Ruth Bader Ginsburg, jueza octagenaria de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, falleció el pasado 18 de septiembre en Washington tras una infatigable batalla contra el cáncer.
Ginsburg es un personaje emblemático en la historia de los Estados Unidos. Propuesta por Bill Clinton al Senado para portar la máxima investidura judicial, la jueza personificó durante décadas la corriente del pensamiento liberal en su país. Sin lugar a dudas, la estadounidense integrará los anales de la historia jurídica y ocupará un lugar prominente al lado de otros destacadísimos personajes de la Suprema Corte estadounidense.
No obstante, el ideario liberal de Ginsburg no debe limitarse a la interpretación que la jueza hizo de la Constitución y de las leyes estadounidenses. Su ejemplo debe ser emulado por todos los juristas del mundo, y debe servir como modelo para millones de hombres y mujeres liberales comprometidos con la democracia, la igualdad y la justicia social.
México vive hoy un clima de polarización política sin parangón en nuestra historia; un presidente que desdeña la lucha feminista, que se enzarza en una guerra mediática contra intelectuales, y quien parece dedicar más espacio de su agenda pública a rencillas personales con pasados mandatarios. López Obrador no comprende a personajes como Ginsburg; se autodescribe como un político liberal al tiempo que sus actos reflejan un arcaico conservadurimo político del siglo XIX aclimatado al populismo latinoamericano del presente siglo.
Por otro lado, los feminicidios, la violencia de género y la desigualdad en materia de remuneraciones laborales han revitalizado al activismo político de las mujeres en México. Los sucesos recientes en la CNDH han puesto de manifiesto un nuevo despertar del pensamiento feminista, a la vez que pintan a las instituciones del Estado mexicano como organismos ineficaces ante la defensa de las mexicanas.
Por lo anterior, el feminismo actual debe ser entendido a la luz del pensamiento de Ginsburg: como una legítima batalla político-legal en favor de los derechos de la mujer, y la exigencia de que el Estado no intervenga en la decisión de las mujeres sobre temas como la interrupción del embarazo (pues ello corresponde a un juicio personal ético-moral y no al Estado prohibirlo, castigarlo o promoverlo) los derechos de las minorías lésbico-gay, el matrimonio civil entre individuos del mismo género, la transexualidad y los derechos de estos de no ser discriminados en el ámbito público por motivos de preferencia sexual, credo o tono de piel.
El poder judicial mexicano, desde la Suprema Corte hasta los tribunales inferiores, y la clase política mexicana que se jacta diariamente a de abrazar los ideales liberales, deberían mirar la trayectoria de la jueza Ginsburg como un icono de la justicia, de la fraternidad nacional, de la democracia y de una profunda convicción de hacer imperar la ley en favor de la protección de los derechos de todos los ciudadanos.