Entre el clima de chismosa y clasemediera indignación que suscitó la reunión del hijo de Fausto Vallejo con “La Tuta” (en adelante Tuta) hay un ángulo que vale la pena destacar. Y no es la defensa del ex gobernador acerca de que la víctima es él porque iban a matar a su otro hijo. Eso es bastante inverosímil.

Me interesa más la probabilidad (propongo yo que es alta) de que vuelvan los acuerdos políticos y negocios a la vieja usanza, llamémoslos “corrupción vintage”, caracterizados por la intermediación de mandaderos o emisarios irrastreables a las partes reales del negocio. Vamos despacio. Por un lado, vivimos tiempos en donde el más humilde mecánico trae un smartphone. Esto hace de todo ciudadano un  paparazzi en potencia. Todos traemos, durante todo el día (y los más patéticos, toda la noche) pegado al cuerpo un aparato con cámara y videograbadora.

Por otro lado, tenemos una filia bastante vergonzosa compuesta de dos elementos: una cultura de la  sospecha conspiratoria y un placer erótico por los linchamientos a las figuras públicas. Pensamos, en buena parte de Occidente, que nada en el mundo ocurre porque sí; muy al contrario, hay un grupo de personas, pocas, que controlan todo lo que pasa en el mundo. Las elecciones presidenciales, las devaluaciones, los procesos legislativos, el precio de la leche y hasta los partidos de fútbol en todos los niveles (porque, obviamente, los alemanes ganaron ya que a Washington le convenía que así fuera). Esta forma de ver el mundo, huelga decirlo, es bastante limitada y se explica por una mezcla de resentimiento y miedo al caos. Si hay un manojo de masones, judíos, banqueros o vampiros que controlen todo lo que pasa, al menos hay alguien que sabe lo que pasa y se lo puede explicar. La alternativa es la complejidad e incertidumbre del mundo. Inadmisible.

Combinemos lo dicho hasta aquí y tenemos un grupo de periodistas improvisados en cualquier esquina, restaurante, avión o plaza comercial que pueden fotografiar o grabar a cualquiera, en compañía de quien sea. El ejemplo del hijo de Fausto Vallejo que invita a pensar lo peor es casi de caricatura. Pero hay otros muchos, donde dos legisladores estaban desayunando aunque se acaban de gritar en la cámara el día anterior (¡pero cómo!) o donde un ex lo que sea estaba con un empresario “seguro haciendo negocios” y si son exitosos, seguramente sucios. La cuerda de una sociedad que vive de denostar a los privilegiados no tiene fin.

Esto invita a pensar en dos escenarios. El primero, muy optimista, donde todas las acciones malhabidas de todos están bajo el escrutinio público. La opinión pública es el gran hermano encargado de que los hijos de gobernadores lo piensen dos veces antes de reunirse con narcotraficantes y las subsecretarias no hablen de negocios con sus amigos por teléfono. Lo dudo.

La historia humana jamás ha prescindido de individuos o grupos privilegiados. Y éstos jamás han evitado los acuerdos y negocios que les aseguran mantener y aumentar sus privilegios. Lo que varían son las formas. Mi apuesta es que, como en los tiempos en los que la distancia dificultaba las reuniones entre reyes, se usarán recaderos, emisarios o mensajeros, ahora por razones de mera discreción. Ese oficio, el de mandadero del rey, volverá a ser una opción de desarrollo profesional para muchos dentro de la clase política y empresarial. La Tuta y Rodrigo Vallejo podían haber platicado exactamente lo mismo, sin cometer la burda ingenuidad de reunirse cara a cara. Pero, para eso, los integrantes de la clase política tendrían que tener más confianza entre sí y un poco más de clase, también. Veremos.