Nadie puede negar que Andrés Manuel López Obrador es el político que mejor ha sabido leer lo que piensa la gran mayoría de los mexicanos, y por eso, su discurso en la plaza pública o sus declaraciones en la prensa, son dardos que casi siempre han dado en el blanco. El tabasqueño es un verdadero campeón en eso que a cualquier otro candidato se le dificulta y lo lleva a estados de parálisis o de fracaso: “hablar” con el gran público.
El presidente electo, a fuerza de varias campañas electorales, dos como candidato a gobernador en Tabasco y tres presidenciales, se impuso un estilo sencillo, directo, franco, para dirigirse a sus interlocutores y hablarles como sueñan los asesores en marketing político que lo harán todos sus clientes, como si estuvieran platicando con niños de cinco años.
López Obrador fue el mejor alumno de sus estrategas. Por ejemplo, machacó hasta el cansancio el tema de la corrupción lo mismo en sus mítines, que en entrevistas de prensa y en los debates, al grado que hizo un verdadero milagro que no ha sido suficientemente analizado por los especialistas: posicionó la palabra como diagnóstico y solución, es decir, potenció lo negativo y lo positivo de ella, al mismo tiempo. ¿Por qué estamos tan mal? Por todo lo que se roban los corruptos. ¿Cómo vamos a estar mejor? Impidiendo que se sigan robando el dinero del pueblo.
Aunque sobre todo en la campaña de 2018 se notó que estuvo más apegado a seguir el manual de campaña, no hay que restarle el mérito del instinto. El presidente electo es un animal político, su naturaleza es la de un hombre que respira todo el tiempo su proyecto y sus sueños, y eso lo presentó como un hombre sin poses. Y los hombres sin poses ganan mucha credibilidad porque se aprecian sinceros.
Por todo lo anterior es que uno no encuentra explicaciones lógicas de lo que le ha venido ocurriendo a este político tan exitoso. Los problemas a los que se ha venido enfrentando en las últimas semanas revelan que mientras más se acerca a tomar el poder, mientras más crece la presión que él mismo se impuso al crear tan altas expectativas entre los mexicanos, el único político de peso completo en el país pierde esa capacidad de olfato que en otros casos lo mantuvo indemne a los ataques y que lo ayudó a la supervivencia luego de dos dolorosas derrotas al hilo en campañas presidenciales.
No es el caso de la boda de su más leal colaborador, la única crisis mediática que le estalla en el rostro. Es también toda una serie de hechos o de posiciones, suyas o de su partido, las que López Obrador no está considerando como escenarios sobre los que tiene que repensar o actuar, quizá con nuevas definiciones. Me refiero por ejemplo a la presunta intentona de sus legisladores de reformar la ley del Banco de México para que se puedan usar las reservas internacionales para financiar los programas de la llamada “cuarta transformación”, pero también a cosas que parecen más mundanas pero que le pegan a su credibilidad porque atacan de manera concreta su congruencia, como fue el asunto de la muy lamentable lesión de su hijo que fue atendida por especialistas de una clínica privada.
Frente a estos tres hechos, sólo por mencionar unos cuantos, el político que mejor lee la realidad no ha dicho nada. Parece que ha preferido cerrar los ojos antes que aceptar que en el caso del hospital privado y la boda de César Yáñez, fueron errores que pueden costarle a su imagen precisamente porque son ganchos que golpean ahí donde se encuentra su fortaleza, en la credibilidad y en la congruencia.
El silencio no es la mejor posición. El que calla otorga, dice la sabiduría popular. Ojalá Andrés Manuel acepte que él no ha podido enfrentar estas crisis mediáticas, seguramente porque anda en temas más importantes. Pero cualquier presidente, incluso uno que apenas es electo, tiene colaboradores y ese para mí sigue siendo el principal problema. López Obrador es un hombre solo, aturdido por la grave responsabilidad que le han entregado 30 millones de mexicanos, que no puede estar en todo pero que debe confiar en su gente cercana para evitar este tipo de conflictos.
Por suerte, algunos opinadores que lo apoyaron para llegar a la presidencia ya han salido a hacer una autocrítica formal a la frivolidad, por ejemplo, de la boda de César Yáñez que se ventiló en la revista “Hola!”, donde se ha publicado la misma frivolidad de políticos del PRI y del PAN que tanto indignan a los mexicanos. Son personajes como Rafael Barajas, Jenaro Villamil y Julio Hernández. Ojalá que López Obrador escuche esos argumentos que coinciden con lo que pensamos mucho: no se puede aspirar a un cambio, si no se demuestra congruencia. Hay mucho por trabajar en eso y Andrés Manuel no va a poder hacerlo solo.