Hay personas de las que me prometí no escribir nunca: Lilly Téllez, Carlos Loret de Mola, “Brozo”, Fox, Javier Lozano y Denise Dresser, entre otras; en primer lugar, porque no representan nada para nadie; en segundo lugar, porque se desviven por atraer reflectores y no veo razón alguna para darles promoción.

Sin embargo, y contra mi voluntad, ahora estoy escribiendo sobre uno de esas personas: Ricardo Anaya, ex candidato presidencial por el PAN, ya que su gira por el país ha desbordado los límites del ridículo, y es inevitable no sentir una tremenda ternura por “Canallín”.

No me queda claro si lo va a respaldar un partido político, si va como candidato independiente o si los empresarios de la derecha lo van a imponer mediante un golpe de Estado, el caso es que Ricardo Anaya (cuya osadía no sé si en realidad sea inconsciencia extrema) ya se lanzó por una gira por la República, publicando videos chafísimas, patrocinados por quién sabe quién (al menos, sabemos que Felipe “Borolas” Calderón se patrocina solo, pues es narco).

Lo que genera una morbosidad tremenda, es la inveromilitud de su propaganda audio visual, al grado que “Keeping Up whit the Kardashian” son la cumbre del documental realista en comparación con sus ingenuos videos.

Para comenzar, “Canallín” es cero carismático. Cuando contendió contra el “Peje”, los puntos que obtuvo no fueron por tocar la guitarra ni por boxear en camisa, sino por su agresividad en los debates, que aderezaba con datos falsos. Es el menos indicado para encabezar una pre-campaña, donde pretende convivir con el pueblo; es como si Bernie Sanders retara a una madriza a Mike Tyson.

Estoy seguro que ni Laura Bozo arranca tanta antipatía entre la población, con su notoria falsedad, que pretende pasar por autenticidad, acariciando burritos campiranos con su sonrisita de evangélico que reparte “La Atalaya”. Me recuerda cuando, en el reality show “Big Brother”, un participante, apodado el “Rasta”, picaba unos chiles y decía, con lágrimas en los ojos: “Qué chido, nunca había hecho una salsa”.

Como un millennial tardío (de esos que acaban de descubrir que la X del iPhone no es una equis, sino un diez en números romanos), Ricardo Anaya visita el fantástico mundo de los pobres, hace caras de asombro ante unos tacos de suadero, le extiende la mano a chavos banda que se la rechazan y pernocta en el jacal de un campesino (notoriamente pagado) quien asegura: “Don Ricardo de seguro no pudo dormir, porque el gallo estaba cante y cante”.

Vamos, los acarreados de Gilberto Lozano, en su fallido plantón de Frenaaa, parecían más genuinos que los videos de “Canallín”. No tan solo me conmueve la exagerada falsedad de su gira y sus spots, sino la pretensión de que, con su arcaica estrategia política, va a conmover el corazón de la raza.

El hecho de que el “ñor” viva en Atlanta, Georgia, Estados Unidos, no lo exculpa de desconocer los trucos propagandísticos de campañas políticas anacrónicas, desde que el PRI era un dinosaurio que acababa de salir del cascarón, con candidatos en tractor, portando cascos de obreros, besando bebés, boleando zapatos, comiendo tacos con albañiles. ¿Qué no hay nadie cercano suyo que lo estime, que le diga que lo que está haciendo aburre, que está gastadísimo, que todo mundo desprecia?

Al parecer, el “lavador de dinero” no se ha percatado de todo el rechazo que genera con su campañita, a su de por sí grisácea personalidad.

 ¡Mi vidooo!