Leí hace años, mucho antes de laborar en medios de comunicación, el libro Detrás de la Máscara, que condensa una veintena de entrevistas realizadas por Jorge Ramos a diferentes políticos y escritores, incluyendo presidentes y expresidentes de Colombia, Estados Unidos y México, entre otros países. 

De aquella experiencia, recuerdo con mucha claridad haber exclamado un sonoro “qué mamada” mientras arrojaba el volumen hacia la pared (una práctica muy de adolescente y muy usual por aquellos años entre mis hermanos y yo), luego de leer el capítulo sobre una accidentada entrevista con Fidel Castro, por aquel entonces presidente de Cuba.

Ramos narra con un lujo de detalle que raya en lo inverosímil todos su profundísimos pensamientos durante los segundos que duró el encuentro, incluyendo su recelo a ser abrazado por el mandatario, sus deseo de no quedar mal con el exilio cubano en Florida y otras ideas que, seamos sinceros, a nadie le pasan por la cabeza cuando lo importante es la entrevista.

Incluso el día de  hoy puede leerse en su página oficial una reseña del libro donde menciona que dicha entrevista “termina con golpes de los guardaespaldas”. Dejo a consideración del lector si la entrevista, que a mi entender llegó a su fin cuando Ramos dijo “comandante, gracias”, realmente concluyó con agresiones hacia su persona.

Se tenía que decir y se dijo (inserte pollito amarillo): Jorge Ramos se para en las conferencias a provocar a los presidentes, a buscar la agresión. Cuchillito de palo, pues. Lo hizo con Donald Trump hace unos años cuando fue expulsado de la sala y en febrero pasado cobró un protagonismo más que innecesario en Venezuela cuando entrevistó a Nicolás Maduro. Si bien es difícil tener una opinión bien informada sobre el asunto de Caracas, porque no hay video, uno no puede dudar que el periodista haya exagerado lo que realmente sucedió. El video de Castro es fiel testimonio de su afición por hacerse la víctima.

Andan diciendo por ahí que Ramos hizo un buen trabajo al increpar al presidente, que sus preguntas fueron adecuadas, directas, y que ya hacía falta que alguien lo tratara con esa dureza. Al respecto, habrá que apuntar tres cosas. 

Primero: el respeto y la autoridad importan poco, y no coincido con aquellos que piensan que Ramos fue grosero; no lo fue pero sí fue muy tonto, muy básico y muy burdo. Segundo: esas preguntas ya las habían hecho compañeros de la fuente; todas y cada una de las preguntas de Ramos. Y tercero, un comentario que me ha hecho mi compañera Ángeles Pillado: las preguntas eran, en todo caso, ya muy viejas, propias del periodista que no está bien empapado de los temas nacionales y entra a la conferencia mañanera sin formarse como el resto y a firmar autógrafos, pero con la consigna de armar un show mediático. Un show más como los que ha armado desde hace varias décadas.