El miércoles 8 de julio del año pasado, en el contexto de la visita de Andrés Manuel López Obrador al entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el diario La Jornada publicó en su Rayuela:

“Para la cancillería hay periodistas de primera y de segunda. Ayer, los primeros viajaron con el Presidente y los segundos fueron abandonados en otro vuelo”.

Rayuela, La Jornada

Era un secreto a voces que en la Secretaría de Relaciones Exteriores había periodistas a quienes ha favorecido el equipo del titular de la dependencia, Marcelo Ebrard.

La gran consentida en la SRE ha Isabella González, quien adquirió cierta notoriedad como reportera de Reforma. Es un hecho que ella ha contado con información privilegiada, lo que desde luego ha generaba molestias en otros medios de comunicación.

Por ejemplo, en relación al viaje de AMLO a Washington a mediados de 2020, ella dio a conocer información importante de manera, si no exclusiva, privilegiada, como el anuncio de que en la reunión entre los mandatarios de México y Estados Unidos se acordó trabajar conjuntamente para contar con dotaciones suficientes de vacunas contra el covid. Pero, más allá de eso, se enteró de situaciones irrelevantes, pero informativamente muy atractivas, que solo alguien de importancia en la SRE pudo haberle contado, como lo que desayunó el presidente López Obrador en la residencia de la embajada mexicana, donde pernoctó: “el tabasqueño se levantó a las 6:00 horas de hoy; desayunó huevo revuelto con jamón de pavo y frijoles, y tomó café”.

Desde hace rato, la reportera favorita de la SRE dejó Reforma y empezó a prestar sus servicios en el sitio de internet de Carlos Loret de Mola, Latinus, empresa que parece contar con recursos económicos de sobra para realizar contrataciones en una época en la que prácticamente todos los otros medios sufren para mantener sus plantillas laborales.

Más allá del origen de los recursos de Latinus —el señor Loret no ha sido congruente con lo que predica y, ni hablar, no se ha atrevido a hacer públicos los nombres de los socios de esa empresa—, el hecho es que Isabella González dejó Reforma, pero no perdió sus contactos en la SRE.

Pudo, de esa manera, publicar con cierto detalle el pasado 12 de febrero los contratos que el gobierno de México, a través de la cancillería, firmó con empresas proveedoras de vacunas de Estados Unidos, Reino Unido, China y Rusia.

Eran contratos cuyo contenido el Estado mexicano había decidido mantener en reserva durante cinco años.

De ninguna manera es noticia que el gobierno ordene no hacer públicos contratos que, por su naturaleza, deben ser confidenciales, inclusive por exigencia de las empresas vendedoras.

Por la razón que sea, la 4T pensó que no era conveniente dar a conocer tales convenios.

¿Por qué, entonces, los publicó la señora Isabella González en el sitio de Loret de Mola? Respuesta: porque alguien se los dio.

Desde luego, la periodista hizo lo correcto al difundir información noticiosa. Ella tenía los contratos, redactó un reportaje y metió un buen gol periodístico. Felicidades, Isabella.

Si la divulgación de tales contratos tiene consecuencias negativas para México —y podría tenerlas si se firmaron cláusulas de confidencialidad—, es decir, si por el hecho de que se conocieran los términos de lo negociado con las empresas productoras de vacunas alguna de estas compañías decidiera multar al gobierno mexicano o incumplir con las fechas de entrega, tal situación no será un problema de la periodista.

El problema lo tiene el gobierno de México, inclusive si Pfizer, AstraZeneca, Cansino, etcétera no ejercieran ninguna represalia.

Es un problema serio porque, evidentemente, el presidente López Obrador no está rodeado de personas con cuya discreción pueda contar.

En el pasado, Andrés Manuel tuvo a su lado a gente confiable. Cuando fue jefe de gobierno del entonces Distrito Federal, aunque no se ocultó la información acerca de la construcción del segundo piso del Periférico —obra que coordinó Claudia Sheinbaum—, nadie filtró nada a los medios para que se hiciera un escándalo.

Lo cierto es que el actual equipo de Ebrard no funciona, no al menos en lo relacionado con el necesario silencio que debe guardar la gente que maneja datos delicados.

Hay quienes especulan que la filtración de los contratos de las vacunas no la hizo ninguno de los colaboradores de Ebrard, sino que fue una magistral jugada maquiavélica de Hugo López-Gatell, molesto con el canciller porque este le ha quitado protagonismo en las compras de todo lo relacionado con equipos y medicinas para combatir la pandemia de covid.

Esa teoría dice que Gatell entregó a Isabella González los contratos de las vacunas, consciente de que todo el mundo iba a acusar a Ebrard porque ella ha sido una persona más que cercana a la cancillería.

Personalmente no me convencen las explicaciones excesivamente sofisticadas, como la de atribuir intenciones tan maquiavélicas al jefe de la estrategia contra el covid-19. En este caso, si las cosas se complican porque alguien en el gobierno —Ebrard o Gatell— filtró a la prensa lo que debía permanecer en la confidencialidad, tanto el subsecretario de Salud como el canciller la van a pasar mal.

Ojalá no pase nada, pero el hecho es que el presidente de México no soportaría que las empresas proveedoras de vacunas utilizaran la difusión de los contratos como pretexto para retrasar las entregas.

En fin, creo que aunque no ocurra nada grave por la filtración de los mencionados contratos, Andrés Manuel López Obrador deberá poner orden en su gabinete. No es sano que entre sus colaboradores haya tipos tan chismosos o incapaces de controlar a la gente de más abajo.