Fue a Paco Ignacio Taibo II a quien le escuché la historia de Epigmenio González, el primer armero de la revolución social de independencia. Uno de los líderes insurgentes, de los insurrectos o conspiradores de la lucha por la independencia, y del nacimiento de nuestra nación, que no fue reconocido. Después de pasar por encarcelamientos, destierros, maltratos, vejaciones y torturas, don Epigmenio regresó de Filipinas, donde estuvo prisionero, y se presentó en Palacio Nacional, para informar que él había sido uno de los iniciadores de la lucha. Sin embargo, los historiadores oficiales lo dejaron fuera. Le contestaron en palacio que no estaba incluido en la lista oficial de los héroes y, tristemente, le informaron que los padres de la patria ya estaban nombrados por la historia institucionalizada. (1)

Un fenómeno similar sucede con las reconstrucciones históricas que suelen hacer las autoridades en ciertas instituciones de educación superior. Es el caso de algunas facultades de la UNAM. Se incluye lo que les interesa a las y los dirigentes oficiales; se excluye lo que les desnuda. Para muestra un botón.

Durante el 40 aniversario de la Facultad de Estudios Superiores (FES, antes ENEP), Iztacala (celebrado en el 2015), la oficina del archivo histórico del campus solicitó a uno de nuestros compañeros estudiante de las primeras generaciones de la escuela, que preparara una breve tarjeta o ficha informativa en la cual se describieran, de manera resumida, los sucesos ocurridos en 1983, cuando se desarrolló un conflicto entre autoridades y estudiantes, y que derivó en un paro estudiantil de 20 días. De última hora, la oficina del archivo histórico, le informó a nuestro compañero que no sería incluida esa historia, porque “no iba a tono con la historia institucional”.

Pregunto ¿Quién define el “tono institucional” de la historia? ¿La historia de la institución está constituida sólo por las autoridades y sus informes anuales? ¿El resto de la comunidad es invisible? ¿O solamente se trata de dar cifras frías o dar cuenta de los avances logrados, “institucionalmente”, a lo largo de los años, sin considerar los conflictos vividos por la comunidad universitaria a lo largo de la historia?

Ahora que tuve la oportunidad de visitar la Facultad de Estudios Superiores (FES, antes ENEP) Iztacala, en ocasión de la presentación de mi más reciente libro (1 de octubre pasado), nos enteramos que también la persona responsable del archivo histórico de la FESI, en 2015, dejó fuera de la historia oficial, al movimiento de ayudantes de profesor que tuvo lugar en la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP), en 1982. En aquella ocasión, el Dr. Héctor “el Güero” Fernández Varela, presionó y amenazó a las y los ayudantes de profesor, que cumplían esa labor en su condición de recién egresados de los mismos programas académicos de la UNAM, específicamente de la carrera de Psicología, para que se titularan o se quedarían sin trabajo. Las y los jóvenes docentes protestaron de manera enérgica, puesto que no les había dado condiciones académicas adecuadas para cumplir con esas exigencias, e incluso por ello realizaron una huelga de hambre como medida extrema de protesta ante las actitudes autoritarias del director y su equipo.

 

El 6 de julio de 1983, por la tarde, estudiantes de las carreras de Psicología, Biología, principalmente, y algunos compañeros de Odontología y Medicina, decidimos levantar la voz y hacer un alto frente a las actitudes autoritarias y cerradas, encabezadas por el director del campus en ese momento, el finado doctor Sergio Jara del Río. Aunque el motivo inicial de la protesta estaba relacionado con aspectos económicos y asistenciales (contra el aumento del precio de las fotocopias al interior del plantel, por ejemplo), el conflicto se extendió a otros ámbitos, como la reivindicación de derechos universitarios, debido a la falta de atención y diálogo por parte de las autoridades universitarias. (2)

Cabe recordar que la ENEP Iztacala, en ese tiempo, tenía una fama (o mala fama) como el plantel más controlado de la comunidad universitaria y, específicamente, como el menos agitado de entre los planteles multidisciplinarios recién creados, que se ubicaron en distintos puntos de la zona metropolitana de la Ciudad de México y del Estado de México, durante la segunda mitad de los años 70 (recordemos que los planteles que se crearon en esos años, además de Iztacala, fueron las escuelas de Acatlán, Cuautitlán, Aragón y Zaragoza).

No olvidemos que, por aquella época, la mayoría de las escuelas y facultades de la Universidad Nacional se encontraban aún en etapa de post movilización social, después de los recientes acontecimientos de 1968 y 1971 que, como sabemos, estuvieron marcados por la represión hacia estudiantes y profesores universitarios, normalistas y politécnicos, entre otros... Como contexto, hay que señalar que la ENEP Iztacala inició labores en 1975, en la época en que la UNAM era dirigida por el Rector Guillermo Soberón Acevedo. En ese entonces, el primer director, fundador, de la ENEP fue el doctor Héctor “el Güero” Fernández Varela, pediatra, a quien se le atribuía el trofeo de “director firme” ante los conflictos universitarios. Pienso que algo debió haber aprendido de esas lecciones de “mano dura”, el segundo director en la historia de la ENEP, el doctor Jara del Río, quien se desempeñó, antes, como secretario académico de Fernández Varela.

Ese 6 de julio, luego de que solicitamos, mediante escrito (que conservo), a las autoridades universitarias que nos dieran audiencia con la intención de entablar un diálogo, en el Aula Magna, para abordar los problemas más sentidos de la comunidad, recibimos la notificación verbal de que ese espacio estaría cerrado y que no se presentaría ningún representante de las autoridades educativas al diálogo. Así se encendió la mecha: de inmediato los estudiantes organizamos una asamblea en la planta baja del edificio de gobierno (popularmente conocido como “el búnker”), sede de la dirección y de áreas administrativas del plantel, que en ese tiempo solo tenía dos pisos o niveles. Al no recibir respuesta una vez más, frente a la dirección, decidimos tomar las instalaciones e iniciar un paro de labores, a efecto de presionar a las autoridades locales para que atendieran y solucionaran las demandas estudiantiles.

La represión y la intimidación institucionales no se hicieron esperar: A los dos o tres días de iniciado el paro, el H. Tribunal Universitario de la UNAM notificó a un grupo de compañeros estudiantes y, de manera absurda, a algunos docentes que pasaban por el lugar a la hora de la protesta, mediante consignaciones o demandas, para que asistieran a declarar ante dicho Tribunal, pues habían sido señalados como presuntos responsables del conflicto. Más allá de desmoralizar o desmotivar a los estudiantes, ese hecho provocó mayor descontento, y generó más unidad, apoyo y solidaridad entre los miembros de la comunidad: estudiantes, docentes y personal administrativo, lo cual dio lugar a la más grande participación de protesta universitaria nunca vista en la corta vida de la Escuela. Fue una respuesta firme, ejemplar y fraterna de la comunidad. Algo que jamás se habían imaginado que fuera a ocurrir, el director y su equipo de trabajo, y para ser sinceros, ni nosotros tampoco.

Veinte días duró el paro. La solidaridad de los vecinos de la Escuela de inmediato se hizo sentir. Cazuelas de arroz, frijoles, nopales, agua simple en garrafones, tortillas, salsas, pan, café de olla para sostener al movimiento de paristas. Se integró de inmediato la asamblea de docentes y académicos en solidaridad con el paro estudiantil. Los representantes sindicales del STUNAM en Iztacala, así como agremiados, de inmediato mostraron su apoyo incondicional a los estudiantes en protesta. Durante las jornadas nocturnas, y luego de largas asambleas informativas o resolutivas, se escuchaban los cantos, a través de discos de 33 revoluciones, de Óscar Chávez, Violeta Parra, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, los Folkloristas y Amparo Ochoa. Creo que esa ha sido la única vez que he escuchado a la trova cubana por más de 24 horas ininterrumpidas.

Poco antes del levantamiento del paro pacífico de labores, autoridades y estudiantes, con algunos docentes como testigos, llevamos a cabo rondas de diálogo y firma de acuerdos; esto sucedió en las instalaciones de la clínica universitaria, contigua a la ENEP Acatlán. Recuerdo que, durante el movimiento, los dirigentes tuvimos la oportunidad de conversar con algunos líderes estudiantiles de otras escuelas y facultades de la UNAM, esto con la intención de solicitar su solidaridad y apoyo para continuar con la protesta.

Es de especial importancia resaltar que, en la ENEP Iztacala, nuestra justa protesta de 1983 resultó con “saldo blanco”, porque antes y después de esa fecha, los desenlaces de los movimientos populares, estudiantiles y de oposición, generalmente terminaban en actos de represión en su contra, con saldo rojo o negro. En este caso no hubo, por fortuna, ninguna baja. El movimiento estudiantil de ese año en Iztacala logró el cumplimiento de sus principales demandas, e inclusive aportó importantes señalamientos a una serie de situaciones pedagógicos (como tener voz y voto en los diagnósticos y los cambios curriculares en marcha, sobre todo en Psicología); aunque quedaron pendientes algunos temas como la autorización de becas y apoyos para transporte escolar.

Espero que en el siguiente aniversario (año 2020) del quinquenio (¿Por qué a las autoridades les gusta conmemorar a las instituciones cada 5 años?), cuando se cumplan los 45 años de la FES (antes ENEP) Iztacala, los órganos colegiados y el archivo histórico oficial del campus, tomen en cuenta estos momentos significativos de la historia, lo digo como egresado y como parte de la comunidad de la que formamos parte.

Notas:

(1) Epigmenio González es reconocido, sin embargo, en Querétaro, de manera extraña con una calle y con el nombre de una delegación política en la ciudad capital.

(2) Retomo fragmentos de mi artículo: “UNAM Iztacala: 6 de Julio, 1983”, SDP Noticias, 6 de julio, 2018.