El guardia de seguridad, un gordito medio ansioso, desconfiado y asustado, que estaba en turno a la entrada del centro de salud, tenía una cara mal encarada.
-Diga, ¿qué se le ofrece?
-Buenas tardes oficial, vengo a ver si me pueden poner la vacuna contra la influenza.
-No, no hay. ¿Usted pertenece a este centro de salud?
-No, pero ¿cómo, poli? Me acabo de enterar que aquí sí hay vacunas…
De hecho, habíamos acudido a ese centro de salud del gobierno del Estado de Querétaro, luego de que en la unidad de medicina familiar del ISSSTE, que nos corresponde, nos dijeron que no había dosis ahí, sino que la podríamos encontrar en un centro de salud cercano.
-¿Qué edad tiene?, dijo el guardia.
-Casi 60
-Pues no, usted no cumple con el requisito. Sólo se aplica la vacuna a mayores de 60 o menores de edad… ¿Tiene alguna enfermedad crónica o por qué dice que necesita la vacuna?
-Bueno, mi papá es hipertenso y creo que yo podría ser candidato a heredar ese padecimiento… Pero en realidad la necesito para prevenir de la enfermedad. Usted sabe cómo está la situación.
Hasta ese momento, me di cuenta que el filtro absoluto de la entrada y el poder burocrático en ese lugar, estaban depositados en la persona del policía. Entiendo que el personal de los centros de salud públicos ha tenido indicaciones superiores precisas, para filtrar al universo de las personas a vacunar. Esto, debido a la insuficiencia de dosis de la vacuna, que envía el gobierno federal, para prevenir la influenza. Es correcto, no hay problema por eso –pensé-, como sociedad y como ciudadanos hay que solidarizarse; apoyar en las medidas o decisiones que toma la autoridad sanitaria, es decir, priorizar este tipo de dosis preventivas, sobre todo hacia la población vulnerable: con enfermedades crónicas; embarazadas, menores de edad y mayores de 60 años. Eso está bien, repito, pero ¿qué va a pasar con las personas que, aunque no cumplimos con esos requisitos? ¿Acaso no tenemos derecho a la salud; a protegernos?
-Ándele, poli, por favor, póngase en mi lugar; como mi caso hay muchas personas que estamos interesados en protegernos y prevenir ese tipo de enfermedades respiratorias. Además, usted sabe que la influenza aumenta en la época de fríos.
-Pues ya le dije que no hay…
Después de varios minutos de insistencia y de tratar de argumentar mi necesidad de recibir la vacuna, el guardia dijo:
-No le aseguro nada, pero si gusta esperar, fórmese y hasta después de las 13:00 horas podrán pasar… Eran las 12:50 horas.
En la zona externa del centro de salud había varias personas, de pie, formadas, y otras, sentadas, en las escaleras de acceso a la unidad del sector salud. Entre ellas, había varias mamás con sus bebés en brazos o con menores de 5 años. Una pareja, que estaba adelante de mí, jugaba con su hija, una niña bien peinadita, como de 4 años.
Enseguida, de manera sorpresiva, de la puerta del centro de salud salió una enfermera para dirigirse directamente a mí:
-Usted es la persona que quiere la vacuna de la influenza?
-Sí, así es…
-Le informo que no hay, por el momento, no…
Luego, me hizo el mismo interrogatorio que me recetó el guardia. Preguntó sobre mi edad y condiciones de salud. Me di cuenta que ella era una autoridad del centro, obvio, de mayor peso que el guardia… y que seguramente el poli le comunicó que, minutos antes, yo me había puesto “al brinco”.
Después, esa mujer, que vestía con bata color azul, me dijo que era la jefa de enfermeras, y que lo lamentaba mucho, pero que no podría autorizar la solicitud que yo hacía de la vacuna.
Luego dijo:
-No es que no quiera aplicarle la vacuna, pero tenemos muy pocas dosis...
Acto seguido, mientras hablaba conmigo, la jefa hizo gestos y ademanes como para enfatizar que sólo les quedaban muy pocas dosis en un frasquito, así como de unos 15 mililitros.
-Las dosos que nos quedan las aplicaremos a las niñas y los niños que hay aquí…
-Estoy en condiciones de esperar lo que sea necesario, reviré.
La jefa de enfermeras y enfermeros seguramente me vio decidido o medio desesperado, porque a continuación cambio su actitud al proponer esto:
-Pues si usted gusta, venga mañana. Para entonces ya tendré más dosis.
-¿A qué hora sería mañana?
-A las 9:00 am. Venga puntual, y yo mismo le aplicaré la vacuna.
Acepté. Esto que narro fue el lunes 23 de noviembre, a medio día. Hoy, martes, acudí puntual al centro de salud. Ese fue el compromiso. Y así se cumplió.
Hoy en la mañana, el centro de salud se encontraba casi sin gente. El guardia de ayer no estaba. La atención fue cordial, rápida. La jefa de enfermeras y enfermeros salió a recibirme como habíamos quedado. Nunca me preguntó mi nombre ni a qué me dedico… eso quiere decir que me atendió como un ciudadano a ras de piso. Aplicó la vacuna sin mayores trámites.
-Brazo izquierdo descubierto… ¿Tiene cartilla de vacunación?
-No.
-Pues aquí la puede tramitar, aunque en este momento no está la persona encargada, pero cualquier día, en horas hábiles, puede venir a tramitarla.
-Muchas gracias. Buenos días. En verdad le agradezco las atenciones…
Luego me retiré con aroma a alcohol, el típico de los hospitales.
Pensé: A nivel del suelo, el gobierno federal y la Secretaría de Salud, en particular, fallan en el abasto suficiente de vacunas dirigidas hacia la población en general, para prevenir la influenza y otras enfermedades... Al menos en Querétaro, es un viacrucis conseguir una dosis de la primera de ellas.
Me pregunto: ¿Y si no hubiera insistido? ¿Estaría en este momento todavía sin vacuna? ¿Cuántas personas no tienen acceso a las vacunas del sector salud, es decir, de los servicios públicos en ese renglón? ¿Cuántos ciudadanos no tienen acceso al derecho a la salud que está establecido en nuestras leyes? ¿Por qué, si pagamos impuestos puntualmente, el Estado no cumple efectivamente con sus responsabilidades hacia la sociedad?
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