¡Basta ya! Las mujeres cada vez gritan más fuerte para exigir lo que por derecho tendría que ser suyo en la forma más total y cotidiana.

Pelean no solo por igualdad de oportunidades y por condiciones que permitan revertir los efectos de siglos de haber sido tratadas como ciudadanos de segunda; pelean también por sus vidas...

Pelean para exigir a las autoridades que pongan fin a la violencia que las está matando.

El tema es fuerte y parece de coyuntura por lo que ha pasado en días recientes en la Ciudad de México, pero en realidad tendría que ser tema fundamental y prioritario en las agendas de México y de todos los países del mundo.

No hace falta ser experto en feminismo para darse cuenta de que el reclamo de las mujeres es hoy más válido que nunca, y de que más que provocar debate, tendría que provocar acciones contundentes y diversas encaminadas a frenar la violencia y acelerar la equidad.

Y ya en el contexto de definir agendas y acciones en este sentido, una fundamental está en analizar, entender y enfrentar los efectos que la cotidianidad tiene en la definición de los entornos en que se vive la violencia contra las mujeres.

Porque la violencia se da en los mismos hogares y en los lugares de trabajo, pero se da también en los recorridos que las mujeres deben en sus ciudades para llevar a cabo sus diferentes actividades.

A las mujeres las acechan, acosan, secuestran, desaparecen o matan cuando manejan sus coches, usan el transporte público o van caminando, lo que permite suponer que mucho se podría hacer si las autoridades competentes pusieran atención al momento de diseñar las estructuras urbanas y los diferentes modelos de movilidad que sirven para complementarlas.

Y es que las ciudades definen lo que pasa en ellas... El diseño urbano y la inversión en infraestructuras provocan o condicionan conductas, y pueden también reducir o multiplicar los riesgos de quienes viven las ciudades como residentes o ciudadanos en tránsito.

La muy triste realidad es que estamos muy poco acostumbrados a hablar de estos temas, porque en México las ciudades son resultado de décadas de descuido en los procesos de planeación, inversión y gestión urbanas, y nos cuesta mucho trabajo entender que entre los tantos factores en que dichos procesos inciden, están también los relacionados con los grados de violencia e inclusión que definen las formas de vida de sus habitantes.

Habría que entender que las ciudades definen lo que somos... Y que las ciudades pueden y deben ser fruto de una planeación dirigida a la atención de retos muy específicos.

Y habría que empezar por hacer dos preguntas a ciudadanos y gobernantes; ¿Para qué queremos las ciudades y para quién queremos las ciudades?

Son preguntas que se ven tan obvias, pero que en la realidad parece que nunca de hicieran, o, al menos, muy pocas veces con la intención de darles respuestas traducidas en hechos.

Es muy posible que para dar respuesta a la primera pregunta, todos estemos de acuerdo en que queremos ciudades eficientes, justas, competitivas, sustentables y bellas... Ciudades hechas para la gente...

Y es también muy probable que la última parte de la respuesta a esa pregunta, coincida también con la que en apariencia debiera ser la respuesta al segundo cuestionamiento; las Ciudades deben estar hechas para la gente.

El punto está en que para que las ciudades estén verdaderamente hechas para la gente, habría que empezar por desmenuzar la respuesta para entender qué significa exactamente ese complejo todo que definimos como “la gente”.

Y es que “gente” son quienes se ubican en los indicadores promedio en aspectos como ingresos o edad, pero también los grupos vulnerables, entre los que tristemente hay que incluir a aquellos, que como es el caso de las mujeres, se han convertido en blanco recurrente de todo tipo de violencia.

Dirían los expertos en urbanismo que hay que planear las ciudades a partir de una perspectiva de género, que no acaba siendo más que una vertiente que debiera formar parte de un proceso integral de planeación y gestión urbanas, que tengan como fin proteger y crear condiciones de equidad para que todos puedan tener las mismas oportunidades de desarrollo.

Por supuesto, lo primero que habría que hacer es planear las ciudades teniendo entre los principales objetivos combatir la violencia que enfrentan las mujeres.

Hay que hacer ciudades que las mujeres puedan vivir con la tranquilidad de saber que esos entornos urbanos y todo lo que las complementa fueron hechos o están siendo rehabilitados teniendo entre sus objetivos eliminar o minimizar los riesgos que enfrentan en sus recorridos cotidianos.

Hay que empezar por reconocer que tenemos “Ciudades Tóxicas para las Mujeres”, y que esa toxicidad se puede y debe combatir desde los terrenos de la planeación urbana y las inversiones en las infraestructuras relacionadas.

Las ciudades deben ser sistemas que multipliquen oportunidades para sus habitantes, pero que también protejan y salven vidas.

Las ciudades deben crear condiciones que permitan que las mujeres realicen todas sus actividades sin la preocupación de saber si volverán a casa ese día.

En México tenemos retos enormes en materia de planeación urbana, hay que asumir que uno de los prioritarios debe ser la equidad y la seguridad de todos quienes las viven, sean o no residentes.

Horacio Urbano es presidente fundador de Centro Urbano, think tank especializado en temas inmobiliarios y urbanos

Correo electrónico: hurbano@centrourbano.com

Twitter: @horacio_urbano