¿Era intrascendente?

El color del semáforo en la CDMX “es intrascendente”, dijo el subsecretario Hugo López-Gatell hace exactamente siete días.

Con esa expresión, “intrascendente”, el rockstar de la epidemiología celebró su triunfo político sobre la jefa de gobierno capitalina, Claudia Shienbaum, quien desde hace mucho más de una semana luchaba por convencer a las autoridades federales de la necesidad de llevar el semáforo al color rojo.

La señora Sheinbaum —en mi opinión, y en la de muchos, la persona que en los distintos niveles de gobierno mejor ha enfrentado la pandemia— veía venir el desastre y trató de evitarlo.

Pero…

No podía la jefa de gobierno imponer el rojo solo en la Ciudad de México; habría sido inútil, ya que la enorme región que Claudia gobierna forma parte de una conurbación —con buena parte del Estado de México— simple y sencillamente gigantesca.

Se cerraban las actividades económicas esenciales en la CDMX y en el Edomex al mismo tiempo, o se dejaban las cosas como estaban.

Hugo López-Gatell, el experto en epidemiología que perdió la sensatez por el exceso de reflectores, convenció al presidente Andrés Manuel López Obrador de que no era necesaria una medida tan fuerte.

La gente en la Ciudad de México apoyaba a Sheinbaum y su evidente necesidad de ir al rojo. En una encuesta de SDP Noticias del pasado 6 de diciembre, el 86.4 de los capitalinos estaba de acuerdo en cerrar actividades.

Apoyo al necesario rojo

En Palacio Nacional seguramente tenían los mismos datos —aquí sí, no hay otros que no sean los del brutal crecimiento de hospitalizaciones y muertes—, y ni por la contundencia del apoyo popular cambiaron de opinión.

La grilla que todo lo destruye

Enfermo de poder, Gatell necesitaba demostrar quién manda. Tal vez, si no hubiera estado herido por un regaño que recibió por haberse enfrentado a un maniobrero político superior a él (el canciller Marcelo Ebrard), habría apoyado a Sheinbaum, pero como venia de una derrota en el tema de las vacunas —Ebrard tenia razón, Gatell no—, pensó que no podía darse el lujo de que alguien más le diera lecciones de sentido común epidemiológico, así que en vez de hacer lo correcto, que era lo sugerido por la jefa de gobierno, convenció a AMLO de no permitir el paso al semáforo rojo.

¡¡¡Una eternidad!!!

Por culpa de Gatell hubo un retraso de siete días para llevar al rojo al llamado Valle de México (CDMX y las zonas más pobladas del Edomex). ¿Qué implicó la demora? ¡Hospitalizaciones y muertes! ¡¡¡Demasiadas hospitalizaciones!!! ¡¡¡Demasiadas muertes!!!

Más que lamentable que un experto en epidemiología de la prestigiada Universidad Johns Hopkins no haya sido capaz de entender que 7 días, en una pandemia, es una eternidad. López-Gatell llevará en su conciencia tantas tragedias familiares que habrían sido evitables si se hubieran respetado los criterios de Claudia Sheinbaum.

AMLO puso orden

Por fortuna, el presidente López Obrador, mucho más lúcido que su experto en epidemias, terminó por aceptar que Sheiunbaum tenía razón. Convocó Andrés Manuel al gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, y puso orden. No sé si demasiado tarde —ojalá no—, pero al fin se hizo lo correcto: pararán 23 días las actividades no esenciales en CDMX y Edomex.

Santa y los Reyes como sea llegarán

Estamos en rojo días antes de las fiestas de Navidad y año nuevo. Es decir, antes de que lleguen Santa Clos y los Reyes Magos, que de cualquier forma llegarán, ellos no fallan: nuestros niños tendrán sus regalos —a mí el Santa (los de Monterrey con los Reyes) ya me envió lo que me toca entregar a mis nietos: de mi hijo y mi hija, mi yerno y mi nuera, ya bastante veteranos, ni se acordó el señor del Polo Norte—, así que tendremos una sana reunión de poquitos para entregar regalos, pero sin comer de más, eso sí con la ventaja, que no tienen en Europa o Estados Unidos, de que podremos estar al aire libre en esas trinches cenas de finales de diciembre que personalmente nunca me han gustado, que solo me deprimen o me enojan y que ojalá algún día la ONU prohiba en definitiva.

Seamos prudentes

Tenemos que cuidarnos, por favor. Y es que, como dije en otro escrito, las reuniones no matan, pero sí el maldito virus que ahí se contagia. Así las cosas:

(i) que nuestras reuniones duren como máximo un par de horas,

(ii) que los grupos sean muy pequeños (de menos de diez personas),

(iii) que se celebren en habitaciones ventiladas,

(iv) pero de preferencia al aire libre y, si se puede,

(v) sin comer —o sin los grandiosos banquetes de la vieja normalidad— para no quitarnos el cubrebocas más tiempo del debido, o de plano

(vi) con algunos de los asistentes absteniéndose de cenar para no amontonarse en la mesa y esperar a la familia en el patio o el jardín para dar por concluida la celebración.

Nada de hacerle al libertario empingorotado como los de la fiesta de TV Azteca: