Muchísima gente puede estar en desacuerdo con las “mañaneras” (conferencias informativas que da el presidente López Obrador por las mañanas), lo que destaca de la crítica a las mismas, por la octogenaria Elena Poniatowska, es que no se trata de una señora del montón, sino de una persona brillante, que se ha destacado como cronista (me encanta “Todo empezó el domingo”) y como literata (aunque su obra literaria realmente no me agrade); quien, además, a su elevada edad se mantiene lúcida y activa.

A partir de sus opiniones negativas hacia las conferencias “mañaneras”, han ocurrido dos fenómenos: 1. Los ideólogos de la derecha se han colgado de sus palabras para acusar que las “mañaneras” deben desaparecer, porque son demagógicas, con ruedas de prensa “a modo” y que no las ve nadie, y 2. Algunos simpatizantes de la izquierda dogmática la han agredido despiadadamente, diciéndole entre otras cosas que es “una vendida” y que mejor se regrese a su país (nació en Francia).

Aunque el INE no lo crea, no existen pruebas de que Presidencia suelte “chayotes” a los periodistas que acuden a las “mañaneras (donde hay de chile, dulce y de manteca, pues lo mismo lo confrontan, lo alaban, que le hacen preguntas de béisbol, como el compañero Alejandro García “el Púas”, de El Deforma).

Ahora bien, el hecho de que muchas personas no vean las “mañaneras”, no es motivo para que presidente deje de informar a la ciudadanía, diariamente, sobe sus labores; lo mismo que, aunque yo no vea las películas de Eugenio Derbez, éstas deberían sacarlas de cartelera. Hay gente pa’ todo.

Lo que resalto aquí, es que la intelectual orgánica no está opinando lo que se supone debería opinar, según el esterotipo que le han creado (desatando la furia de la izquierda dogmática) y es por ello que cuenta con todo mi apoyo y simpatía.

No sé qué opinaría su célebre y ya difunto colega Carlos Monsivais, sobre la 4T, pero siendo congruente con su personalidad irónica y contestataria, seguramente ya le habría soltado dos que tres guamazos al “Peje”, por las malas puntadas de Gatell y la exoneración del General Salvador Cienfuegos, a pesar de ser otro ícono de la izquierda mexicana.

Elenita, la “Poni” o como usted guste apodarle, ya se había convertido en un aburrido cliché político-social, absolutamente predecible (tipo Paco Ignacio Taibo II), al grado que hasta le hicieron su fundación, deslizándose ligeramente hacia la solemnidad. Por un acto de libre asociación psicoanalítica, su nombre se había vuelto sinónimo de café de Coyoacán, morral, literatura comprometida, comida orgánica, ropa típica regional, comité de base, perspectiva de género, poesía náhuatl, cerveza artesanal y un montón de cosas horrendas y detestables.

Yo le sugeriría que, además de pronunciarse contra las “mañaneras”, se pinte el cabello de rosa, ingiera “gomichelas” y se confiese fan de Bad Bunny.

Ahora bien, Elena Poniatowska tiene derecho a no ver las “mañaneras”, tanto como el presidente a transmitirlas, así como Ricardo Anaya tiene derecho a hacer giras por la República, Brozo y Loretito a irse a los Estados Unidos y Felipe Calderón a servirse otra bien cargada.

Lo que nadie tiene derecho es a robar (menos a los pobres, ¡un saludo a Rosario Robles!) y a matar (o ser cómplice de asesinos), como varios ex presidentes de México, y uno que otro servidor público, como Miguel Ángel Mancera, quien, no solo se hizo de billetes con compañías constructoras corruptas, sino que defendió públicamente y liberó a los policías extorsionadores del Sector Hormiga de Azcapotzalco, que mataron en vida al estudiante Marco Antonio Sánchez, quienes (junto con el ex jefe capitalino) siguen libres. A esos hay que ponerlos a meditar sobre su comportamiento dentro de una bonita celda.