El fenómeno presente conocido como segunda ola del Covid-19, está causando alarma y estragos en varios países del mundo incluyendo a México, donde el relajamiento social durante los meses de diciembre y enero, que congrega reuniones familiares y romerías en las calles, podría poner en riesgo el sistema hospitalario que se ha venido desarrollando para atender la pandemia del coronavirus. Está incrementando el número de contagios y de muertes. Debemos tener presente esta circunstancia, esta segunda crisis producida por el Sars-Cov-2, para protegernos y adquirir cierto control en lo individual y colectivo, si posible. Porque estamos, de acuerdo a los datos, en un peor momento que en el peor momento de la primera ola.

Tomemos los datos de los Casos Activos, los que contagian. Según datos oficiales, el 20 de noviembre se alcanzó el número más bajo dentro de la primera ola del Covid: 18,947 casos. El 13 de diciembre: 66,994; es decir, 48 mil casos más en apenas 3 semanas. En el peor momento de la primera ola, el 01 de agosto, tuvimos 32,944 casos. Es decir, hoy estamos peor que en el peor momento de la pandemia cuando se observaban medidas de aislamiento y cuidado con cierto rigor, cuando el temor se expresaba todos los días.

Entonces, lo único que debiera ocuparnos es el cuidado extremo, porque nadie quisiera ser parte de la estadística de muerte que, de acuerdo a datos oficiales del domingo 13 de diciembre, suman 113,953 vidas canceladas de manera inesperada.

Tres elementos han hecho posible el relajamiento social en momento tan crítico. 1. La confianza derivada del descenso de contagios a partir de agosto y hasta noviembre. 2. El hartazgo del encerramiento que ha detonado la salida desesperada y sin control de manera irresponsable. 3. La esperanza de la vacuna. En cuanto a esta hay que tener en cuenta que no es una esperanza a materializar en lo inmediato, tomará tiempo, 3, 6 meses, un año… Por tanto, deben ejecutarse las medidas individuales y colectivas necesarias para tener cierto control sobre la pandemia.

Durante este periodo que ha sido crítico, traumático y doloroso por la muerte de familiares, amigos, conocidos, colegas, etcétera, gente en general, ha habido tiempo para realizar una seria introspección sobre la vida y la muerte, sobre el sentido de la existencia antes, durante y después del virus; si es que se sobrevive a él. Una obra importante en este sentido ha sido La peste, de Albert Camus. Publicada en 1947, retrata un fenómeno del siglo XIX, el de la peste transmitida por las pulgas de las ratas, por la suciedad, a las personas. Ubicada en la ciudad de Orán, Argelia, va mostrando cómo se infecta la ciudad, cómo empiezan a morir las personas, se paralizan las actividades, se cortan las comunicaciones, terminan las relaciones... Un periodo terrible de aproximadamente un año. Cuando al cabo de este empiezan a descender los casos, algunos se confían y salen a la calle esperanzados; y en esta esperanza se confían, se contagian y mueren. Mueren en la esperanza.

Hay doy frases terribles de la novela que bien pueden aplicarse a la realidad de México hoy. 1. “Morían hombres que estaban hechos para vivir”. Claro, nadie pensó que un virus arrancaría tantas vidas; esta frase equivaldría a las muertes en México hasta la tercera semana de noviembre, cuando habían muerto alrededor de 100 mil personas. 2. “Eran los desafortunados de la peste: los que mataba en plena esperanza”. Esta sentencia acaso sea aplicable a la circunstancia vivida hoy que y podría ahondarse en el futuro inmediato.

Frente a la tragedia se puede aún elegir hasta cierto grado, se quiere ser de esos desafortunados, los desgraciados del Covid que mueren en la esperanza de la vacuna o, con paciencia y conciencia, llegar a la materialización de esa esperanza.

P.d. Videocolumna sobre el tema:

https://youtu.be/IUOTRDFz1s4