Sinceramente, desde mi particular punto de vista, no había nada especial para entusiasmarse con las elecciones presidenciales de Venezuela. O reelegían al mismo, con todas sus limitaciones y alcances de un ejercicio de gobierno neopopulista probado y reprobado por su pueblo; o probaban con un candidato que logró despertar simpatías de amplios sectores de la población, no dejaba de estar estigmatizado por estar al servicio de los intereses de la derecha y los Estados Unidos.

Realmente a mi –y leo que a muchos- no les entusiasmó el proceso electoral en Venezuela más allá de los efectos que puedan traer a la dinámica geoestrátegica de México.

Sin embargo, fue muy grato que en esta jornada electoral no se registran hechos de violencia que lamentar, salvo un caso excepcional. Muchos desde este lado de la baqueta leímos, las campañas de miedo lanzadas, primero por Hugo Chávez, llamando a defender hasta con la vida su revolución; después,  algún sesudo asesor de Henrique Capriles, quien denunció que habría “comandos” de chavistas armados puestos a reventar el proceso electoral si el mandatario no era reelegido.

Muy importante fue el 80% de participación ciudadana ejerciendo su sufragio, lo que, aunque no nos guste, brinda una legitimidad democrática al triunfador; aunque ignoro si dicha legitimidad fuera la misma si Capriles hubiera ganado.

Para la oposición chavista, esta elección fue aleccionadora porque por primera vez superaron parte de sus divisiones y se acercaron a sectores de la población que nunca antes lo habían hecho. La Mesa de Unidad Democrática puede tener futuro siempre y cuando aprendan a escuchar a sus electores y el mensaje de las urnas para que las próximas justas lleguen más fortalecidos.

Para la región hay lecturas encontradas, por supuesto. Sin duda para el eje de la Alianza Bolivariana de las Américas representa un triunfo, “su triunfo”, porque con Chávez el pacto político-energético y financiero se consolida no sólo para la defensa de la soberanía energética de sus naciones (Bolivia, Ecuador, Argentina y Nicaragua) sino para respaldarse mutuamente con miras a próximos procesos electorales.

Del lado neutral habrá mandatarios que dudaban en integrarse al eje, pero ahora tendrán que analizarlo a fondo como es el caso de Perú o El Salvador. El caso de Brasil se cuece aparte.

Por el lado de los aliados de los Estados Unidos hay preocupación. En entre estos gobiernos están Colombia y México, por su nivel de importancia; los otros son Chile, Costa Rica, Honduras y Guatemala.

Con México el trato de Chávez ha sido de ingrato a grotesto; ingrato porque si algún gobierno defendió al venezolano del golpe de Estado mediático-militar fue Vicente Fox; grotesto porque al final Chávez no bajó de “cachorro del imperio” al ex presidente mexicano. A la llegada de Felipe Calderón la relación fue de menos a más, al grado de que en las pasadas cumbres latinoamericanas ambos mandatarios se llamaron “amigos”.  La realidad es que como en los viejos tiempos, Chávez y Calderón firmaron un pacto de no agresión y no intromisión en asuntos internos de cada nación.

En la pasada gira de Enrique Peña Nieto por Sudamérica, estratégicamente cruzó todo el espectro de los gobiernos izquierdistas, excepto Venezuela. Y no porque no tenga relación o sea mal recibido, sino que no quiso enturbiarse el objetivo del plan de la gira.

Pero en el caso de Colombia las cosas no son más felices.

Para que no se olvide. En el 2008, Hugo Chávez Frías estuvo decidido a llevar a cabo una ofensiva político militar de alto riesgo: provocar bélicamente al gobierno de Colombia y a todos sus aliados, ya sea por medio de un enfrentamiento militar o por vía del apoyo a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en especial al Frente 16, el que bajo su responsabilidad el departamento de Vichada, en la región oriental de este país, la mejor zona para llegar seguros al territorio de la República Bolivariana de Venezuela.

No fue una mera especulación, sino un asunto de primera importancia que inquietó a la opinión pública mundial debido a la forma en que la carrera armamentista en Sudamérica se ha incrementado de manera acelerada en los últimos años, en especial, los gobiernos más importantes económica y políticamente: Argentina, Brasil, Chile y Venezuela. 

Un dato ilustró este panorama:  el 11 de febrero de 2008, los entonces presidentes Luis Inacio “Lula” Da Silva y Sarkozy, establecieron un acuerdo de defensa común, biocombustibles, medio ambiente y energía nuclear.  Algo natural, si se quiere ver así, pero el punto es que detrás de dicho acuerdo estaba también el interés de Francia por proteger a la Guyana Francesa de cualquier intentona expansionista del gobierno de Chávez. 

Y es que para el gobierno de Chávez Frías, como lo viene haciendo desde entonces, quiere hacer valer los derechos establecidos en la Constitución Política bolivariana del siglo XIX, y no sólo en lo relativo a los sentimientos bolivarianos, sino que quiere refrendar los derechos desde antes las actas de independencia de al menos tres países sudamericanos. En el Capítulo Primero, referente “Al Territorio  y demás espacios geográficos” de Venezuela, en su artículo 10, señala claramente que: “El territorio y demás espacios geográficos de la República son los que correspondían a la Capitanía General de Venezuela antes de la transformación política iniciada el 19 de abril de 1810, con las modificaciones resultantes de los tratados y laudos arbitrales no viciados de nulidad.”

Esta carta política extraterritorial venezolana es la que tiene en estado de alerta a Colombia, a sus países vecinos, a sus nuevos amigos, a sus detractores y a los Estados Unidos. No es un asunto menor ni aislado a nuestro país, porque precisamente, mientras Hugo Chávez lanza su ofensiva de nacionalismo petrolero para afilar lanzas contra el imperialismo, coincidentemente en nuestro país ese es el tema central de la agenda política nacional.

Más aún, no debe pasarse por alto qué tipo de papel pueda jugar el gobierno de nuestro país ante un escenario desestabilizador en la región, donde los ejes Buenos Aires- Quito- La Paz – Caracas y el que integran Brasilia- Santiago han puesto ya sus cartas sobre la mesa. Por si fuera poco, Bogotá también construye el suyo, con los gobiernos conservadores y con el apoyo de los Estados Unidos.

México tiene un papel qué jugar en el nuevo escenario, en especial, sobre qué tipo de relaciones podrían darse con Venezuela para los próximos años.  La política exterior mexicana sustentada en la Doctrina Estrada de la no intervención y en el respeto a los gobiernos de otros países, enfrentará un reto enorme con las acciones que están desplegándose desde el mismo centro de nuestro país hasta la Patagonia, donde se han revivido viejas pugnas territoriales, étnicas, nacionalistas, culturales e ideológicas.

Es América Latina, nuestra América, la que dará de qué hablar para los próximos años en el escenario mundial de las nuevas guerras.

alexiabarriossendero@gmail.com