacional. A partir de ahí, mediante enlaces se pudo establecer contacto con la mayor parte del país y con el exterior. Teléfonos de México prestó servicio gratuito en las 13 mil casetas públicas del DF. Con el sismo, la ciudad había quedado aislada del resto del territorio y del exterior. Las únicas telecomunicaciones disponibles en los primeros días fueron la radio y la televisión, y las noticias que de boca en boca llevaban y traían pilotos y sobrecargos de la aviación a los mexicanos que se hallaban en otras ciudades del país y el extranjero. Tuvimos el mayor desastre en la historia de la telefonía mundial, y fue superado con eficacia en poco tiempo.

Doce mil trabajadores del sector hidráulico repararon los graves daños de las redes de agua potable; el servicio quedó normalizado para fines de octubre.

Restituir el caudal de agua fue equivalente a construir, en pocas semanas, el acueducto subterráneo más largo de América. Durante los días de escasez la falta de agua se atendió con pipas, tanques y el reparto de cuatro millones de envases del líquido. Vecinos desesperados habían roto registros y tuberías, propiciando la contaminación del agua, por lo que se llevó a cabo una intensa campaña de cloración. Desde entonces se recomienda a la población no beber agua de la  llave, a menos que sea hervida.

El problema de la vivienda en el área metropolitana, que ya era serio antes de los sismos, con la tragedia adquirió dimensiones mayúsculas. Se estimó que cerca de 42 mil viviendas habían quedado destruidas. Los damnificados se organizaron para reclamar vivienda y protección a las autoridades. En octubre el Presidente ordenó expropiar 4,300 predios en el centro de la capital, para cumplir el deseo de los damnificados de que la reconstrucción se hiciera en los mismos lugares que habitaban; esto era muy importante para los pobladores de barrios con arraigo centenario, como los de Tepito y la colonia Morelos, zonas donde también obtenían sus medios de subsistencia.

Con el Programa de Renovación Habitacional Popular, a partir de una compleja negociación, en poco más de dos años se entregaron 42,090 viviendas nuevas, se repararon 4,210 y se reconstruyeron otras 2,500 en 150 edificios considerados monumentos históricos. El programa obtuvo reconocimiento mundial por su amplitud, eficacia y capacidad de concertación.

Con tres programas de vivienda adicionales se atendió a sectores medios de las colonias Cuauhtémoc, Roma, Doctores y Narvarte, y de las Unidades Habitacionales Adolfo López Mateos, Nonoalco Tlatelolco y el Multifamiliar Benito Juárez, donde se habían presentado daños severos. Los programas incluyeron la ocupación de viviendas disponibles de organismos de promoción habitacional y el otorgamiento de créditos para la reconstrucción o adquisición de casas y departamentos. Uno de estos tres programas fue para quienes, por diversas razones, habían quedado fuera de las demás acciones. Para 1988 quedó resuelta la demanda de vivienda de cerca de 30 mil familias adicionales a las más de 40 mil consideradas en el de Renovación Habitacional Popular. Una labor titánica, cuya efectividad se aprecia hoy en día en las numerosas casas, vecindades y edificios nuevos o reconstruidos que se mantienen funcionales en diversas zonas de la ciudad.

Los sismos habían afectado un poco más de 70 mil empleos. Una coordinación especial orientó los esfuerzos para reabrir empresas dañadas y proteger los derechos de los trabajadores. Las obreras de la confección que perdieron sus fuentes de empleos y las vidas de muchas de sus compañeras con los derrumbes en la zona de San Antonio Abad, recibieron apoyos para obtener indemnizaciones, evitar despidos, mejorar sus condiciones de trabajo y abrir talleres propios con créditos del gobierno. Incluso, el mismo día en que lo solicitaron, obtuvieron el registro de su sindicato.

El sector salud resultó seriamente afectado por los sismos. Su concentración en determinadas zonas lo hacía altamente vulnerable. El Programa de Reconstrucción de los Servicios de Salud se propuso no solamente recuperar lo perdido, sino aumentar la infraestructura y mejorar la calidad de los servicios mediante la desconcentración y modernización de instalaciones.

En concertación con los trabajadores del sector, se resolvió que un 32% de la infraestructura que se reconstruyera se haría fuera del Distrito Federal. En 1986 se comenzaron a construir cinco hospitales en municipios conurbados a la capital, la torre del Hospital Nacional de Homeopatía y el nuevo Hospital Juárez. El Centro Médico Nacional Siglo XXI se reedificó en su totalidad; este Centro Médico, junto con los renovados hospitales General y Juárez, sigue siendo orgullo de la medicina nacional y contribuye de manera sobresaliente a la investigación y la enseñanza de las ciencias de la salud.

Cuatro de cada cinco de las más de 2 mil escuelas públicas dañadas o destruidas en cuatro estados estaban en el DF. Con 2,500 aulas provisionales se logró normalizar las actividades escolares en tan sólo tres meses. Para noviembre de 1986, los 3 mil alumnos que estaban en aulas provisionales pudieron regresar a los planteles renovados. Un año después del sismo ya se habían reconstruido o rehabilitado más de 1,700 escuelas.

Lecciones de los sismos

La experiencia de 1985 tuvo efectos importantes, perceptibles hasta nuestros días. Ahora existen en todo México planes y organismos de protección civil nacionales y  locales para prevenir desastres de gran magnitud. Para las jóvenes generaciones resulta habitual participar regularmente en simulacros de desalojo de edificios; en las instalaciones gubernamentales y en prácticamente todos los grandes centros de trabajo existen brigadas permanentes de rescate que son periódicamente capacitadas en primeros auxilios, desalojo de personas y control de emergencias.

Los cuerpos de rescate civiles y oficiales son más numerosos y están mejor preparados. Es común que nuestros rescatistas -no pocos de ellos formados en la experiencia de 1985, como el grupo conocido como "Los Topos"- acudan en auxilio de poblaciones extranjeras afectadas por fenómenos naturales, como ha ocurrido en Haití, Chile, Turquía y otros países, y desde luego en emergencias dentro de nuestro territorio.

La ciudad de México tiene un nuevo rostro arquitectónico, con edificios más funcionales y seguros. Los reglamentos de construcción en el DF y otras zonas sísmicas contienen especificaciones mucho más rigurosas, y la exigencia de instalar escaleras y salidas de emergencia.

Las movilizaciones de grupos organizados de la sociedad afianzaron en la población civil la conciencia de la prevención y fortalecieron su vocación de solidaridad y participación. Algunas organizaciones de entonces evolucionaron hacia la participación política. Muchos de los líderes naturales surgidos en 1985 ocupan cargos de responsabilidad en el gobierno de la ciudad de México. El diálogo y la apertura mostrados por el gobierno en aquel tiempo y la voluntad de la población de mantenerlos vigentes siguen caracterizando a la nueva época de democracia que se vive en la capital y en todo México. La autoridad civil está ahora mejor preparada para proteger a la población e incorporar la iniciativa social en la prevención de riesgos naturales.

1 Miguel de la Madrid Hurtado, con la colaboración de Alejandra Lajous, Cambio

de Rumbo. Testimonio de una Presidencia, 1982-1988, FCE, México, 2004.

2 Miguel de la Madrid Hurtado, El ejercicio de las facultades presidenciales,

Porrúa-UNAM, México, 1999.

3 Elena Poniatowska, La Jornada, 26 de octubre de 1985