Muere Jean-Claude Carrière, el guionista de las películas de Buñuel

Ni todos los argentinos son mamones, ni todos los muertos recientes fallecieron por covid-19.

Por si no se han dado cuenta, les aclaro: Soy punk, nací punk y moriré punk. Idolatro a la gente conflictiva, provocadora, genial, defectuosa, despreciada, despreciable; son mis maestros y mis guías, no la gente intelectualoide, fufurufa, fifiresca, políticamente correcta (¡fuchi guácala!)

Esta semana partieron al inframundo dos verdaderas mentes subversivas: el guionista cinematográfico francés Jean-Claude Carrière, y el editorialista pornográfico norteamericano Larry Flynt, de quienes haré una breve semblanza, con el fin de divulgar el gusto por el mal gusto y la cultura de la contra-cultura.

Jean-Claude Carriere

Reunión en 1972 de grandes del cine. De pie, con barba, Jean-Claude Carrière; sentados, Alfred Hitchcock, Luis Buñuel, Billy Wilder

Está ligado al surrealismo, movimiento artístico que se rebeló contra la estética conformista y complaciente de principios del siglo pasado. Su ideal fue la libertad, expresada en símbolos surgidos del inconsciente (en aquel entonces, recién descubierto por Sigmund Freud). Sus bases fueron el humor, la provocación, la expresión artística automática, el erotismo, el absurdo, el terror, el mundo onírico.

Carrière colaboró con varios directores experimentales y provocadores: Jean-Luc Godard, Louise Maille, Luis García Berlanga, etc., pero, sobre todo, con Luis Buñuel: “Diario de una camarera” (1964), “Bella de día” (1967), “La Vía Láctea” (1969), “El discreto encanto de la burguesía” (1972), “El fantasma de la libertad” (1974) y “Ese obscuro objeto del deseo” (1977, la última película de Buñuel).

Las he visto todas, pero mis favoritas son las más irracionales. “El discreto encanto de la burguesía” cuenta la historia de un embajador (Fernando Rey) que no puede reunirse con seis amigos burgueses (a pesar de numerosas citas) por una serie de accidentes, donde intervienen personajes imprevistos: guerrilleros, sacerdotes, militares, etc.

“El fantasma de la libertad” es, probablemente, la película con mayor presupuesto que filmó Buñuel. Sin una trama lineal, una escena nos lleva a otra, dentro de una situación que nada tiene que ver con la anterior (no coinciden personajes, espacios ni épocas). Comienza con el fusilamiento de un cuadro de Goya, que está adornando el consultorio de un dentista, y de ahí se sigue, en una avalancha de skateches (mi favorito: un grupo de ejecutivos cagan juntos en una mesa rodeada de escusados, uno de ellos se levanta y se va a comer a un privado).

Yo vi esa película en la Alianza Francesa, acompañado de mi amigo colombiano José Luis Zapata. Cuando llegamos, la película ya había iniciado y cuando se encendieron las luces, comenzamos a dar nuestras interpretaciones. Curiosamente, llegamos muy temprano (y no muy tarde, como creíamos), viendo los últimos minutos de la función anterior, pues la película inició, antes de que abandonáramos la sala cinematográfica (ejemplo de que el surrealismo puede salir de la pantalla e instalarse en las butacas).

“Ese obscuro objeto del deseo” es la descripción exacta del llamado “amor loco” (obsesión por una persona a la que uno le es indiferente), en este caso, de un viejo (Fernando Rey) por una jovencita (interpretada por dos actrices diferentes: Carole Bouquet y Ángela Molina), bajo el ambiente del terrorismo.

Larry Flynt

El director checoslovaco Milos Forman filmó en 1996 la película “Larry Flynt, el nombre del escándalo”, protagonizada por Woody Harrelson (Milos Forman, por cierto, también filmó “Valmont” en 1989, con guion de Jean-Claude Carrière), al parecer, este director tiene debilidad hacia las biografías de personajes tan enloquecidos como él, pues en 1999 filmó “Hombre en la Luna”, sobre la vida del controvertido cómico Andy Kaufman, protagonizado por Jim Carey (en Netflix hay un documental al respecto: “Jim & Andy”).

Larry Flynt inició su carrera empresarial en los 70, como propietario de clubs nocturnos con shows de streep-tease, y luego incursionó en la industria editorial con la revista Hustler, parecida al Playboy, pero con un contenido más duro, con representaciones de sexo explícito, humor políticamente incorrecto y una postura crítica hacia el conservadurismo norteamericano (tenía la sección “el rincón del asshole”, donde un personaje fifí salía del culo de una mula). Su símbolo: un castor con casco de obrero, dejando en claro que la revista estaba destinada a un público de clases bajas.

Enjuiciado por el gobierno por obsceno, Flynt luchó por la libertad de expresión y fue atacado por un francotirador, afuera de los juzgados, quedando en silla de ruedas, medicado por narcóticos (a los que su esposa Althea (en la película, Courtney Love) se hizo adicta.

Hacia finales de los 70, un primo tenía una revista Hustler, cuando vivía con su mamá (escondida, of course; como escribió una feminista: “Todo lo que un hombre guarde en el cajón de los calcetines y no sean calcetines, es pornografía”), de la que recuerdo a Darth Vader (el villano de “La Guerra de las Galaxias”) sometiendo con sadomasoquismo ¡a la justicia! Con los ojos vendados y su balanza; toda maquillada de blanco (salvo la vulva, que era roja). Además de excitante, me parecía que Hustler (estafador, en español) era mil veces más imaginativa que Penthouse y Playboy (su competencia en los puestos de revistas).

Pero lo que más apreciaba de la revista, era su humor negro, descarnado, salvaje, de pésimo gusto, sin concesiones. Parecía que la revista estaba destinada a aquellos que de adolescentes se divertían con la revista Mad y las películas cómicas vulgares de estudiantes cachondos.

Recuerdo, entre otros cartones, a la familia de negros que tenían cabezas de ratas decorando su casa, como trofeos de caza; al ciego que lee una Hustler en braile, con un montón de mini-senos; a los extraterrestes que se saludan con los penes con manos; al individuo que se aleja de una monja que porta el letrero: “Pregúntame qué opino de sexo”, cubriéndose los testículos de dolor; a los cazadores que encuentran unos testículos sangrantes en su trampa para osos.

Si después de estas líneas no buscan desesperadamente las películas de Jean-Claude Carrière, ni los libros de humor de Hustler, ni la vida de mis anti-héroes (ni la mía), habrán servido de nada.