No podría intitular esta columna de otra manera. Que lo digo con claridad, siendo fiel guía de lo escrito por Francisco Umbral, hace ya más de cincuenta años, pero con tremenda vigencia hoy en día. 

Umbral cual gran literato, pudo intencionalmente haber creado la mejor guía para el turista bohemio que busca la magia madrileña. A través de las páginas de “Amar en Madrid”, se puede saber de primera mano lo que uno puede encontrarse por las calles de la Gran Vía o por Plaza Mayor, las historias de los enamorados por el Retiro o la suerte de los chavales que no saben ligar. Así, amigo viajero, si va para Madrid olvide la lonely planet y corra a la librería por las páginas de este escritor.

Por mi parte puedo decir que Madrid es una ciudad que lo tiene todo. Para los amantes del bullicio y la calamidad, nos parece un refugio. Principalmente, me han parecido fascinantes las noches largas de verano en las que uno puede disimular el gusto por el trago y el insomnio en cualquier petisqueria o bar de la esquina. 

Es un sitio en que la vida transcurre rápido pero que permite hacer tiempo para disfrutarse. Tan sencillo, todo se trata de comer y beber. Las paradas para tomar alimentos realmente son eso. Uno se puede demorar más de dos horas en una sentada, sin contar la sobremesa o bien, tomar un bocadillo y una caña rápida. 

El responsable de tremenda licencia es el calor colérico, que obliga a tomar un tinto en cada parada y con este, un trozo de queso curado y jamón ibérico. La comida es un poema y por ello se repite cuantas veces sea necesario. Por la noche, no es vida nocturna, es la vida misma ¿Por qué tendría que ser diferente? Un nuevo pretexto, si se quiere, ahora corre el aire fresco, la ciudad se ilumina, uno puede ir con vestido corto y labial colorado. Lo que importa es: reír con los amigos, platicar, las cañas y patatas. 

Madrid también es grande por su arte. Yo lo encuentro en cada taberna pero para ser fieles a el concepto, qué mejor garantía que tener a pocos pasos los Museos del Prado y el Reina Sofía. Las mejores obras de El Greco, Velázquez, Goya, Picasso y Dalí. La angustia del trazo de Goya en sus pinturas negras, el grito de dolor del Guernica y la majestuosidad de El Jardín de las Delicias, explican los esplendores del arte español y del porqué uno se cruza por más de diez horas el charco para mirarlos por un segundo, entre cincuenta orientales que buscan desesperadamente y a ocultas del cuidador, lograr una selfie. Que lo vale. 

Madrid es una ciudad única, que no hay comparación, pero si uno tiene que elegir hay que adentrarse en La Latina. Este barrio es de aquellos sitios que se quedan en uno. Las callejuelas, el teatro, los mercados de la cebada y el rastro, que no más que un espacio nostálgico y atemporal, que se siente en las antigüedades, la ropa suelta y colorida, así como en las chunches del  hogar, más la fruta fresca y la pesca del día. Todo esto hace añoranza a un Madrid provinciano, común y poético. Ese Madrid que también en ciudad, ruido, caos, comercios trasnacionales, gente andando rápido por todos lados; la prisa de la juventud. 

No puedo concluir sin mencionar a los tablaos, que como dice el maestro, Madrid es el sitio donde se canta más flamenco en toda Andalucía. Lo dicho también, el flamenco se mantiene -lamentablemente- por el turismo y no muere, y que no lo hará porque la pasión que hay en los y las cantoras, así como en las y los bailaores, es un sentir nacional. La belleza del cantao por las voces más gitanas y la fuerza en el trazo del cuerpo, difícilmente se podrá dar en otra sangre que no sea la española. 

Por todo esto ¿Cómo no amar Madrid?