Vivimos un sospechosismo crónico y endémico que ya tiene harta a la opinión pública. Ya estamos en la tesitura de que nadie es inocente hasta que demuestre que no es culpable de algo que cualquiera puede suponer es un delito que cometió.

La fantasiosa investigación policiaca de la revista Proceso en su última edición siguiendo la ruta del dinero Monex por todo el mundo y sus conexiones con el crimen organizado y el lavado de dinero, dejó a Ian Fleming, el prolífico escritor que se ha hecho célebre con los estereotipos de intriga internacional que resuelve con audacia, talento, fuerza e inteligencia el indestructible James Bond, en calidad de autor de cuentos infantiles.

Hoy los mexicanos descubrimos conjuras maquinadas por sectas que dejan a los Templarios del Código da Vinci como si fueran Boy Scouts. Un caso paradigmático es la que refiere Jenaro Villamil en un artículo, porque no es un análisis, donde crea una tesis más alambicada que el segundo tirador en contra de Luis Donaldo Colosio sobre el “fraude” cometido por Erwin Lino, David López y Roberto Calleja, todos ellos personajes estrechamente cercanos a Enrique Peña Nieto, en contra de un segundón dueño de una televisora de cuarta de apellido Aquino; y que le publicaron en la interesante página electrónica SinEmbargo.mx.

La trama de Villamil es un fuego de artificio sin pies ni cabeza. Su título da cuenta del sospechosismo que menciono al principio de estas notas: La Mano Dura de Peña.

Mano dura contra un mediocre propietario de una televisora de cuarta en California? Por favor señor Villamil, tenga respeto a los lectores que le quedan. ( en próxima columna me ocuparé de informar a mis improbables lectores quién es y cuánto influye este truculento personaje.)

Mano dura la que operará al iniciarse el próximo sexenio contra los centros nerviosos del crimen organizado. Una estrategia de seguridad nacional del nivel, toda proporción guardada, como la que opera en Estados Unidos, Israel o Alemania. No contra un pillastre de tercera como el tal Aquino.

Pero esa psicosis de sospechosismo endémico y crónico es la que está generando la actitud paranoica de Andrés Manuel López Obrador.

El video que tanto ha molestado a la opinión pública y a quienes sin su autorización fueron utilizados en él es una osadía que no calcula sus consecuencias legales.

Señala los estados de la república en donde los gobernadores operaron a favor del PRI con la compra de votos. Y, por citar dos casos de cinco que señala, en el video se afirma que en Veracruz y el Estado de México el manejo de Monex y la compra de votos fue en realidad una operación de lavado de dinero.

Pero donde están las pruebas de que los señores Duarte y Eruviel Ávila, titulares del poder ejecutivo en las entidades mencionadas, son culpables de un delito tan grave como el lavado de dinero.

Te acuso, no pruebo, pero eres culpable. Es el silogismo jurídico de López Obrador. Paradójicamente con esa misma lógica operaba un neoliberal de lo peor como el pillo de cuello blanco de Luis Téllez, que convocaba a periodistas estadounidenses para asegurarles el gobierno mexicano, sin que su jefe Ernesto Zedillo lo supiera por supuesto, no metía la mano por algunos gobernadores que él sospechaba que tenían vínculos con el narcotráfico.

La sinrazón une los extremos. Un mártir de los pobres como se llama López Obrador, utiliza la misma táctica difamatoria que un adocenado servidor de la oligarquía más abominable del país como es Luis Téllez.

López Obrador y Luis Téllez están obligados a probar sus dichos. Si no lo hacen caerán en la tipología de los conspiradores que hace unos días Jesús Silva-Herzog Márquez documentó magistralmente en un análisis que publicó en su columna que aparece en una infinidad de diarios del país.

El conspirador acusa para desestabilizar, no prueba. Su objetivo no es encontrar culpables, sino pretextos para cumplir sus delirantes ambiciones. La de Téllez el, dinero; la de AMLO, el poder.

Dejaré de tocar el tema de AMLO por salud mental algunos días.

Mañana trataré de llegar en este espacio a encontrar la punta de la madeja que tiene a los divisionarios recluidos ya en el Penal del Altiplano en calidad de indiciados por nexos con el crimen organizado.

Por ahora, creo que para la opinión pública la protesta de AMLO y el inminente arribo de Enrique Peña Nieto al poder son cosas juzgadas.