Ser habitantes del Distrito Federal es, sin duda, una experiencia particular. Hablamos de la entidad federativa más pequeña del país, con apenas 1,495 km2. Sin embargo, con casi 9 millones de personas, es la segunda con mayor densidad poblacional del territorio nacional: aproximadamente 5,870 habitantes por km2. Es, además, la capital del país y sede de los Poderes de la Unión.

Aunado a esto, el gran movimiento económico, político y social que se da en el DF, provoca que la demanda de nuevas viviendas, al año, sea de entre 45 y 48 mil; lo cual en una ciudad como la nuestra, además de resultar muy complejo, debido principalmente a la falta de espacios adecuados, genera otras problemáticas sociales derivadas del exceso poblacional y el hacinamiento, como el tránsito cotidiano o la inseguridad; por citar sólo algunos aspectos que ya se han vuelto parte de la vida diaria de los capitalinos.

 

En virtud de lo anterior, me parece muy importante abundar sobre el tema del crecimiento urbano y su relación con la vivienda en esta Ciudad de México; aspecto recurrente y actual, cuya problemática más inmediata nos remonta al boom poblacional de finales del siglo pasado, el cual provocó que en tan sólo dos décadas (de 1990 a 2010), la población de zonas metropolitanas del país creciera en más de 20 millones de habitantes, lo que impactó de forma trascendente al DF, pues se generó la implementación de infraestructura habitacional sin ejes o límites claros de diseño y planeación.

¿Pero cuál fue el factor detonante? Después de los daños causados a las estructuras capitalinas por el terremoto de 1985, muchas zonas de la ciudad quedaron derruidas, lo que resultó en que, tanto viviendas como edificios, se volvieran prácticamente inhabitables.

La estrategia del entonces Departamento del Distrito Federal fue reubicar a quienes perdieron sus viviendas en zonas en las que los terrenos baldíos permitían el levantamiento exprés de conjuntos habitacionales, sin un reglamento adecuado. En otros casos, los damnificados del sismo fueron reinstalados en colonias que no contaban con los servicios básicos.

Por lo anterior, y debido a que las construcciones tenían como objetivo albergar a la mayor cantidad de personas posibles y de forma inmediata en los espacios disponibles, los inmuebles, en su gran mayoría, eran sumamente reducidos.

¿Y qué provocó todo esto? La respuesta más clara se puede dar con el ejemplo de Tepito. La redensificación de la zona, que históricamente había sido un barrio de vecindades, con pocos espacios de esparcimiento y asilo principalmente de los comerciantes de la zona, introdujo un gran número de pobladores externos quienes tuvieron que ubicarse en el poco espacio destinado para ellos en los sitios disponibles.

Familias enteras en cuartos pequeños de las vecindades más antiguas que lograron sobrevivir al terremoto. Terrenos hasta poco antes deshabitados, fueron ocupados por construcciones improvisadas de cartón y lámina con escasas tomas de agua potable; lo que dio paso, inevitablemente, a un comercio ambulante e informal que garantizara un modo de subsistencia ínfimo a los nuevos habitantes. En eso se convirtió Tepito.

¿La consecuencia? Altos índices de delincuencia e inseguridad provocados por el gran número de pobladores y la falta de oportunidades de desarrollo: adultos, jóvenes e incluso niños que, por las pésimas condiciones de sus viviendas, evitaban estar en casa el mayor tiempo posible, lo que propició el surgimiento de pandillas y bandas.

Ahora el tema vuelve a ser foco de atención, pues el gobierno capitalino tiene en mente un proyecto de redensificación, cuyo propósito es el fomento de la construcción de unidades habitacionales en colonias que considera ?subutilizadas?, como el caso de la Doctores o la Obrera, ubicadas en el centro de la ciudad.

 

El plan contempla, principalmente, cuatro elementos indispensables para que las viviendas puedan ser construidas: transporte público estructurado, escuelas, instalaciones médicas, agua potable y drenaje suficiente.

Se espera, además, ponderar el uso de suelos mixtos, de modo que, tanto las unidades como los edificios por construir, cuenten también con locales comerciales y de servicios.

En papel, el proyecto promete sólo éxitos. No obstante, los resultados, al final, podrían ser muy lejanos a lo contemplado; pues no debemos olvidar que un alto índice de concentración poblacional trae consigo problemas difíciles de resolver, como lo es la permanente falta de agua potable y la carencia de espacios de convivencia en algunas colonias de la Delegación Iztapalapa, por citar otro ejemplo.

La experiencia de Tepito es prueba, además, de la descomposición social y los peligros que muchas viviendas minúsculas en terrenos cada vez más hacinados pueden provocar.

Ante este panorama, considero que lo que se necesita es pensar en nuevos esquemas de diseño y desarrollo de viviendas, en los que se considere, de manera indispensable, la participación activa de la ciudadanía, pues es a fin de cuentas a ella es a quien se tiene que responder.

 Recordemos que uno de los ejes del gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto es proveer de vivienda digna a los mexicanos. Con eso, me pregunto, ¿es digna la propuesta del Gobierno del Distrito Federal de proveer viviendas de un solo cuarto para toda una familia, en una unidad habitacional de 1,500 departamentos, con todas las carencias que ello conlleva?

La economía es importante, el adquirir un patrimonio propio es una preocupación genuina dentro de los capitalinos, pero los ciudadanos que habitamos el Distrito Federal no somos sólo números, ni mucho menos una boleta electoral. La redensificación debe responder, por lo tanto, no sólo al aprovechamiento de recursos y la eficiencia monetaria, sino, como agente primordial, al bienestar y respeto de los miembros de las familias del Distrito Federal en el corto y largo plazo.