A los estudiantes que siembran árboles de libertad

Hoy, 6 de julio, se conmemora el 35 aniversario del inicio del primer movimiento estudiantil que estalló, con saldo blanco, en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Iztacala de la UNAM, hoy Facultad de Estudios Superiores (FES). Seguramente los estudiantes que hoy se encuentran matriculados en esa importante institución educativa, aún no nacían cuando sucedieron estos hechos; quizá por ello, hoy convenga retomar algunos rasgos relevantes de esos acontecimientos, no solo para revivir nostalgias, sino también para hacer memoria y recuperar las imágenes más significativas de esa parte de la historia de Iztacala.

El 6 de julio de 1983, por la tarde, estudiantes de las carreras de Psicología, Biología, principalmente, y algunos compañeros de Odontología y Medicina, decidimos levantar la voz y hacer un alto frente a las actitudes autoritarias y cerradas, encabezadas por el director del campus en ese momento, el finado doctor Sergio Jara del Río. Aunque el motivo inicial de la protesta estaba relacionado con aspectos económicos y asistenciales (contra el aumento del precio de las fotocopias al interior del plantel, por ejemplo), el conflicto se extendió a otros ámbitos, como la reivindicación de derechos universitarios, debido a la falta de atención y diálogo por parte de las autoridades universitarias.

Cabe recordar que la ENEP Iztacala, en ese tiempo, tenía una fama (o mala fama) como el plantel más controlado de la comunidad universitaria y, específicamente, como el menos agitado de entre los planteles multidisciplinarios, que se ubicaron en distintos puntos de la zona metropolitana de la Ciudad de México y del Estado de México, durante la segunda mitad de los años 70 (recordemos que se crearon en esos años, además de Iztacala, los planteles Acatlán, Cuautitlán, Aragón y Zaragoza).

No olvidemos que, por aquella época, la mayoría de las escuelas y facultades de la Universidad Nacional se encontraban aún en etapa de post movilización social, después de los recientes acontecimientos de 1968 y 1971 que, como sabemos, estuvieron marcados por la represión hacia estudiantes y profesores universitarios, normalistas y politécnicos, entre otros.

Como contexto, hay que señalar que la ENEP Iztacala inició labores en 1975, en la época en que la UNAM era dirigida por el Rector Guillermo Soberón Acevedo. En ese entonces, el primer director, fundador, de la ENEP fue el doctor Héctor “el Güero” Fernández Varela, pediatra, a quien se le atribuía el trofeo de “director firme” ante los conflictos universitarios. Pienso que algo debió haber aprendido de esas lecciones de “mano dura”, el segundo director en la historia de la ENEP, el doctor Jara del Río, quien se desempeñó, antes, como secretario académico de Fernández Varela.

Pues bien, ese 6 de julio, luego de que solicitamos, mediante escrito (que conservo), a las autoridades universitarias que nos dieran audiencia con la intención de entablar un diálogo, en el Aula Magna, para abordar los problemas más sentidos de la comunidad, recibimos la notificación verbal de que ese espacio estaría cerrado y que no se presentaría ningún representante de las autoridades educativas al diálogo. Así se encendió la mecha: de inmediato los estudiantes organizamos una asamblea en la planta baja del edificio de gobierno (popularmente conocido como “el búnker”), sede de la dirección y de áreas administrativas del plantel, que en ese tiempo solo tenía dos niveles. Al no recibir respuesta una vez más, frente a la dirección, decidimos iniciar un paro de labores, con la consecuente toma de instalaciones, a efecto de presionar a las autoridades locales para que atendieran las demandas estudiantiles.

La represión y la intimidación institucionales no se hicieron esperar: A los dos o tres días de iniciado el paro, el H. Tribunal Universitario de la UNAM notificó a un grupo de compañeros estudiantes y, de manera absurda, a algunos docentes que pasaban por el lugar a la hora de la protesta, mediante consignaciones o demandas, para que asistieran a declarar en dicho Tribunal, pues habían sido señalados como presuntos responsables del conflicto. Más allá de desmoralizar o desmotivar a los estudiantes, ese hecho provocó mayor descontento, y generó más unidad, apoyo y solidaridad entre los miembros de la comunidad: estudiantes, docentes y personal administrativo, lo cual dio lugar a la más grande participación de protesta universitaria nunca vista en la corta vida de la Escuela. Fue una respuesta firme, ejemplar y fraterna de la comunidad. Algo que jamás se habían imaginado que fuera a ocurrir, el director y su equipo de trabajo, y para ser sinceros, ni nosotros tampoco.

Veinte días duró el paro. La solidaridad de los vecinos de la Escuela de inmediato se hizo sentir. Cazuelas de arroz, frijoles, nopales, agua simple en garrafones, tortillas, salsas, pan, café de olla para sostener al movimiento de paristas. Se integró de inmediato la asamblea de docentes y académicos en solidaridad con el paro estudiantil. Los representantes sindicales del STUNAM en Iztacala, así como agremiados, de inmediato mostraron su apoyo incondicional a los estudiantes en protesta. Durante las jornadas nocturnas, y luego de largas asambleas informativas o resolutivas, se escuchaban los cantos, a través de discos de 33 revoluciones, de Óscar Chávez, Violeta Parra, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, los Folkloristas y Amparo Ochoa. Creo que esa ha sido la única vez que he escuchado a la trova cubana por más de 24 horas ininterrumpidas…

Poco antes del levantamiento del paro pacífico de labores, autoridades y estudiantes, con algunos docentes como testigos, llevamos a cabo rondas de diálogo y firma de acuerdos; esto sucedió en las instalaciones de la clínica universitaria, contigua a la ENEP Acatlán. Recuerdo que, durante el movimiento, los dirigentes tuvimos la oportunidad de conversar con algunos líderes estudiantiles de otras escuelas y facultades de la UNAM, esto con la intención de solicitar su solidaridad y apoyo para continuar con la protesta. Durante ese tiempo se encontraba todavía en receso el movimiento estudiantil universitario, después de la difícil coyuntura, que despertó tres años después al tomar fuerza vigorosa, justo en contra de las medidas impuestas (aumento de cuotas universitarias) por parte del Rector Jorge Carpizo. Me refiero a la emergencia del movimiento del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) que, en 1986, desarrolló una singular revuelta en la UNAM, con resultados favorables para la vida institucional, como la realización del Congreso Universitario de mayo-junio de 1990, y que vio nacer a importantes dirigentes estudiantiles y sociales como Imanol Ordorika, Carlos Imaz, Toño Santos, Martí Batres, Claudia Sheinbaum, Mireya Imaz, Ulises Lara, Ricardo Becerra y Oscar Moreno, entre otros.

Es de especial importancia resaltar que, en la ENEP Iztacala, nuestra justa protesta de 1983 resultó con “saldo blanco”, porque antes y después de esa fecha, los desenlaces de los movimientos populares, estudiantiles y de oposición, generalmente terminaban en actos de represión en su contra, con saldo rojo o negro. En este caso no hubo, por fortuna, ninguna baja. El movimiento estudiantil de ese año en Iztacala logró el cumplimiento de sus principales demandas, e inclusive aportó importantes señalamientos a una serie de situaciones pedagógicos (como tener voz y voto en los diagnósticos y los cambios curriculares en marcha, sobre todo en Psicología); aunque quedaron pendientes algunos temas como la autorización de becas y apoyos para transporte escolar. Por otra parte, como resultado de la participación de una cantidad numerosa de compañeros, algunos de ellos, posteriormente al paro, formaron parte de la vida institucional en el Consejo Técnico de la Escuela.

La protesta cívica y pacífica, memorable, de 1983, nos enseñó que el autoritarismo y la sinrazón se sostienen en nuestras instituciones educativas, y de cualquier otro ámbito, hasta que la sociedad se organiza, exige y participa. Sin duda, los aprendizajes que deja esta historia se extienden hacia nuestros días, porque nos dieron la certeza de que los derechos universitarios deben ser respetados en cualquier tiempo y en todos los lugares donde habitamos como comunidad en las instituciones de educación superior.

*Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Querétaro.

jcmqro3@yahoo.com