Cuando los primeros descubrimientos sobre el coronavirus llegaban a nuestro país a través de la prensa internacional, comenzó la preocupación: los portadores del virus, en su fase más crítica, se veían imposibilitados para respirar por un colapso pulmonar que en los rayos X parece una nube gigante.

Un ventilador para obtener respiración artificial era la única forma de salvarles y el asunto no es que el SARS-COV-2 sea una nueva enfermedad para la que no hay cura ni certezas. El asunto es que, en el peor de los escenarios, no todas las personas contagiadas alcanzarían un equipo. Entre más rápido se propaga el virus, menos probabilidades hay de acceder a uno. Entre las personas que saben manejar los complejos equipos para la respiración artificial, están las enfermeras inhaloterapeutas y por supuesto, los médicos

Hago énfasis en “las enfermeras” y “los médicos”, contrario al estilo de redacción en lenguaje incluyente que suelo utilizar, porque ese es el panorama real: La división sexual del trabajo en el ámbito de la salud coloca a las mujeres en las tareas de cuidado y de mayor riesgo por contacto directo, mientras que los hombres suelen ocupar cargos más elevados, lo que a su vez, les aleja del riesgo que implica el primer contacto y el tiempo de exposición. Sin demeritar a uno ni a las otras, ambos fundamentales, el trabajo es bastante distinto: los médicos ganan hasta 10 veces más. De las personas egresadas de la carrera de Enfermería, contabilizados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, el 85% son mujeres y el resto son hombres. La estadística se invierte al hablar de los egresados de la carrera de Medicina. 

Una enfermera toma los signos desde el momento en que un paciente ha llegado a consulta. Las enfermeras también registran cada signo durante, mínimo, cada hora. Durante el tiempo que tardan los pacientes en ser revisados por los médicos, son enfermeras las que aminoran el malestar. Un médico les recibe. Diagnostica. Ordena estudios de laboratorio. Los despide. De nuevo, las enfermeras administran paracetamol en tanto que se confirma la sospecha si un paciente con síntomas de neumonía tiene, en realidad, COVID19

Si tomamos en cuenta que una jornada laboral tendría una duración ordinaria de 8 horas ¿Cuántas personas tendrán interacción con las enfermeras y cuánto tiempo es que ellas están expuestas a la enfermedad? En realidad, todo. Usualmente, son los casos más graves los que llegan a los médicos —y a las médicas. En tiempos normales, lejos de los tiempos pandémicos que hoy vivimos, los médicos podían darse el lujo de dormir un par de horas durante las veladas nocturnas. Desde esos tiempos, ya había una falta de personal para la salud. 

Cuando se debatía una reforma profunda al sistema de salud para que el acceso universal fuera una realidad con el INSABI, Andrés Manuel López Obrador aseguró que México necesita 123,000 médicos generales y 72,000 especialistas para cumplir con la norma internacional de la OCDE y avanzar hacia la cobertura universal de salud. 

Hasta 2019, se calculó que 476 mil personas son profesionales de la enfermería, con la compleja tarea de atender a más de 127 millones de personas (en su mayoría, mujeres). Es claro que no todos se enferman al mismo tiempo, sin embargo, estadísticamente contamos con 3.9 enfermeras por cada mil habitantes, una cifra por debajo de la recomendación de la Organización Panamericana de la Salud que sugiere contar con al menos 6 profesionales de enfermería por cada mil personas.

La cantidad no es el único problema: la calidad de trato social, gubernamental y económico es una condena insidiosa. Desde pacientes acosadores, familiares ofendidos que agreden y la hostilidad del estrés laboral hacen que la enfermería sea, casi casi, un martirio. Sin vocación de servicio, pocas personas podrían guardar la disciplina de quienes se desvelan por salvar vidas. 

Según Instituto Mexicano de la Competitividad (IMCO), la carrera de Enfermería puede tener un costo de entre 38,846 pesos si es cursada en universidad pública y hasta 699,918 si es cursada en una institución privada. Pero los sueldos son raquíticos: las personas que hoy están en la primera línea de batalla luchando contra el COVID19 ganan, en promedio, 9458 pesos mensuales

Anoche, María Angelina Veloz, enfermera inhaloterapeuta que labora en la terapia intensiva del Hospital Darío Fernández, vio salir adelante a un paciente de 58 años, con sobrepeso y lleno de ganas por vivir. Cuando me envió la foto que ilustra este texto: lentes, cubrebocas, doble bata, partes de su piel expuesta, lentes para ver bien, ojos luchando por mantenerse abiertos y párpados aliados de la esperanza contra el cansancio, brillando por encima de esa ojera azul en su rostro de mujer… me despedacé. ¿Cómo es posible que con tanto esfuerzo, tanto desvelo, tanto riesgo y tanta presión hubiésemos tenido que vivir una pandemia para valorar su trabajo? ¿Cómo es posible que personas que no le salvan la vida a nadie, que generan noticias falsas como el ex presidente Felipe Calderón o que atacan todo el día como los diputados de Acción Nacional, ganen más que ellas? Qué injusto es el sistema.

Después de todo, la carga de mi madre es doble: No sólo es enfermera sino que es inhaloterapeuta y su especialidad consiste, justamente, en asistir a pacientes con problemas respiratorios graves. Durante las primeras semanas tuvo miedo porque, entre otras circunstancias, aún no había material de protección suficiente. Hicimos colectas y algunos donativos privados. Las compras gubernamentales entre el IMSS, coordinadas por Marcelo Ebrard, finalmente se reflejaron y así es como ella trabaja todas las noches. 

Sin afán de romantizar la precariedad que hoy es un reclamo al sistema económico y sus prioridades, mi madre respondió a la preocupación de la forma más ejemplar: “Está padre, estoy haciendo historia. Soy feliz salvando vidas. Sí se puede. No te preocupes por mi, me cuido mucho”

Ella es una heroína, como las 19 mil enfermeras y enfermeros que serán contratados exclusivamente para enfrentar la Fase 3 del coronavirus, la más crítica y como todas esas y esos médicos que hoy lo dan todo por la humanidad en cada rincón del mundo. Algunos países son menos malagradecidos que otros, pero definitivamente, al personal de salud tan malvalorado y maltratado NO lo merecemos. 

Tampoco merecemos que les ataquen en las calles ni en los edificios. La deuda histórica que tenemos con ellos y principalmente, con ELLAS tiene que saldarse ya y ningún Estado debería continuar invirtiendo en partidos políticos sin antes darle a quienes nos mantienen con vida todo lo que se merecen. Por eso en este texto no pido compasión ni coraje, pido un aplauso porque únicamente el amor y la entrega de quienes hoy libran activamente esta batalla, nos permitirá seguir adelante. 

Ellas están haciendo historia y a nosotros nos toca reconocer, respetar y principalmente: AGRADECER. No son héroes ni heroínas anónimas: tienen nombre, apellido y también, sed de justicia social. Es un orgullo ser hija de una enfermera que siempre ha predicado la máxima de que aquel que no vive para servir, no sirve para vivir. Si es que hay vocación en mi persona para apoyar a mujeres y juventudes, definitivamente, es inspirada por ella. Y porque me gustaría seguirlo presumiendo durante muchos años más, por favor: Quédate en casa