Xóchitl despertó muy de madrugada, con el cuerpo adolorido y las ganas de volver a dormir. Un dolor profundo le albergaba la espalda y cadera. No se trataba de un dolor normal, era como una yaga que le rompía el coxis y que pronto le hizo incorporarse en la estrecha cama que compartía con sus otras dos hermanas. Al hacerlo, se asustó por sentir una tibia humedad que le recorría hasta los muslos. Pensó en que seguro había tenido esas pesadillas molestas que le hacían creer que había llegado al baño sin  que en realidad, hubiera sucedido. Se destapó cuidadosamente; tocó bajo su cadera en silencio y la mano le regresó entre marrón y carmín: se trataba de sangre. El impacto le hizo dar un pequeño grito suficiente para que su madre despertara. Después de todo, apenas una semana atrás había cumplido 10 años de vida. ¿De qué podría estar enferma? -pensó-. Entre el pasmo y la somniloquia, su madre la levantó de prisa y la llevó hacia afuera de la cama. Mojó trapos en la cocina, puso agua a hervir en la vieja cubeta metálica que prepara cada ducha y comenzó a explicarle reglas que apenas y podía entender: “Ya eres una señorita, y ahora que vas a ser una señorita tienes que estar al pendiente para que no andes dejando <> por todos lados. Te tienes que poner estos platos doblados y luego los vas a tener que tallar. Vas a poner agua hervida y allá afuera los echas cuando nadie te esté viendo. No se deben dar cuenta que ya te llegó la regla y toma. Toma este trapo y ándate a ponértelo para que ya no ensucies más. Ahora que estás señorita ya te tienes que hacer responsable Xóchitl, despierta ¡que estás como pasmada!”. La madre de la niña caminaba con prisa y sigilo a tallar en esa estrecha cama compartida la orilla sucia de la enarca de su hija más grande. Recitaba entre labios frases que no eran oraciones ni quejas, simplemente preocupaciones. “Ay, diosito, que no me la vayan a embarazar”; “Que no vaya a manchar por ahí”; “que no se dé cuenta su papá”; Ay, qué salga esta mancha sin que moje a las escuinclas”.

La primera hemorragia menstrual de Xóchitl a los 11 años, a un par de meses de cumplir 12, era completamente normal, pero para ella, en esa comunidad silenciosa donde nadie hablaba de mujeres y menos de lo que les sale cada mes, no había más que terror y silencio. El transitar de la culpa a la duda, del dolor a la curiosidad, del pudor a la resignación, Xóchitl entendió rápido que lo que le había pasado era algo secreto, algo que no debía decir y que tampoco debía dejar que su entorno se diera cuenta. Entendió rápido que “ya le había bajado” y que lo que bajaba, a su comprender, era sangre y que por ser su sangre, era <>. Después de todo, su madre no dejaba de repetirle que no anduviera “manchando por ahí”. 

La vida de Xóchitl cambió radicalmente a partir de ese momento, ya que en su originario Chiapas, el primer obstáculo para continuar con su vida normal serían las largas distancias que debía recorrer para llegar a la escuela. Así como Xóchitl, el 2.7 por ciento de menores que tienen entre 6 a 11 años tiene que trasladarse a un municipio diferente al que vive para ir al lugar donde estudia. La Encuesta Intercensal 2015 del Inegi refleja una tendencia que, a su vez, se va emparejando con la de deserción escolar: a mayor distancia por recorrer del hogar a la escuela, mayor abandono escolar. De tal suerte, que el porcentaje aumenta a 4.3 por ciento  en el caso de adolescentes que tienen  entre 12 y 14 años y  se dispara dramáticamente hasta 11.6 por ciento entre la población de 15 a 17 años.

Si combinamos pubertad, como un momento de tránsito generacional entre la niñez y la adolescencia, junto con precariedad económica, la distancia para el acceso escolar y menstruación, el resultado es caótico: el  4.1 por ciento tarda más de 1 hora y hasta 2 horas para poder llegar a su centro de estudio, utilizando trapos y trozos de tela que deberán cambiar tras pasar máximo 6  horas.

El rango de edad para la aparición de la menarca o primer sangrado menstrual es entre los 9 y 18 años,  con una variación promedio de 13.4 en zonas urbanas y 13.09 años de edad en regiones rurales[1].

La menarca es también un indicador de desigualdad social y un factor de inequidad de género. El nivel socioeconómico se refleja directamente en la nutrición y crecimiento de las niñas, por lo tanto, también se refleja en sus procesos hormonales. Además del factor económico y de nutrición, las regiones del país influyen en el momento que llegará la primera regla. En Guanajuato,  la  edad promedio de menarca es a los 12.8 años, mientras que en la Ciudad de México es de 12.4 [2].  En tanto, Aréchiga (1999) indica un promedio de 12.64 en Calzada Iztapalapa en el 2001, revela una media de 12.11, en la Ciudad de México. Es decir, la tendencia de la aparición de la menarca va disminuyendo. Además, en el noreste de México, señala una edad inicial de ciclo en 12.06 años.

Según estadísticas de la SEP, el 97.7% de las niñas y niños de 6 a 11 años asisten a la escuela y 9 de cada 10 están cursando primaria. Sin embargo, la estadística cae hasta 4.4 puntos en el año de tránsito de 11 a 12 años, ya que el porcentaje baja a 93.3% de las niñas y niños de 12 a 14 años que asisten a la escuela, reduciéndose a 8 de cada 10 que son quienes están cursando secundaria.

En México, 2.0% o 263,041 de la niñez de 6 a 11 años no asisten a la escuela, y en el grupo de 12 a 17 años la cifra aumenta a 16.2% o 2.2 millones de adolescentes, enfatizándose la deserción de niñas.  Las entidades federativas que muestran el mayor porcentaje de inasistencia escolar en este grupo de edad son Chiapas (4.2%), Campeche (2.7%), Michoacán y Colima (cada una con 2.6%). Lo que sucede a Xóchitl no es fenómeno aislado, pues en las estadísticas más recientes del Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género de la LXII Legislatura de la Cámara de Diputados, se demuestra que de  12 a 17 años se incrementa la no asistencia escolar y con ello la deserción, ya que en 2015 existieron 2.2 millones de adolescentes sin ir a la escuela, es decir, existió un 16.2%  de jóvenes que debían estar cursando la secundaria o el nivel medio superior sin que fuese así.

Educación menstrual significa  que hablemos de menstruación tal y como es, un proceso fisiológico, natural, que debe ser atendido por el Estado mediante el subsidio para que las niñas y adolescentes en condiciones menos favorables no tengan que dejar de ir a la escuela por la falta de baños, toallas femeninas y cultura menstrual. Implica destruir el tabú en torno a la sangre, eliminar la idea de suciedad y prohibición, colocando a la menstruación y su impacto social en el centro de la conversación.  

[1] Los primeros reportes sobre la edad de aparición de la menarca, se encuentra el de Dagmar y Sutherland (1949)

[2] García-Baltazar, (1993)