Inicialmente había pensado en escribir esta columna indicando que lo mejor para México era seguir los principios de autodeterminación de los pueblos, no intervención en asuntos extranjeros y la solución pacífica de los conflictos. En ese caso, lo pertinente era no reconocer a Guaidó y en lugar de ello convocar a un encuentro en el que primara el diálogo y cuyo fin fuera la construcción de acuerdos con el propósito de alcanzar una solución para ambas partes.
En ese escenario, México y un grupo de países más, como Uruguay y otros de la Unión Europea, fungirían como mediadores de la controversia.
Estuve de acuerdo con lo que dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador sobre que en México existe un contexto histórico. Durante la intervención francesa los conservadores de ese entonces se trajeron de Europa a un príncipe, Maximiliano de Habsburgo, para que gobernara México. Si bien es cierto que el tipo era un progresista (casi les sale el tiro por la culata a los conservadores de ese siglo), ese europeo no había sido designado ni elegido por el pueblo de México para que gobernara nuestra hermosa nación. Simplemente había sido un privilegiado que nació en cuna de oro, en el seno de la nobleza, y que unos loquitos que querían conservar sus privilegios se trajeron a fin de conservar sus prerrogativas.
Ya conocemos la historia. No les funcionó y la república fue restaurada.
Pues bien, ese episodio es el sustento histórico del por qué el gobierno de México no reconoce a Juan Guaidó como legítimo presidente de Venezuela. En el siglo XIX, en nuestro país, algunos anti demócratas decidieron reconocer el gobierno de Maximiliano y desconocer el de Benito Juárez. Si hoy México desconoce al gobierno de Nicolás Maduro, estaríamos haciendo lo mismo que los conservadores nos hicieron en ese entonces.
Además de ese episodio histórico, considero que cualquier demócrata estará de acuerdo en que no se puede reconocer a un loco que de la nada sale y se auto proclama el nuevo presidente de un país. Para serlo, necesita legitimidad, ser reconocido por la mayoría del pueblo en elecciones libres y limpias de corrupción. No es el caso de Juan Guaidó.
Sin embargo, debemos reconocer los siguientes puntos:
1.Estados Unidos sigue siendo la primera potencia económica mundial y su influencia es abismal. Si ellos decidirán boicotear a México por mantenerse neutrales en este conflicto, podrían causar desastrosas consecuencias para nuestra economía. A manera de espanto o quizá amenaza, Fitch Ratings bajo hace unos días la calificación crediticia de Pemex, provocando incertidumbre entre los inversionistas y dando pábulo para que los conservadores de nuestros días ataquen al gobierno de AMLO acusándolo de ineficiente. Si todas las demás calificadoras de riesgo se unieran a Fitch Ratings, podrían provocar la fuga de capitales extranjeros de nuestro país ocasionando aciagos resultados para México.
2.Nicolás Maduro es un presidente que, aunque legítimo en las urnas, ha sido un incompetente. No ha sido capaz de llevar prosperidad a su pueblo, ni ha sido capaz de traducir todas las ingentes reservas naturales de Venezuela (oro, coltán, petróleo) en beneficios tangibles para los ciudadanos de ese país. Además, no goza del reconocimiento mundial, cosa que en nuestro mundo globalizado es muy importante. Por si fuera poco, es un payaso que un día sí y al siguiente también dice pura tarugada, como cuando dijo que habló con un pajarito o cuando dijo que había viajado al futuro. Como consecuencia de su ineptitud, decenas de miles de venezolanos han emigrado, casi huido, a otros países.
3.Muchos países ya se han alineado a un bando u otro, apoyando a Maduro, llamando al diálogo o abiertamente repudiando al todavía presidente de Venezuela. Se vive un ambiente de tensión en el mundo. Algunas voces incluso sugieren el inicio de la tercera guerra mundial, lo cual, a todas luces, debe ser evitado.
En este momento histórico lo más importante para México es que nuestro país se ponga las pilas en asuntos internos, como el combate al narcotráfico, a la corrupción, los programas sociales, promover el turismo, propiciar la creación de empleos, fomentar el desarrollo sustentable, etc., antes que andar de mediadores en un asunto que no nos corresponden.
Por lo anterior mencionado, considero que lo mejor que podría hacer nuestro país sería reconocer a Guaidó y ya. Pero no reconocerlo como legítimo presidente de Venezuela, sino como una figura de oposición importante que sea copartícipe en la organización de nuevas elecciones libres en el país suramericano.