Torcer el tuit de Andrés Manuel López Obrador sobre la detención de Javier Duarte no sólo es mala leche, es vileza. En ningún momento y bajo ninguna circunstancia el presidente de Morena exculpa al ex gobernador de Veracruz. Capturar a Duarte ha sido una aportación en contra de la corrupción y la impunidad, pero eso no cambia, en el fondo, al sistema político mexicano que, como escribió Gabriel Zaid, si bien recuerdo: la corrupción no es parte del sistema, es el sistema mismo.
El sistema, en efecto, no puede purificarse a través de la expiación de Javier Duarte y la represalia ciudadana, en términos religiosos, no libera a la clase política. Inculpar en lo particular sin expiar en lo general, en poco ayuda a la reinvención del PRI en el Gobierno. ¿Contra el ex gobernador de Veracruz sí, pero contra el ex gobernador de Nuevo León no? Si Duarte es el chivo expiatorio, Rodrigo Medina es el chivo “exculpatorio”.
El protagonismo de Andrés Manuel, su paciente impaciencia, lo lleva a tuitear como dar de topes: desgrana a la “mafia del poder” y hace crecer a los enanos, como Miguel Ángel Yunes. Algunos de sus tuits lo dibujan como chivo en cristalería: a veces irascible, otras inestable. Brinca y sus movimientos son caprichosos. El tuit (extendiendo a Huidobro), cuando no da vida, mata. Y eso es pábulo para las torceduras, las distorsiones y los ataques. López Obrador debe de repensar en sus tuits y evocar las Seis propuestas para el próximo milenio de Italo Calvino: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia. Y no olvidar la serenidad, la prudencia. Andrés Manuel sigue arriba, debe escoger a sus contrincantes en Twitter y, sobre todo, no caer en provocaciones.