En sí mismo es bueno que una profesora sea designada cabeza de la SEP, distinción que pocos maestros han recibido en el pasado. El acierto en la designación corresponde al presidente López Obrador, independientemente de la intención política —atraerse al magisterio—, claramente perceptible, del nombramiento.

Las calificaciones de la maestra Delfina Gómez pierden importancia frente a la duda fundamental que tenemos sobre lo que quiere hacer AMLO en materia de educación. ¿Piensa acaso que los programas de becas y de apoyo a las escuelas son acciones suficientes en materia educativa? ¿Se abstendrá de realizar políticas dirigidas a mejorar la calidad de la educación?

El sistema educativo es, como sabemos, una institución de dimensiones gigantescas y de una complejidad intimidante. Concertar la acción educativa simultánea de la federación con los estados es un problema difícil de lograr, sobre todo cuando federación y estados son meras superestructuras burocráticas que dirigen, desde fuera y desde arriba, las escuelas, recintos donde verdaderamente ocurre el hecho educativo.

Este sistema ha crecido tanto (tiene aproximadamente 38 millones de alumnos, 3 millones de maestros y 500 mil escuelas) que asegurar su estabilidad constituye una prioridad de gobierno. Muchos presidentes, por lo mismo, han reducido su acción educativa a conservar la tranquilidad del sector.

¿Qué quiere en educación AMLO? ¿Sólo busca la estabilidad del sistema? ¿No habrá en este sexenio ningún cambio orientado a mejorar la calidad y conseguir la equidad y la inclusión? El presidente ha manifestado repetidamente su vocación anti-intelectual y ha expresado sus prejuicios contra la calidad educativa. La sola palabra le da escalofríos.

Si la maestra Delfina reduce su papel a plegarse silenciosa y dócilmente a la voluntad manifiesta del presidente (como lo han hecho vergonzosamente todos los secretarios) es probable que sólo actuará sobre lo administrativo tratando, como lo dijo AMLO, de economizar y centralizar la acción educativa en cuatro programas: alumnos, maestros, escuelas y becas.

La decisión está en manos de la maestra: dependerá de su carácter y de su textura moral. Si se reduce a obedecer, una vez más, se derrochará un sexenio en acciones irrelevantes respecto a los problemas fundamentales del sector, a saber: los bajos aprendizajes de los alumnos, las deficiencias existentes en la formación inicial y continua de los docentes, la gestión burocrática de las escuelas, las desigualdades en el funcionamiento del sistema, los pocos conocimientos y habilidades que posee la población adulta y la pobre movilidad social que genera la educación.

Hablo sólo de educación básica. Falta mencionar las dificultades y rezagos que se viven en otras áreas del sector educativo, como la educación superior que, no obstante los eufemismos, sufre un descalabro mayor que nadie, o pocos, quieren ver. Lo real es que en su funcionamiento el sistema educativo tropieza con la acción de facciones, tribus y mafias que actúan a nivel local e impiden que la educación en general repercuta positivamente en la construcción de una sociedad justa y democrática.