La semana pasada se dio a conocer el libro “Cien años de Movimientos Estudiantiles” (versión digital), una edición coordinada por Imanol Ordorika, Roberto Rodríguez-Gómez y Manuel Gil Antón (1), con el apoyo del Programa Universitario de Estudios sobre Educación Superior (PUEES, UNAM, 2019).

En la presentación de la obra, los coordinadores afirman lo siguiente: “El libro que presentamos se organiza en torno a cuatro grandes ciclos de movilizaciones estudiantiles. Estos son: los movimientos autonomistas en América Latina; revoluciones estudiantiles de los sesenta; movimientos por la democracia y contra el ajuste estructural; y los movimientos del nuevo siglo. En el contexto de cada uno de ellos se discuten varios movimientos concurrentes en el tiempo o coincidentes en el tipo de demandas y características generales de las movilizaciones.”

En los “Movimientos autonomistas en América Latina”, se publican los textos: “La Reforma Universitaria como batalla cultural”, de Diego Tatián; “La impronta autonomista en América Latina”, de Roberto Rodríguez-Gómez; y “La autonomía universitaria en México (1929)” de Renate Marsiske. En la segunda parte: “Revoluciones Estudiantiles de los Sesenta”, escriben Todd Gitlin con el texto “Activismo estudiantil en Estados Unidos en los sesenta”; Janette Habel con el ensayo: “París, Mayo del 68”; Salvador Martínez Della Rocca con: “El movimiento estudiantil de 1968” (México); y Sergio Zermeño con: “Los demócratas primitivos. A cincuenta años. ¿Qué cambió? ¿Qué permanece?”

En la tercera parte del libro, que lleva por título: “Por la democracia y contra el ajuste estructural”, colaboran: Leticia Pogliaghi con: “Estudiantes en la reconstrucción democrática argentina”; Obéy Ament con: “El movimiento estudiantil en Francia: 1986-1987”; Óscar Moreno con: “El Consejo Estudiantil Universitario. México 1986-1994”; Imanol Ordorika con “El CEU, pensado en seis episodios”. La cuarta parte del libro se refiere a los “Movimientos (Estudiantiles) del Nuevo Siglo” con colaboraciones de Marcela Meneses Reyes con el texto: “Consejo General de Huelga (CGH), UNAM 1999-2000”; Marion Lloyd con: “La lucha por la gratuidad en Chile (2011-2012)”; Juan Sebastián López Mejía con: “El movimiento estudiantil en Colombia (2010-2012)”; Karla Amozurrutia con el texto: “#YoSoy132”; y M. Alejandro González-Ledesma y Héctor Vera con el ensayo: “Movimientos estudiantiles en Estados Unidos”. Al final del volumen, se incluye una sección titulada: “Reflexiones para el análisis”, con un texto de Manuel Gil Antón: “Movimientos Estudiantiles: del color al blanco y negro”.

Casi 400 páginas de análisis, desde diversos ángulos de investigación social, con un enfoque multidisciplinario, sobre los movimientos estudiantiles desarrollados durante las últimas 10 décadas en México y el mundo (lo digo así para no limitar el nivel de profundidad descriptiva e interpretativa que ofrece esta obra, a las parcelas clásicas historiográficas, sociológicas, politológicas o antropológicas, entre otras).

En un balance general y a “bote pronto”, pienso que se podrían elaborar varios comentarios con respecto a este interesante libro, que contiene una colección de textos enfocados, en distintos episodios, a descifrar los contenidos y las formas, las implicaciones y los significados, que asumieron los movimientos estudiantiles del último siglo en diferentes naciones; sin embargo, sólo me detendré a la mención, por el momento y sin contrastar ideas, a algunos fragmentos que me llamaron la atención, por interesantes, de dos ensayos.

1) Cuando los coordinadores de este libro se refieren al movimiento estudiantil de 2012, en México, afirman con precisión lo siguiente: “Un novedoso movimiento estudiantil, correspondiente al caso de México, fue el conocido como #YoSoy132. Esta movilización puede ser clasificada, en principio, dentro de la categoría de movimientos estudiantiles que se desencadenan en oposición a formas de autoritarismo político o gubernamental. La principal innovación del #YoSoy132 radicó en un uso inteligente e intensivo de tecnologías de la información y la comunicación, en especial la convocatoria, comunicación y difusión de sus planteamientos y demandas a través de redes sociales de base digital.”… “El movimiento surgió, primero, como una expresión de protesta contra el manejo informativo de las campañas para la elección presidencial de 2012. Pronto transitó a un enfoque centrado en la democratización de los medios y con una postura contraria a la candidatura apoyada por el partido en el poder. La propia expansión del movimiento y su dinámica de organización abrieron espacio a la expresión de una gama de demandas mucho más amplia que la original. En las primeras asambleas generales de la Coordinadora Interuniversitaria se expresaron exigencias de transformación que abarcaban, prácticamente, el espectro completo de las políticas públicas del país, en un arco que incluía desde el cambio de modelo de desarrollo económico nacional hasta la promoción del arte y la cultura... Delimitar las propuestas gestadas en los primeros encuentros de voceros y representantes de las instituciones participantes en el movimiento no fue tarea fácil. En realidad, quedó pendiente ante la inminencia del proceso electoral. El #YoSoy132, en consecuencia, concentró energías en dos tareas: la de concientización cívica del electorado, y la observación y defensa del sufragio. Aunque los liderazgos del movimiento buscaron alternativas para la continuidad del movimiento y su posible articulación con otras luchas y causas sociales, lo cierto es que, una vez agotado el proceso electoral presidencial, la participación de estudiantes en torno al mismo se fue desvaneciendo.”

2) En otro de los ensayos contenido en el libro, para mi gusto uno de los más completos, el de Salvador Martínez de la Rocca, a través en un texto titulado: “El movimiento estudiantil de 1968”, observo un alto valor historiográfico, sobre todo en la parte final de la colaboración: “Hoy resulta claro que el movimiento estudiantil-popular de 1968 fue la respuesta de un sector importante de la desarticulada sociedad civil mexicana a una crisis de un modelo de hegemonía cuya manifestación más evidente era el uso, cada vez más frecuente, que el Estado hacía de sus aparatos coercitivos para resolver los conflictos políticos que se le presentaban... La lucha de 1968 mostró que el Estado mexicano había perdido a los sectores medios urbanos como sus tradicionales “clases-apoyo”, fenómeno que se pudo observar nítidamente en la “rebelión de los burócratas” que se suscitó el 28 de agosto en el Zócalo capitalino en el acto de “desagravio a la bandera”… Esta pérdida de consenso y legitimidad del Estado mexicano, aunada a la incapacidad de éste para ofrecer soluciones políticas favorables a demandas planteadas desde fuera de su sistema político-corporativo de dominación por sectores sociales independientes es lo que explica, en parte, que la solución estatal al conflicto del 68 haya sido el terror y la violencia... ¿Triunfo o derrota? Si partimos de una postura sociológica-política en donde los movimientos sociales se pueden analizar como acontecimientos o como procesos históricos, podríamos concluir que visto como acontecimiento el 68 fue una derrota. No se consiguió un solo punto del pliego petitorio y fuimos masacrados. Sólo con el ejército se nos pudo derrotar… Si analizamos el 68 como proceso histórico, como hemos intentado aquí demostrar, el 68 no ha sido derrotado. Sigue vigente hasta la actualidad. ¿Por qué? … Como todo movimiento social, el 68 se inicia con un tema central: el pliego petitorio. Sin embargo, resulta innegable que durante su desarrollo va surgiendo un conjunto de demandas, de nuevos temas que arropan al tema central: libertad de expresión, libertad de prensa, libertad de manifestación, libertad sexual, es decir: libertades democráticas... Que todos los mexicanos tengan derecho a tener preferencias políticas, ideológicas, religiosas, partidarias, sexuales, etc., sin que por esto sean reprimidos o perseguidos.”

Finalmente, considero que es un acierto, por su sentido ético y académico, lo que señalan Ordorika Sacristán, Rodríguez-Gómez y Gil Antón (coordinadores del libro) cuando afirman, al inicio, mediante el texto: “Las luchas estudiantiles de 1918 a 2018”, que: “Por supuesto que este recorrido de cien años de luchas estudiantiles es incompleto y parcial. Está sesgado por una visión de aquellos movimientos que tuvieron lugar en América Latina, y de manera aún más particular en México, y otros cuyo impacto a nivel internacional influenciaron de manera relevante los combates de los estudiantes del continente. La selección de casos también está sesgada por la impronta que los diferentes eventos fueron dejando en la realidad política de nuestros países y, de manera fundamental, en la literatura sobre movimientos, en particular los estudiantiles, en las ciencias sociales.”… “Un recuento exhaustivo de cien años de movimientos estudiantiles en todo el mundo resulta prácticamente imposible. Incluso un inventario completo de los que han tenido lugar o impacto en países de América Latina es extremadamente difícil. Es por esto que, en este libro, nos hemos enfocado en la idea de ciclos de movilización y en las expresiones de lucha estudiantil que mejor los caracterizan.”… “en los casos que aquí se presentan aparecen varios hilos conductores extremadamente relevantes. Entre ellos destacan la disposición y capacidad de movilización de los estudiantes; la inteligencia y creatividad de estas juventudes formadas e informadas; su intensidad y entrega para promover los objetivos de sus movimientos; y, por encima de todo, su papel transformador del entorno, las instituciones, la sociedad y la cultura.”

Fuente consultada:

(1) Imanol Ordorika, Roberto Rodríguez-Gómez y Manuel Gil Antón (2019) “Cien años de Movimientos Estudiantiles” (versión digital). Programa Universitario de Estudios sobre Educación Superior (PUEES, UNAM).

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