El mesianismo significa en política la tendencia a creer en líderes de inspiración divina cuyo destino no es el de cualquiera de nosotros; el suyo es un fin superior: salvar a un país y a su pueblo de las fuerzas del mal, para convertirlo en la ancestral tierra prometida.
El historiador Enrique Krauze sostiene que este tipo de liderazgos políticos suelen prosperar en América Latina por la larga tradición de profetismo y de mesianismo que trasmitió en estas latitudes la Iglesia Católica. “En estos países (fundados y educados por los misioneros franciscanos, dominicos y jesuitas), la ética misionera se transfirió de la esfera religiosa a la laica, de los padres redentores a los redentores civiles y revolucionarios”.
La matriz teológico-política, según Krauze, alimentó un inconsciente colectivo, un imaginario social apto para esperar y encumbrar en el gobierno a un hombre providencial, es decir a un Mesías (que en hebreo significa “ungido de Dios”)
El ambicioso proyecto de nación de Andrés Manuel ha sido criticado en muchos sentidos pues pareciera estar plagado de “buenas intenciones”, de las nuevas buenas consciencias aquellas que evocara Carlos Fuentes –en el mejor de los casos-, pero de muy poca estrategia y casi ningún cálculo que sustente lo que el tabasqueño propone en materia de economía y de desarrollo.
En un discurso más místico que político, López Obrador propone el combate a la corrupción como principal medida de captación de recursos, los cuales se destinarán al crecimiento de la infraestructura y a una serie de medidas para combatir la desigualdad y la pobreza. Ante el simplismo del diagnóstico y de la solución, ya se oye desde hace varias semanas el grito aterrador de propios y extraños: ¡Se solicita economista confiable!
Y es que cuando diferentes voces en la palestra política y mediática han hecho el ejercicio de revisar los cálculos de Andrés Manuel, las inconsistencias se presentan de manera contundente, haciendo por completo imposible tratar de apostar a la utopía del tres veces candidato a la presidencia.
La primera desilusión llega con el fallido cálculo de Andrés Manuel en que se sustenta la premisa base de su propuesta económica y que no encuentra ningún anclaje en la realidad: AMLO ha sostenido reiteradas veces que los políticos corruptos del país se roban alrededor del 20% del presupuesto nacional, es decir, el equivalente al 9% del PIB, y ha dicho que la fuente de dicho estudio es el Banco Mundial, pero dicha institución nunca ha hecho un estudio semejante.
A partir del análisis de las propuestas que conforman el Proyecto Alternativo de Nación de López Obrador, las cuales, con los meses han ido creciendo y complejizándose, los cálculos más conservadores muestran que para llevar a cabo todos los proyectos y programas que AMLO se necesita el 80% adicional del Presupuesto de la Federación, lo que pone en duda la realidad de la ficción en la que habita el tabasqueño.
Lo peor de todo no es la falta de conocimiento económico que ya nos tiene con el dólar a 12.60 pesos por unidad. Lo peor de todo es que Manuel López Obrador ha reivindicado públicamente su mesianismo cuando a propósito de sus deseos por su cumpleaños, este martes 13 de noviembre, le pidió “a la naturaleza, al creador o a la suerte” que le dé cuando menos seis años más de vida para llevar a cabo la transformación del país.
Y en tono completamente místico dijo ayer: “Yo ya no me pertenezco, estoy al servicio de la nación, soy un hombre de nación. Entonces tengo que cumplirle al pueblo de México, mi amo es el pueblo de México, es mi responsabilidad no fallarle y no le voy a fallar.” La frase es semejante a la que hiciera Hugo Chávez el 13 de febrero de 2019: “Yo no soy Chávez, yo no me pertenezco, yo le pertenezco al pueblo de Venezuela".
En medio de héroes y villanos históricos, del bien y el mal, del pueblo y la mafia del poder, entre muchas otras dicotomías que no sirven para explicar la realidad, Andrés Manuel López Obrador ha hecho de sí mismo el invento de un ídolo que muchos millones creen que salvará a la nación de todo mal. Aunque las sospechas de que la misión va a ser imposible empiezan a crecer, no en las encuestas, sino en donde comienza la inconformidad social siempre: en las minorías. Y es que si bien AMLO ha contribuido a hacer de sí mismo un ícono, una marca de la cual está prohibido desconfiar, eso no va a perdurar por siempre. La marcha del domingo pasado lo confirma.