Andrés Manuel López Obrador denomina el neoporfirismo —término acuñado por el propio AMLO— como el conjunto de políticas dirigidas a la privatización de los bienes de la nación mexicana y su subsecuente entrega a un grupúsculo de potentados, quienes, a su vez, constituyen y controlan a la “mafia del poder”, desde el interior como desde el exterior del país.
AMLO, como recordamos, rechazó el fallo del Tribunal Electoral en 2006 y se autoproclamó “presidente legítimo de México”, en un acontecimiento que cimbró al país y le acercó a una crisis constitucional y de Estado de Derecho. De igual manera, no debemos olvidar la toma de la tribuna de la Cámara de Diputados en ese entonces, por parte de sus simpatizantes, para boicotear la protesta del presidente electo constitucionalmente: Felipe Calderón.
Lo acontecido en el zócalo de la Ciudad de México en ese año trajo a la memoria de los mexicanos las primeras décadas del México independiente: un país caracterizado por la debilidad del Estado, intimidado por el expansionismo estadounidense, amenazado por las potencias europeas, asolado por el bandidaje y carcomido por una profunda crisis de gobernabilidad. López Obrador evidenció una amenaza al orden constitucional y a la legitimidad de los poderes establecidos. La escena, analizada desde una perspectiva histórica, evocaría un episodio de la Guerra de Reforma, y se revela distante del México moderno en los albores del siglo XXI.
Estos acontecimientos recientes de la historia política de México nos invitan a reflexionar sobre el candidato de Morena —ahora en 2018, su tercer intento—; sus postulados, su demagogia y sus estrategias de cooptación de voluntades mediante la explotación deshonesta de la memoria de dos personajes celebérrimos de nuestra historia. Destacados oaxaqueños cuya impronta permea aún en la vida nacional: Benito Juárez y Porfirio Díaz.
Porfirio Díaz
El sempiterno debate en torno a la figura de Porfirio Díaz no deja de provocar profundas divisiones en el pensamiento colectivo mexicano. Algunos reivindican la memoria de Díaz como el gran modernizador de México, el pacificador del país, el principal impulsor de proyectos de inversión —como los ferrocarriles nacionales— y como el estadista que buscó atraer inversión extranjera y acercar al país lo mejor de los Estados Unidos y de Europa.
Esta política de apertura llevó a Díaz a ser el primer presidente de México en sostener un encuentro con su homólogo estadounidense, a saber, William Taft. Incluso, hay defensores de la memoria de Díaz que pugnan por repatriar los restos del presidente mexicano, desde el cementerio de Montparnasse, en París, a la Ciudad de México, motivados por la voluntad de devolver a Díaz el sitio histórico que —a su juicio— corresponde al oaxaqueño.
Por otro lado, otro grupo importante de la intelectualidad mexicana califica a Díaz como dictador, el gran represor de la segunda mitad del siglo XIX, el hombre que socavó el federalismo, quien destruyó la esperanza de un futuro democrático y quien detonó las grandes problemáticas nacionales relacionadas con temas como la pobreza, la desigualdad y la inviabilidad de un desarrollo económico incluyente. Un nombre ligado a la represión obrera y campesina. De hecho, visto en esos términos, el nacionalismo revolucionario favoreció el desprestigio de Díaz a la luz de los principios consagrados en la Constitución de 1917.
AMLO califica a la “mafia del poder” como neoporfiristas bajo el argumento de que los gobiernos del PRI y del PAN, desde Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto —como resultado de las políticas derivadas del Consenso de Washington—
“entregaron” los bienes de la nación a extranjeros mediante mecanismos opacos en detrimento del pueblo y de sus intereses. AMLO protesta la entrega del recurso petrolero, la desestatización del sector minero, el adelgazamiento del Estado supuestamente en favor de un puñado de empresarios y la adjudicación directa de empresas públicas. En opinión del político tabasqueño, tanto Porfirio Díaz como los presidentes del neoliberalismo económico son traidores de la nación y merecen el repudio de los mexicanos.
AMLO utiliza, como una estratagema contra sus opositores, la profunda división social e intelectual sobre el legado de Porfirio Díaz. El candidato abandera un movimiento contra la memoria de Díaz y lo nutre con el encono generado hacia la memoria del primer presidente del siglo XX. Manipula nuestra historia con la finalidad de consolidar la voluntad de un electorado desinformado.
Benito Juárez
Mientras, Andrés Manuel reivindica la memoria de Juárez —un hombre de su tiempo quien hizo frente a una profunda crisis de gobernabilidad provocada por décadas de conflictos intestinos y por la intervención francesa—. Utiliza su nombre como instrumento de descalificación contra sus adversarios políticos y la labor de Díaz.
López Obrador se arroga los valores del juarismo. Sin embargo, López Obrador echa a un lado, en su narrativa cargada de loas hacia Juárez (y cuyo retrato aparece frecuentemente detrás del candidato), el episodio relacionado con la suscripción del Tratado de McLane-Ocampo, instrumento internacional que cedería a los Estados Unidos —a perpetuidad— el paso por el istmo de Tehuantepec, derivado de las necesidades financieras del gobierno juarista de hacer frente a las guerras internas y de brindar espacios de gobernabilidad al país. Juárez, de esta forma, se nos olvida, comprometió la soberanía nacional frente al gigante del norte. El rechazo del Tratado, por parte del Senado estadounidense, en un acto de oposición al presidente Buchanan, hizo imposible su entrada en vigor, amparó la integridad del territorio nacional y eximió del oprobio la memoria de Benito Juárez.
Generar un juicio crítico
En suma, la libertad intelectual y de pensamiento nos brinda legitimidad para sostener la postura que mejor se inscriba en nuestros valores.
La deshonestidad intelectual de López Obrador nos invita a una auténtica reflexión histórica en torno a nuestro pasado y al legado de nuestros personajes. La manipulación de los nombres de la historia de México merece ser denunciada.
Benito Juárez y Porfirio Diaz, dos hombres de su tiempo, merecen un juicio crítico basado en evidencia, a la luz de la historia y del contexto político. No deben servir como armas partidistas para ahondar la división de nuestro México.