El pasado sábado 10 de septiembre del año en curso, miles de personas de diversas organizaciones religiosas llevaron a cabo movilizaciones en distintas ciudades de la República Mexicana para expresar su apoyo respecto a la preservación de la llamada “familia tradicional”, al igual que su repudio hacia la iniciativa que propone incluir el polémico modelo del “matrimonio igualitario”, la “adopción de menores” entre parejas del mismo sexo y la enseñanza de la “ideología de género” en las escuelas públicas: “Miles de personas en Aguascalientes, Baja California, Campeche, Chiapas, Chihuahua, Colima, Jalisco, Guanajuato, Hidalgo, Estado de México, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca, Querétaro, Sinaloa, Tamaulipas, Veracruz, Yucatán y Zacatecas, marcharon para mostrar su apoyo a la familia tradicional y exigir la derogación de la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo” (La Jornada, 10/XIX/16). Según datos supuestamente oficiales emitidos por algunas de estas organizaciones, tan sólo en ocho diferentes municipios de Jalisco, las movilizaciones lograron agrupar a más de 50 mil simpatizantes. De la misma manera, en algunas de las principales avenidas de la capital queretana, se congregaron un aproximado de 35 mil personas en una protesta en la cual participó el obispo de la diócesis de Querétaro, Faustino Armendáriz Jiménez, al igual que varios diputados locales del Partido Acción Nacional (PAN). Ahora, dejando de lado el tema de la adopción de menores por parte de parejas del mismo sexo (ya que ese es un tema delicado que no se tratará en este breve artículo de opinión por falta de espacio y tiempo), ¿Cree usted que sea adecuada la prohibición del matrimonio a homosexuales y lesbianas? Yo no lo creo, pero si usted piensa de manera contraria, está en su derecho de hacerlo. 

Ante estos hechos, resulta irónico y hasta cierto punto cínico que sea la misma Iglesia Católica la que organice este tipo de manifestaciones a favor de la familia tradicional. Porque debe de saber, estimado lector, que ha sido esta misma empresa (porque eso es, una enorme empresa que lleva siglos enriqueciéndose a costa de la fe de millones de personas) la que ha ocultado miles de casos de pederastia alrededor del mundo efectuados por padres, curas y sacerdotes. Dicho esto, si es que no tiene idea de lo que estoy hablando, permítame informarle un poco al respecto. El pasado 4 de agosto del año 2013, se estrenó en México un extraordinario documental titulado: “Mea Máxima Culpa: Silencio en la Casa de Dios”, dirigido por el director de cine y productor de documentales estadunidense, Alex Gibney.** En este expone desde los testimonios de varios adultos (en ese entonces niños) que fueron víctimas de abuso sexual durante los años 60´S, hasta los más recientes casos de violaciones a nivel mundial efectuados por miembros de la Iglesia Católica. Por otra parte, el documental cuestiona el silencio del Vaticano respecto a tales atrocidades cometidas por sus instituciones: “Su narrativa transita a la par del desarrollo de su caso principal: el abuso sexual a los niños de la escuela para sordos de St. John por parte del padre Lawrence Murphy, mientras que toca otros a nivel mundial, como el del Padre Marcial Maciel” (CinePremiere, 03/X/2013).

De la misma manera, documenta como el ex Papa Joseph Aloisius Ratzinger Fitzgerald, mejor conocido como Benedicto XVI, durante 25 años lideró la oficina vaticana familiarizada con los casos más severos de abuso sexual llevados a cabo por sacerdotes, mejor conocida como: “La Congregación para la Doctrina de la Fe”. En el año de 2001, Ratzinger acató fielmente la orden aprobada por uno de sus principales mentores, Juan Pablo II, que decía: “Cada caso de abuso sexual que involucre a un menor, será enviado a mi escritorio”. Porque en efecto, Juan Pablo II, uno de los Papas más queridos por este país, tenía conocimiento de este tipo de abusos, por lo tanto, desde este año en adelante cada caso de abuso sexual cometido por sacerdotes fue enviado a las manos de Benedicto XVI. Así, el anteriormente Papa es una de las personas más impunes en el mundo de la religión, ya que guardó los casos de violaciones hacia menores, escondiendo toda la información disponible que había al respecto. Increíblemente, detrás de los muros del Vaticano están los registros más voluminosos de este tipo de abuso en el sacerdocio, centralizados en los archivos secretos de La Congregación de la Doctrina de la Fe.

Estos y muchos otros datos más del horror son documentados por Gibney de una manera excepcional en este trabajo. Con esto, aclaro que las generalizaciones emitidas para con todos los padres, sacerdotes, curas o cualquier persona que se dedique a predicar la llamada <> respecto a la atrocidad del abuso sexual es infundada y sin sentido. No puedo asegurar que todos son iguales, simplemente estoy exponiendo una dura realidad que ha marcado de por vida a miles de infantes y con esto a la hipocresía de la Iglesia, evidenciada, en el caso de México, por uno de los Cardenales más corruptos en la historia de esta institución; Norberto Rivera Carrera, que en sus preocupantes palabras, justifica con eufemismos semejantes desviaciones humanas: “En el caso de los sacerdotes pederastas es otro tema. Como institución tenemos nuestros propios juicios canónicos. En esos casos se analizan muy bien las acusaciones, porque hay niños muy mentirosos, incluso hay niños que ya desde edad muy temprana son muy inquietos y tientan y provocan a los mayores”. Por lo demás, juzgue usted mismo.

Para finalizar, creo firmemente que es fundamental recalcar dos aspectos primordiales; la importancia de la tolerancia que debe de existir respecto a los puntos de vista contrarios al propio y la exposición de la creciente pederastia que lleva años reproduciéndose al interior de la Iglesia Católica. Independientemente de la preferencia sexual, las tradiciones, la idiosincrasia y la cultura que se tenga, el respeto hacia las diferentes interpretaciones que se presentan en la sociedad mexicana es uno de los principales retos que se tienen en cuanto a políticas de bienestar se refiere. Porque no estar a favor del matrimonio igualitario no hace a las personas homofóbicas, así como menospreciar el modelo de familia tradicional no las hace más abiertas, conscientes y liberales. Ninguna opinión o ideología debe de ser impuesta en contra de la voluntad de la persona, así refute en su totalidad los ideales de determinado actor, movimiento o institución social. Con esto quiero decir que cada ser humano tiene el derecho de pensar lo que quiera, siempre y cuando lo pregone con responsabilidad y respeto. El sentimiento de escozor en ocasiones será inevitable, pero debemos de entender que cada actor social tiene el derecho de ser feliz a su manera, por lo tanto, si la felicidad es encontrada en una relación interpersonal con otra persona del mismo sexo, nadie tiene la autoridad moral para enjuiciar y determinar cómo debe de vivirse tal experiencia que brinda bienestar. Hay verdaderas situaciones que requieren de un rechazo marcado e irreversible, como es el caso del abuso sexual hacia menores. Así que vivamos y dejemos vivir, protestando por verdaderas atrocidades que merecen indignación, no por seres humanos que rompen con nuestros esquemas culturales tradicionales al momento de ejercer su sexualidad de manera diferente a nosotros.

Gracias por su lectura.

@erosuamero

*Eros Ortega Ramos es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana.

**Mea Máxima Culpa: Silencio en la casa de Dios | Estreno: 4 de agosto de 2013 | Director: Alex Gibney | Clasificación: B | Duración: 1h 46min | Documental.