Antes que nada una puntualización: No trabajo para la industria de bebidas carbonatadas. No tengo clientes, ni intereses, ni relación alguna con esta industria.

Es sabido que las complicaciones de la obesidad y el sobrepeso, como la diabetes y las enfermedades cardiovasculares, son la principal causa de muerte en México y en muchos países del mundo.

Los costos de la enfermedad misma, las discapacidades que genera, así como el impacto a la productividad, las han convertido en un importante foco de alarma para las autoridades sanitarias de muchas naciones.

La decisión de poner en marcha un impuesto a los productos ?de alto contenido calórico? suena lógico a priori: Si penalizamos el consumo con un mayor precio, la gente consumirá menos y con ello el problema de salud disminuirá.

Sin embargo, a dos años de instaurado, el ?impuesto al refresco" ha probado ser un rotundo fracaso.

Pero si el consumo de algunos de estos productos ha disminuido y decenas de miles de millones de pesos se han recaudado en impuestos ¿porqué digo que es un fracaso?

Simple: No existe información que pruebe que ni la obesidad, la diabetes o la mortalidad cardiovascular hayan disminuido como consecuencia de semejante política.

Las consecuencias de trabajar sin objetivos

Cuando recién se implementaba esta medida fiscal, el periodista Sergio Sarmiento preguntó a las autoridades hacendarias cuál era su objetivo de reducción de peso de la población. Sencillamente no supieron qué responder.

De hecho, Sarmiento lo ha preguntado en más de tres ocasiones. Ninguna autoridad ha dado un cifra deseada de descenso ponderal o porcentajes de glicemia (glucosa en sangre).

¿La razón? Sencillamente? no lo saben.

La cifras objetivo (en salud) no se encuentran plasmadas en ningún documento de este sector o en ninguna política pública. De hecho, sorprendería que la tuvieran, ya que no existe algún estudio que correlacione directamente la pérdida de peso de una población con la elevación del precio de un refresco o un alimento hipercalórico específico.

En cualquier empresa pública o privada, trabajar sin objetivos es un sinsentido, a menos, claro, que lo que se busque sea un mensaje subjetivo o popular (¿populista?).

En el mejor de los casos, el impuesto al refresco se aplicó (se impuso) con la mira de ?veremos qué pasa? con la salud de la población. En contraparte, el objetivo recaudatorio en dinero fue muy puntual y fue cuidadosamente calculado.

El pasado 19 de Junio se dio a conocer un estudio realizado por la Universidad de Carolina del Norte que determinó que la reducción del consumo de bebidas azucaradas llegó al 12% a finales de 2014. Esto se consideró un éxito.

Sin embargo, con esta cifra, la reducción del consumo real, sería de tan solo de 21 kcal por habitante. Una dieta promedio de un adulto debe ser de 1,800 a 2,100 kcal y la FAO calcula que los mexicanos con sobrepeso consumen alrededor de 3,100.

Este estudio no habla sobre un objetivo de pérdida ni sobre el impacto en el peso de los mexicanos.

Unos meses antes, un estudio realizado por la Asociación Nacional de Productores de Refrescos y Aguas Carbonatadas (ANPRAC) hablaba de una reducción del consumo de tan solo 2g de azúcar por habitante.

Hasta el momento, no existe un solo reporte realizado por alguna autoridad, grupo científico o académico que muestre efectos positivos en la pérdida de peso de la población. Los comentarios a favor se centran en una supuesta victoria, al haber abatido el consumo de refrescos (lo cual se dio en un inicio, antes de repuntar) y no en un análisis sobre el consumo calórico o sus efectos medidos en la salud.

Un argumento simplista

Quizá el segundo mayor error de esta política, después de la falta de objetivos, es el haber sobre-simplificado el problema con una causalidad muy sesgada.

Cuando se ha soslayado un problema y éste explota de repente, se tiende a buscar culpables. Hablando concretamente de obesidad infantil, el "gran culpable" inmediato tuvo que ser la ?comida chatarra?, en particular (o digamos, convenientemente) la proveniente de grandes empresas privadas y/o extranjeras.

En el año 2010, el Dr. Agustín Lara Esqueda, entonces Director del Centro Nacional de Vigilancia Epidemiológica y Control de Enfermedades de la Secretaría de Salud, dio a conocer una importante encuesta que demostraba tres hechos incontrovertibles:

1) Más del 50% de los alimentos que se expenden en las tiendas y cooperativas escolares son de origen ?casero?, producidos o cocinados allí mismo por los mismos maestros o autoridades del plantel. La característica fundamental de estos productos: son fritos en aceite.

2) La mayor parte de los niños en edad escolar se encuentran sobrealimentados (en términos calóricos) por la rutina alimentaria de la familia y las actividades del día.

3) La cantidad de ejercicio y actividad física que los niños realizan en la escuela, no alcanza las expectativas mínimas de los objetivos de la SEP. Los niños mexicanos no se mueven.

La conclusión era clara: los ?alimentos chatarra? sí juegan un papel importante en la generación de obesidad en los niños, pero la cultura de lo que comemos en familia y cómo lo comemos? también.

Aunque solemos dar por hecho que nuestro ambiente familiar es intrínsicamente seguro y que las tradiciones mexicanas, ?tan nuestras?, son saludables (ignoro de dónde nace semejante idea), es importante hacer notar algunas peculiaridades que sumadas, indudablemente influyen en la obesidad de nuestra población:

* El abandono temprano de la lactancia materna, a cambio de una fórmula láctea que seguramente es endulzada con miel de maíz en el biberón.

* La abundante ingesta de atoles como sustituto de la leche, desde la primera infancia.

* La ingesta rutinaria de refrescos, ojo: no sólo en la escuela, sino como bebida de uso común en casa.

* La ingesta de ?aguas frescas? caseras, las cuales se preparan con dosis de azúcar iguales o mayores a las de los refrescos.

* La rutinaria saborización de la leche con aditivos como el chocolate (y la dosis concomitante de azúcar).

* La combinación de diversos carbohidratos en tamales, tortas, tacos y otros platillos elaborados a base de harinas refinadas. Muchos niños asisten a la escuela habiendo desayunado una torta de tamal, la cual se puede comprar? afuera de la escuela.

*La escasez y desprecio de nuestra cultura hacia la ingesta de verduras y frutas.

* La ausencia casi total de pescado en la dieta de la población en México.

En el colmo del absurdo, productos de ?alto contenido calórico? como el pan de dulce, las tortillas y el pan blanco de panadería quedan exentos de este impuesto y a una cooperativa de refrescos se le prometen importantes subsidios compensatorios. ¿La razón? Son industrias y negocios mexicanos.

¿Dónde están los bebederos?

Quizá uno de los puntos que más molestan del impuesto al refresco, es la mentira que existe detrás de una promesa:

Al momento de anunciarse esta medida, se dijo que los recursos obtenidos (más de $34,000 Millones de pesos) se destinarían a proveer de bebederos con agua purificada a las escuelas públicas de México; con ello, los niños contarían con acceso a agua limpia y no tendrían que comprar refrescos o agua embotellada.

Hasta el momento, no hay evidencia documentada de que se haya colocado un solo bebedero en escuelas primarias o secundarias, con dinero proveniente de este impuesto (la UNAM ya lo hizo, con sus recursos propios).

Al final del día, el impuesto al refresco y a la ?comida chatarra? ha sido, como se pronosticó, solo una política fiscal recaudatoria:

 * Sus efectos sobre el consumo en unidades (y valores) han sido marginales

* Sus efectos sobre el consumo calórico son insignificantes

* Sus efectos deseados sobre la salud son y seguirán siendo desconocidos, debido a una falta de objetivos de base y a un mecanismo directo de medición

 El combatir el sobrepeso, la obesidad y la diabetes son fundamentales para mantener la salud de la población presente y a futuro; sin embargo se requiere de una visión integral del problema y no solo una política absolutista y maniquea, que pretende penalizar el consumo de productos, aplicando políticas fiscales desiguales.