El 7 y 8 de noviembre pasados se consumó en el Zócalo de la Ciudad de México el plagio de la ópera Motezuma (1733), de Antonio Vivaldi, perpetrado por Samuel Máynez Champion que, desde 2009, utilizó la música del compositor italiano para hacerle una supuesta “refutación histórica en claves mexicanas”. Refutación que tras pasar por el plagio se enseñorea en el fraude -pues se trata de un engaño al público-, y acaso en la ingenuidad de la autoridad de la cultura en la ciudad y, consecuentemente, en el erario de los habitantes de la misma.

Sin escribir una sola nota musical, a base de pura argumentación histórica e ideológica, Máynez se ha convertido en autor de Motecuhzoma II; tal como ha aparecido en medios, en la publicidad oficial de la secretaría de Cultura, en la promoción del evento y en wikipedia. Para lograrlo, como ya dijimos, 1. Cambia el sentido de la historia en visión de Vivaldi. 2. Cambia el texto en su totalidad. 3. Cambia los personajes; por ejemplo, hace aparecer a Pedro de Alvarado y desaparece a Isabel Moctezuma y la sustituye por Malintzin o Malinche; ya se sabe, para algún conveniente dueto de amor con Cortés. 4. A la música barroca de Vivaldi le superpone, le incorpora instrumentación aparentemente prehispánica (conchas, pitos mexicas, teponaztli); así, la deforma, la distorsiona; 5. Violenta una obra original.

Tengo para mí que de este desaguisado celebratorio del encuentro entre Hernán Cortés y el emperador Motecuhzoma Xocoyotzin el 8 de noviembre de 1519, quedará con el tiempo el registro de que, en el quinto centenario de dicho acontecimiento, las autoridades de la Ciudad de México celebraron con la producción de una obra, cuando menos deformada, de Antonio Vivaldi, no con una creación original por mucho que el autor de la “refutación” haya obtenido el doctorado en Estudios Mesoamericanos por la UNAM sustentando “la tesis Reelaboración y relectura del Dramma per música Motecuhzoma II de Antonio Vivaldi (sic). Una visión desde Mesoamérica que confronta al eurocentrismo”, como reporta Humberto Musacchio el 14-07-14 en su columna “La República de las letras”, de Excélsior. Una impugnación histórica escrita a manera de ensayo podría valer, pero no la “rectificación” musical deformando la concepción de una obra original. Para ello, el refutador, como compositor que es, tendría que haber refutado su refutación con música propia. Punto, no puede haber concesión en ello.

No obstante lo anterior, existen algunas opiniones en favor de Máynez Champion que parten, sobre todo, del desconocimiento o el desdén al hecho de que ha incorporado una obra a su catálogo creativo a partir de la distorsión de la creación original de Vivaldi, o que parten de la actitud laxa de valorar el acto solo de la representación sin importar nada más. Aquí algunos testimonios.

1. Un conocedor. El estimado Manuel Yrízar Rojas, productor por muchos años de las transmisiones de ópera en los canales 11 y 22 y colaborador del tigre poeta Eduardo Lizalde en sus programas sobre el género, estuvo presente en la representación del Zócalo y escribe un texto en el que sobresale la valoración de la escenificación, pues “la música encontrada [de Vivaldi] solo sirve de base y pretexto a recrear de la manera más real ese inicio de una fusión, mestizaje lo llaman algunos, de dos culturas diametralmente opuestas, que cinco siglos después, será lo que somos hoy” (página Opera World, 10-11-19); una vez establecido lo anterior, Yrízar se dedica a disfrutar de la función como espectador “amante” de la ópera sin importarle mucho la responsabilidad de Máynez Champion. Al compartirle mi texto crítico publicado en días pasados (“Moctezuma en el Zócalo: de Antonio Vivaldi al ‘vival’ de Máynez Champion”; SDPnoticias, 05-11-19), me comentó como respuesta: “El asunto es polémico. Pero a mí me encantó la propuesta. Me pareció muy bien lograda. ¡Qué bueno que se tengan puntos de vista totalmente discordantes!”. Adiós, Vivaldi.

2. El cantante. Uno de los protagonistas de la puesta en escena establece públicamente su emocionalidad al interpretar su papel: “Me siento cansado, con muchas emociones encontradas, feliz… Me siento honrado al ser escogido para tal personaje, por el creador de esta Opera que fue Samuel Maynez Champion”; aquí, hasta cierto punto “normal” sin ser justificable, la crítica desaparece. Es decir, Vivaldi es esfumado.

3. El público. La audiencia en la plancha de la Plaza de la Constitución, en decenas de miles según reportan algunas notas, se entrega naturalmente al momento escénico y musical sin establecer ningún ánimo crítico respecto a lo que mira y siente. Aplaude conmocionada por la orquesta barroca y el tam-tam (¿quién no?); y Vivaldi se convierte desde el Zócalo en un ente perdido en el espacio de la oscura noche de los tiempos.

4. Una excompañera como público. Al compartir mi texto de SDPnoticias en mi página de Facebook, una excompañera de la UNAM expresó su disenso con mi argumentación. Escribió que ella asistiría muy contenta al Zócalo a presenciar una obra que “resignifica” lo que verdaderamente pasó hace 500 años y, además, cantada en español, náhuatl y maya (¡cómo se atreven Vivaldi y Girolamo Giusti, su argumentista!). No la cito literal porque después de mi respuesta eliminó su comentario. Es decir, una vez más Vivaldi no existe y “se agiganta” Máynez. 

5. La producción. Incluyendo al director de escena, José Luis Castillo –que ha dejado de manifiesto en entrevistas su desconocimiento del género operístico-, la producción de la puesta, al igual que el cantante y el público, está feliz con ser partícipe de un momento y, claro, de disfrutar de la remuneración de su trabajo. Lo inmediato es su objetivo. ¿Vivaldi?, ¿y ese quién es?

6. La autoridad de la cultura. El señor Suárez del Real, secretario de Cultura de la Ciudad de México, desde el momento de decidirse a patrocinar la producción, hasta las entrevistas, los ensayos y las reacciones post-evento, ha mostrado la satisfacción de materializar el sueño de Máynez Champion. Salvo en una graduación en la cronología del discurso sobre la autoría de la obra –de tratarlo como autor en un principio lo deja como mero guionista al final; acaso haya escuchado algunas voces críticas al respecto-, Suárez también está feliz del resultado de la producción. Un sentido crítico con cierto rigor le habría llevado al acto contrario: no patrocinar la obra a cargo del erario de la ciudad.

7. Un amigo compositor. Una voz disonante, la del compositor Manuel Cuevas –autor, entre otros trabajos, de la ópera El emplazamiento de la patria-, al conocer del asunto y leer mi texto, me comentó en llamada telefónica, “esto es una aberración”. Al compartir mi texto en su página, un seguidor suyo le comentó que acaso la ópera “de” Máynez entre en el terreno de la “obra derivada” o de “dominio público”, lo cual no es posible. En el primer caso, porque no se desprende una nueva obra de la original sino que se le superpone a ésta una serie de percusiones en apariencia prehispánicas; es decir, junto con el texto sustituido, en “claves mexicanas”, se le deforma. En el segundo, porque se conoce el nombre y la temporalidad del autor de la obra original: Antonio Lucio Vivaldi, 1678-1741.

8. Una lectora. Como respuesta a mi artículo ya referido, una apreciable lectora (hay que apreciar a los lectores) comenta: “Creo que el auténtico e irrefutable vivales es Héctor Palacio, que habiéndose apropiado de tanto no aporta absolutamente nada”. Y pulsando mis indagaciones y consideraciones, la de varios músicos, la de mi amigo el compositor Manuel Cuevas, y como mi papel en el ejercicio del periodismo cultural crítico no es sino establecer con información, criterios y juicios la realidad de las cosas, no me quedó más que citar al “autor” de Motecuhzoma II y responderle de manera formal junto con un emoticón con cara de payaso: Permítame que le refute en claves mexicanas.

P.d. Aquí la videocolumna que realicé para SDP sobre el tema: