Adolfo: ¿Dónde estás querida princesa? Tiene tanto que no sé de ti. No sabes lo mucho que te extraño, deseo verte y tocar tus manos.

 Blanca Azucena: Hola amigo. No sé dónde estoy, es como el interior de un pozo, pero muy amplio. ¡Con una circunferencia como de 500 metros!

 Adolfo (estupefacto): ¿Cómo? ¿Cómo que estás en un pozo? ¿Pero qué haces ahí mi hermosa muñequita?

 Blanca Azucena: Pues ya ves, decidí pasar un tiempo aquí.

 Adolfo: ¿Cómo sabes que es un pozo y no una cueva u otra formación rocosa? ¿Necesitas ayuda?

 Blanca Azucena: Sé que es un pozo porque hay agua y de cuando en cuando arrojan una cubeta para sacar un poco. Luego la suben.

 Adolfo: ¿Y por qué no subes en la cubeta? Así podrías salir de ese oscuro lugar.

 Blanca Azucena: Nunca dije que fuera oscuro.

 Adolfo: Entonces, ¿Cómo es?

 Blanca Azucena: Es iluminado. Tiene luz eléctrica.

 Adolfo: ¡Vaya! Un pozo con luz eléctrica… No creo que sea un pozo. Además estás hablando por…

 Blanca Azucena: Es un pozo.

 Adolfo: ¿Solo porque arrojan cubetas para sacar agua?

 Blanca Azucena: Un pozo es un contenedor de agua que sirve de suministro de este valioso líquido para todo un pueblo.

 Adolfo: Y ¿Cómo sabes que los que arrojan la cubeta para sacar el agua son pobladores de un pueblo? ¿Has visto a alguno de ellos? Qué tal que en realidad es una cisterna que suministra agua para los habitantes de una simple casa.

 Blanca Azucena: Es un pozo.

 Adolfo: ¿Sólo porque tú lo dices? Dime dónde puedo ir a recogerte. ¡Por Dios, mi querida Blanca Azucena en un pozo! Tengo que ir por ti. Cuando estemos juntos te sacaré de ese horrible lugar y pediré tu mano a tu mamá. Ella me quiere.

 Blanca Azucena: ¡No! Sé que es un pozo porque me lo dijo alguien que vive aquí.

 Adolfo: ¿Quieres decir que además de ti hay alguien más ahí contigo?

 Blanca Azucena: Sí.

 Adolfo: ¿Quién es?

 Blanca Azucena: La razón por la cual no quiero salir de aquí. Es el amor de mi vida.

 Adolfo: (más estupefacto que antes): ¡¿Encontraste al amor de tu vida en el interior de un pozo?!

 Blanca Azucena: Sí.

 Adolfo: ¡Pero Blanca Azucena, tú sabes que yo siempre te he amado! Cómo es que ahora te caes a un pozo y te enamoras del primer vago que encuentras ahí.

 Blanca Azucena: No me caí. Llegué por mi propio pie, como atraída por el imán del amor. Yo sabía que algo extraordinario habitaba en este lugar y no me equivoqué. Además, no es un vago, es el amor de mi vida.

 Adolfo sintió una sensación muy dolorosa cuando ella le dijo que había encontrado al amor de su vida en un pozo. El corazón se le había roto, pero no era un rompimiento cualquiera, no como cuando se rompe un vidrio o una madera. No. Era algo mucho peor, era como cuando se rompe el cielo o se rompe la tierra, y no hay a dónde mirar ni dónde sostenerse.

 Tuvo deseos de reprocharla. Había estado siempre muy enamorado de ella y había hecho esfuerzos hercúleos para granjearse su corazón. Había consumido muchos años de su vida intentando enamorarla, le había comprado los más valiosos regalos —joyas, diamantes, esmeraldas, esclavas de oro de 24 kilates, un City 2013, etc.—, la había invitado a salir a los más comentados lugares —al Bellini, el Piegari, el Pujol, el Nobu, Valle de Bravo, etc.,—y se había portado siempre como todo un caballero.

 Sin embargo, nunca había obtenido resultados favorables para su corazón. Le dolía mucho que ella no lo aceptara más que como un amigo.

 Adolfo: No puedes encontrar al amor de tu vida en un pozo. Nadie vive ahí. Son lugares fríos donde se deposita el agua. Es un lugar aislado del mundo. ¿Qué vas a hacer ahí? ¿Casarte con el amor de tu vida y vivir en un pozo? ¿Ehh, querida mía?

 Blanca Azucena: El amor de mi vida está aquí y aquí voy a quedarme.

 Adolfo: Te ofrezco cosas mejores. No es muy difícil superar lo que él te ofrece. ¡Vivir en un pozo! ¡Es una ridiculez! Ni siquiera debe llegar el sol. ¿De qué vas a vivir? ¿Qué van a comer?

 Blanca Azucena: El amor de mi vida está aquí y voy a quedarme.

 Adolfo: No puedes solamente decir eso. Tienes que pensar las cosas detenidamente. Vivir en el interior de un pozo es… Ni siquiera sabes si de verdad es un pozo. Solo porque él te lo dijo no quiere decir que sea en realidad un pozo.

 Blanca Azucena: Es un pozo.

 Adolfo: Vale. Es un pozo. Y ¿luego qué? ¿De qué vas a vivir? ¿Cuándo irás a ver a tus papás?  ¿Cuándo verás el sol? Tus hijos, ¿a qué escuela irán?

 Blanca Azucena: ¿De qué intentas convencerme?

 Adolfo: De que salgas de ahí.

 Blanca Azucena: No.

 Adolfo: Pero vivir en un pozo es algo absurdo. Por favor recapacita. Acéptame a mí. Yo te ofrezco mi vida entera, lo mejor de mí. Jamás te faltará nada. Anda, tu mamá me quiere, vamos a casarnos.

 Ella no quiso escuchar más. Eran demasiadas preguntas y demasiadas propuestas que ya antes había rechazado. Hizo una mueca de hartazgo.

 Blanca Azucena: Ya me voy querido amigo —enfatizó esta última palabra—, no quiero que me vuelvas a decir qué hacer.

 Adolfo: Pero Blanca Azucena, es mi deber decirte que lo que estás haciendo no es lo correcto.

 Blanca Azucena: Tú no puedes saber qué es lo correcto para mí.

 Adolfo: No lo puedo saber, pero a todas luces se nota que no tienes un plan de vida en el interior de un pozo. Simple y sencillamente porque no hay vida en un pozo.

 Blanca Azucena: Adiós.

 Adolfo: Sabes que te quiero mucho y me preocupo por ti. Cuídate mucho. Ojalá pudiera comprenderte. Pero no puedo. No entiendo por qué haces esto. Siempre has sabido que mi corazón es tuyo y que haría todo por ti. Y ahora te vas con alguien al interior de un pozo. No. No es lo correcto. Estoy convencido. No lo es. Piénsalo por favor.

 Blanca Azucena: Yo también te quiero mucho. Pero las cosas no pueden ser como tú quisieras. Te lo he explicado muchas veces. No quiero lastimarte. Yo ya encontré al amor de mi vida. Y si tengo que vivir en el interior de un pozo para estar a su lado, lo haré.

 Adolfo: No, por favor. Piénsalo.

 Blanca Azucena: Lo siento mucho Adolfo. Adiós.

 Colgó el teléfono. Se acomodó las gafas. Tragó un poco de saliva. Tomó su maleta. Miró el reloj. Su camión salía en cinco minutos.

 La gente caminaba en todas direcciones en la terminal de autobuses Tapo. Algunos iban a Oaxaca, otros a Tlaxcala. Ella iba a Puebla, a reunirse con unas amistades.

 El camión partió hacia su destino. Ella miró por la ventana el recorrido que hacía. Se despidió de la ciudad de México mirando el tránsito de calzada Ignacio Zaragoza, que a todas horas es un desastre. Se acomodó en el asiento y reflexionó. No le había gustado mentir a su mejor amigo y su enamorado número uno. Pasaría unos días en otra ciudad, olvidándose de sus problemas. Después, regresaría y le diría que la vida en un pozo, aunque fría y aislada del mundo, si se comparte con el amor de tu vida, es lo más hermoso que existe.