A simple vista, y aunque la terca realidad se empeñe en decirnos lo contrario, puede parecer que la aparición de periodistas como Jorge Ramos en las conferencias diarias que ofrece el presidente Andrés Manuel López Obrador desde Palacio Nacional, son una oportunidad de reencontrarnos con un ejercicio democrático de transparencia y de rendición de cuentas, pero no. Ni siquiera el aguerrido y crítico periodista es capaz de generarle al ejercicio mañanero presidencial, una sustancia que no tiene desde origen y que los medios y la sociedad mexicana bien harían en ir aceptando.

La primera vez que el presentador de noticias de la televisión norteamericana en español, hizo acto de presencia en “La Mañanera”, el 12 de abril del año pasado, el diálogo que muchos esperábamos terminó en un encontronazo verbal del que Ramos resultó blanco de ataques por parte de fanáticos del lopezobradorismo que no dudaron en lincharlo en las redes sociales por la “impertinencia” de abordar asuntos como seguridad y migración de una manera distinta a la complacencia con la que actúan los comunicadores acreditados por la oficina de Comunicación Social de la presidencia.

Ramos le dijo al presidente aquella ocasión, que durante los tres primeros meses del año pasado ya iban 8,524 mexicanos asesinados y que si la tendencia continuaba, 2019 iba a ser, como sucedió, el año más sangriento en la historia moderna del país. También le dijo que veía demasiados militares en una Guardia Civil como la que se estaba creando entonces y que sus ataques al periódico  Reforma (que recién había filtrado una carta enviada al gobierno español en la que AMLO exigía disculpas públicas a México por parte de la corona y el gobierno de ese país a raíz de la Conquista) no ayuda a un país como el nuestro, que ya desde hace varios años es considerado uno de los más peligrosos para ejercer el periodismo.

En su respuesta en aquel mes de abril, López Obrador exhibió que es un político que aprendió bien las lecciones de marketing político de alguno de los consultores que le ayudaron en sus tres campañas presidenciales: mantener una misma línea discursiva y no salirse de ella, apelar a la consistencia en el mensaje. Por eso, lo que dijo López Obrador entonces no es distinto a lo que le respondió hoy a Ramos, quien llegó a la mañanera para decirle que efectivamente 2019, con más de 34 mil homicidios, es el año más sangriento en México desde la Revolución de 1910.

Básicamente, lo expresado por el presidente en abril y este miércoles de enero ante esta incursión de periodismo crítico en su feudo político personal que son las “mañaneras”, es lo que ha dicho desde siempre: que “nos dejaron un país con mucha violencia porque habia mucha impunidad”, que los neoliberales “se dedicaron a robar y a saquear”, que no generaron empleos (aunque los resultados del primer año de este sexenio en la materia están por debajo de lo logrado en el mismo primer año de gobiernos anteriores) y que ahora se usa otra estrategia, que no sólo no busca castigar la violencia con más violencia, sino que además, se centra en el ataque de las condiciones que originan el problema, por ejemplo, otorgando becas a los jóvenes.

Vistas las respuestas a Jorge Ramos, las de hoy y las de 2018, las “mañaneras” están lejos de ser una plataforma en la que el poder se somete al escrutinio público mediante un ejercicio en el que participa una prensa crítica e independiente, indagando lo que la gente quiere y merece saber, como por ejemplo, por qué se insiste en “abrazos, no balazos” y en fuchis y guácalas, cuando la inercia de la violencia y la inseguridad pervive o sigue en aumento.

Lo que ha demostrado en poco más de un año, es su enorme poder, su capacidad para imponer la agenda del presidente en la opinión pública y la facilidad con la que los medios difieren el tratamiento de asuntos fundamentales para dar espacio a lo que se dice desde Palacio Nacional. Ahora, además, las “mañaneras” se revelan como un arma eficaz no sólo para adoctrinar y para crear percepción a conveniencia del gobierno, sino incluso, para reducir mediáticamente a sus opositores y al pensamiento o las voces críticas como las de Jorge Ramos.

El experimentado periodista acudió a la conferencia del presidente seguramente pensando en que iba a sacudir al país como efectivamente lo hizo en abril del año pasado. Lo cierto es que confirmó solamente la sabiduría popular que dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra; acudió a un espacio que es un espejismo democrático, en el que no hay lugar para el intercambio de opiniones ni para la transparencia porque frente a la terca realidad siempre habrá el optimismo de los “otros datos”.

El periodismo es por naturaleza, crítica, contrapeso al poder. Jorge Ramos es un ingenuo cuando piensa que puede llegar con datos oficiales a confirmar verdades que un gobierno no está dispuesto a reconocer si contradice sus proyectos y desalienta de algún modo la esperanza popular que sigue concitando. Al contrario, esta vez, como en abril, Ramos fue avasallado por un modelo que no está hecho pensando en la transparencia sino en el mantenimiento de la ilusión del pueblo y de la imagen política del propio López Obrador, de la que depende todo el proyecto de “transformación” del gobierno.

De lo perdido que está el combativo periodista ante un esquema de comunicación construido para la propaganda y para el manejo de la popularidad presidencial, da cuenta el tuit que subió después de su irrupción en la “mañanera”. Escribió: “Lo primero que tengo que reconocer es el acceso de la prensa con el presidente @lopezobrador_ Esto –una conferencia de prensa diaria– no ocurre en ningún otro país. La de hoy duró más de 2 horas. Otros periodistas debería aprovecharlo. Así se lo dije hoy a @JesusRCuevas”. Que el presidente le dijo lo mismo que en 2018 y que los mexicanos sabemos que el problema de la inseguridad no va a resolverse con abrazos, Jorge Ramos ya no dijo nada porque no digiere el fracaso. Su intervención, tristemente, está siendo usada como propaganda del régimen.