Al igual que la televisión, los medios de comunicación en todas sus variantes siempre han defendido una agenda. Dentro de una democracia lo más normal es que estos medios se sitúen en diferentes posiciones  dentro del espectro político para crear una sensación de competencia. Eso es al menos lo que se ve en la superficie.

La democracia plena es un sistema complejo de pesos y contrapesos, su finalidad primordial es que ninguno de ellos termine por sepultar a los demás. El problema viene cuando los contrapesos terminan por parecerse tanto que se hacen indistinguibles. Dentro de una democracia funcional entonces la prensa se definiría como un cuarto poder, vigilante de éste.

Pero, ¿Qué pasa cuando la prensa se convierte en un mecanismo de propaganda de un régimen?

Por lo regular asociamos propaganda a totalitarismo. Imagina uno a los nazis o a los países de la antigua cortina de hierro como meras extensiones de la voluntad de sus gobiernos. Y en contraposición vemos a los medios occidentales, presumiendo  las libertades que serían impensables en otro tipo de regímenes. Al menos eso creíamos. La idea de libertad se ha hecho indisociable del estilo de vida occidental, como si no existieran otras opciones. Fukuyama anunció el fin de la historia, y Marx se encargó de decirle que regresaría como farsa. Porque la historia no es lineal y da retrocesos.

Uno de estos signos de retroceso sería la pérdida de independencia de los medios que han presumido de siempre ser los baluartes de la libertad. Lo que pasa es que la pérdida de autonomía se da de manera casi imperceptible a los ojos no educados.

La guerra intestina entre los medios de Estados Unidos y el nuevo presidente no es gratuita y tiene que ver con todo esto que he escrito. Los dos tipos de prensa a los que me refiero son la prensa libre y lo que ahora es en su mayoría prensa de propaganda. Los bastiones de la prensa libre están confinados a algunos sitios de internet, y quien lo dijera, a estaciones independientes de radio.

Para ilustrar esto tendríamos que retroceder unos años y ver el tratamiento que dio la prensa norteamericana a la guerra de Irak. La totalidad de los medios se alineó con el gobierno al esfuerzo bélico contra un país que no tenía nada que ver con los ataques terroristas ni tenía armas de destrucción masiva. Medios como el New York Times y CNN alabaron la entereza con la que George Bush sacaba de circulación a un tipo malo, malísimo llamado Saddam Hussein.

La exposición de las mentiras de estos medios no significó un mayor descrédito en un país acostumbrado a maquillar la verdad. Lo que pasa ahora es que más allá de la post verdad quizá estemos en la edad de la post mentira. Goebbels lo dijo, una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad.

La credibilidad es una camisa desechable que se le entrega a una persona una vez en la vida. Sucede lo mismo con los medios de comunicación. Una vez que se pierde no se recupera. No quiero decir con esto que no haya habido de siempre una prensa poderosa y que se tenga que descalificar a priori la veracidad de ésta.

La historia demuestra que siempre ha habido medios alineados al gobierno. En este caso, el nuevo gobierno de Estados Unidos ha decidido dar un giro a la extrema derecha y son estos medios los que se encargarán de dar la batalla a los medios tradicionales que se encuentran en una suerte de orfandad.

 Se sobre entiende que en el país norteamericano hay una red compleja de corporaciones cuyos tentáculos abarcan también los conglomerados de los medios de comunicación que ayudan a mantener esa agenda. Es curioso como ahora y ante la incertidumbre trumpiana el complejo militar industrial recicle a un criminal de guerra (George Bush) haciéndolo parecer como un buen ex presidente cuando está más cerca de Pol Pot que de Obama, que tampoco es inocente.

Dos tipos de prensa están ahora en pugna, ya no es la sencilla ecuación de medios oficialistas y sus contrapartes. Ahora son los medios de propaganda descarada en contra de todos los demás. Y la batalla empieza a cobrar sus primeras víctimas.

Para entender de manera clara este conflicto recomendaría algunos libros:

The exception to the rulers Amy Goodman

Media Control Noam Chomsky

Filosofía política del poder mediático José Pablo Feinmann

El fin del poder Moisés Naím