El mediodía de ayer jueves 17 utilice unos minutos para abundar en la cuenta de twitter @estadofallidomx sobre algunos recuerdos.

Recuerdo que tenía 16 años de edad cuando descubrí a Carlos Fuentes. Fue a esa edad cuando tuve entre mis manos “La muerte de Artemio Cruz”.

Artemio Cruz tiene una narrativa extraordinaria. La novela inicia con la muerte de Artemio y termina en el momento de su nacimiento.

Es una figura literaria para describir el orden cíclico de la Vida en la que todo es un círculo y siempre volvemos al mismo punto del que partimos.

Pero “La Muerte de Artemio Cruz” también es una radiografía del poder en México; es la historia de un político que surge de la nada y llega a escalar hasta las más altas instancias de la pirámide.

Artemio Cruz recorre desde el México de los caudillos militares hasta el de las instituciones.

Es una fiel fotografía del México del siglo XX.

Pero la literatura que es en sí misma el periodismo del alma en ningún momento se aparta del drama que cubre a Artemio Cruz.

El hombre poderoso, implacable e inflexible sufre el más profundo de los dolores; la pérdida de su único hijo.

“Cruzaba el río a caballo… lo esperaba con alegría” es una frase que se repite decenas de ocasiones a lo largo de la novela.

Es el recuerdo que Artemio Cruz tiene de su hijo.

El hombre de poder no tiene descendencia, no tiene posteridad; su vida fue inútil y está condenado al olvido.

Como una sombra lapidaria la pérdida de su hijo hace de Cruz un hombre atormentado.

Le leí con una gran avidez. A partir de ese momento me convertí en un ferviente y devoto lector de Carlos Fuentes.

Leí todas sus novelas. Cuando se anunciaba una nueva la esperaba con ansia en la librería “Gandhi” de Miguel Ángel de Quevedo.

Incluso los artículos que se publicaban en el diario español “El País” y los escasos, pero valiosos, que se publicaron en “La Jornada”.

Me indigné y me irrité cuando en la desaparecida revista “Vuelta” Enrique Krauze arremetió en un visceral y vomitivo artículo dedicado expresamente a denostar a Fuentes.

Sin duda un trabajo por consigna.

Seguía con atención las entrevistas que daba a Jacobo Zabludosvky en el noticiero “24 horas” y a Ricardo Rocha en “Para gente grande”.

Mi pasión por Carlos Fuentes era obsesiva… hasta… hasta que inició esta Guerra.

Paulatinamente los mexicanos fuimos sumergidos en la vorágine del horror.

La matanza de Creel en la que 13 personas indefensas fueron acribilladas incluido un bebé… las granadas arrojadas contra civiles en la ceremonia del Grito del 15 de septiembre en Morelia… la masacre de 16 jóvenes en Villas de Salvarcar… el infanticidio masivo en la Guardería ABC que se mantiene impune…

Y desde entonces la secuencia imparable, incontenible de escenas de un dolor inenarrable, indecible que ha cubierto a nuestro país.

Y frente a estas escenas que sacuden a la nación, en más de una ocasión preguntamos en nuestra cuenta de twitter @estadofallidomx:

¿Dónde están nuestras voces?  ¿Dónde están nuestras intelectuales?  ¿Dónde están las plumas de quienes se ostentan como “la conciencia” de este país?  

Luego de la masacre de 72 migrantes en San Fernando lleno de estupor, indignación y rabia pregunté: ¿Dónde está el Kundera mexicano?  ¿Dónde?

Mis gritos se encontraron con un muro; el muro del más grotesco, brutal e infame silencio.

Fue entonces cuando lleno de cólera escribí que la gran, la inmensa mayoría de los intelectuales mexicanos son unas putas.

Unas putas que hablan sobre la Cristiada, pero evitan escribir sobre los cientos de jóvenes masacrados en centros de rehabilitación en el norte del país.

Unas putas que condenan la guerra en Afganistán, pero callan frente a la violencia desbordada en la zona caliente de Guerrero.

Unas putas que escriben sobre los indignados de España, la crisis de Grecia, pero ni por equivocación han señalado el encubrimiento que Margarita Zavala ha orquestado para proteger a los culpables del infanticidio masivo ocurrido en la Guardería ABC.

Durante semanas, durante meses esperé la voz de mi otrora admirado Carlos Fuentes.

Aquel Fuentes que condenó a Gustavo Díaz Ordaz y que renunció al Servicio Exterior como una forma de protesta por la masacre de Tlatelolco.

Aquel Fuentes simplemente… calló.

Salvo alguna pequeña declaración, Carlos Fuentes nunca quiso tocar el tema de la Guerra y el genocidio que azota a México.

Nunca leí un artículo de Carlos Fuentes sobre el estado fallido mexicano, la muerte de 60 mil compatriotas o la desaparición de otros 10 mil.

Fueron temas que Fuentes simplemente ignoró y calló.

El mediodía del martes 26 de julio de 2011, con un profundo dolor nos enteramos del asesinato de nuestra compañera periodista Yolanda Ordaz.

Su deceso me causó una profunda y honda consternación.

Esa noche recordé que Carlos Fuentes también calló frente a los asesinatos de decenas de periodistas.

Al día siguiente en mi cuenta de twitter anuncié que no volvería a escribir más.

Ese día entré a mi biblioteca y cargué con todos los libros de Carlos Fuentes. Fui hasta una preparatoria cercana y los obsequié.

No volví a leer nada de Fuentes.

Hace unos días con pesar nos enteramos de su deceso.

Como millones de mexicanos y millones de lectores alrededor del orbe lamentamos la desaparición física de un extraordinario hombre de letras.

Carlos Fuentes dedicó sus últimas balas a señalar a Enrique Peña Nieto. Su juicio fue –sin duda-, certero.

Pero nunca escribió sobre el baño de sangre y la Guerra Perdida en que Calderón sumergió a este país.

Mejor otras voces con resonancia internacional como Joaquín Sabina o Roger Waters levantaron la voz frente a este holocausto mexicano.

Algo que Fuentes nunca hizo.

Ayer por la noche, en mi biblioteca, me percaté del hueco que dejaron sus libros.

Pero también percibí como en mi -aún- pesa más el hueco que dejó su silencio.

@estadofallidomx