Con nuestro nuevo Presidente será el fin de la famosa frase atribuida al profesor Carlos Hank González, ex regente de la capital y virrey de Atracomulco Estado de México, “Un Político pobre, es un pobre político”. Porque el natural comportamiento de hombre sencillo de campo, de ciudadano normal de clase media de nuestro nuevo Presidente pareciera un absoluto sin sentido ya que la actitud conocida había sido el subirse de inmediato al pedestal, hacer valer la gloria del mando único todopoderoso, recibir pleitesías y prebendas para comenzar a llenar las arcas personales y las de amigos incondicionales utilizando para ello contratos de obra pública.
Un presidente electo mexicano que hace cola para ingresar a un vuelo comercial viajando como cualquier otro pasajero sin trato preferencial, no tiene precedentes en México. Sin guaruras, sin prepotencia, sin portar ningún otro ímpetu más que el de la hermandad, la igualdad con la gente que convive y gobernará.
La novedad, la rareza que sus opositores no desean mencionar, es que un Presidente de México en verdad carezca de la ambición por obtener riqueza material individual. Él, su esposa e hijo pequeño, vivirán con los cien mil pesos y piquito que ganará al mes. Mi hijo, exitoso joven profesionista, percibirá más salario que él. Porque en los países civilizados los sueldos de los servidores públicos no son altos, es una cuestión de auténtica vocación de servicio a la patria. A pesar de controversias habidas y natural rechazo por el recorte de puestos y salarios burocráticos—decisión ética necesarísima-- la ley avalará esta acción, porque viene estipulado en la Constitución sin excepciones, que ningún funcionario público puede ganar un sueldo más alto que el del Presidente.
El ejemplo que nos ha dejado como líder social, es el de un apasionado trabajador cuya felicidad radica en amar, ser amado por los suyos, cumplir una ardua pero gratificante labor, la gran responsabilidad de la regeneración nacional que la población le ha otorgado para incidir en la mejora de inaceptables e inhumanos estándares de vida, detonando nuestro real desarrollo.
No le interesan a nuestro Presidente los lujos— le parecerán obscenos venidos de quien dirige una nación subdesarrollada que ha sido incapaz de combatir la pobreza—pero él es hombre de gustos sencillos, realmente prefiere almorzar y cenar en casa, o en ocasiones en restaurantes y fondas de buena sazón. No presume de finos vinos, ni de opíparas cenas en París, ni se jacta de los adelantos que van dando a su swing las clases de golf.
Su mejor vacación es pasar los días disfrutando de los alrededores de su modesto rancho en Palenque, herencia de sus padres, para luego retirarse en su paraíso terrenal. Buscar refrescarse en las pozas y cascadas cristalinas de aquellos afluentes que van cayendo sierra abajo desprendidos del Usumacinta, conviviendo con las otras familias que allí se encuentren-- lo vimos en foto publicada aquí-- haciendo exactamente lo mismo que él y la suya: pasando un rato de desahogo, de relajación entre la naturaleza viva de aquella magnifica selva del sur, no lejos del sitio en Tabasco donde nació, disfrutó de una infancia sana, feliz y en familia.
Nuestro sorprendente Presidente, gusta más bien de enriquecer su existencia con lo que no se puede comprar, con lo que no tiene precio.
Comparemos entonces este estilo de vida, al derroche de gastos de lujo, de viajes de altura en el avión presidencial que compró Calderón y utilizaron a tutiplén los Peña Nieto. Comparemos este austero y simple estilo de vida, con las constantes estancias VIP en las playas más cotizadas de la nación, helicópteros batiendo sus aspas por aquellas costas de alto nivel adquisitivo para cuidarle las espaldas durante su estancia. Comparemos el diario bregar del nuevo Presidente con las extravagantes compras de objetos de valor e inmuebles adquiridos en sus sexenios por medio de prestanombres o con la dulce vida que se han auto otorgado por derecho presidencial todos los habidos presidentes, sus “primeras damas” y los funcionarios públicos alrededor. Monarcas de poderes absolutos para hacer y deshacer a su antojo con México, a capricho de propiedad el dinero entrando a las arcas públicas producido por los mexicanos. Eso, se acabó.
Al momento, estamos experimentando la notable diferencia que existe en éste nuestro nuevo gobierno. Quien lo dirige además de poseer gran sentido del humor espontáneo, cae simpático a la gente, crea confianza, porque antes de ser su Presidente, es por excelencia persona íntegra y trabajadora, por ello más consciente y capaz de cumplir como líder demócrata con inteligencia y sentido de la justicia. Bocanada de aire fresco, porque trae con él lo que en México se miraba imposible de vencer: acabar con la realidad de ésta frase usada burlona descarada y despectivamente contra cualquier funcionario que era considerado “idiota” por el régimen que cayó, porque estando dentro, porque siendo político, no lo aprovechaba para hacerse rico.