El asesinato atroz del afroamericano George Floyd en Minnesota ha puesto nuevamente en el debate público el sempiterno problema del racismo en Estados Unidos; una cuestión que ha sido exacerbada desde la elección de Donald Trump, no a través de acciones del presidente -pues son contrarias a la Ley- sino mediante mensajes políticos antes, durante y después de la campaña presidencial. El denominado Birther Movement, encabezado por Trump durante la presidencia de Barack Obama, buscaba deslegitimar al presidente demócrata bajo el argumento de que éste no había nacido en territorio estadounidense, sino en Kenia, tierra natal del padre del expresidente. El mensaje del movimiento no era otro que sembrar el mensaje de que Obama -mulato- no debía ser presidente de Estados Unidos.

El racismo en ese país hunde sus raíces en la llegada de esclavos procedentes de África en el mercado operado por los imperios coloniales. Una vez en territorio americano, los africanos quedaban sujetos a las leyes del Parlamento británico. Sin embargo, con el desarrollo de la autonomía de las colonias británicas, la esclavitud quedaría regulada por las autoridades locales de cada unas de las colonias. Tras la independencia de los Estados Unidos, los nuevos estados norteamericanos se reservarían las competencias en materia de la gestión de la esclavitud, y evitarían así la intervención del congreso federal y del presidente hasta la Declaración de Emancipación promulgada por Lincoln durante la guerra civil. Al término de la Guerra de Secesión, y tras la promulgación de la Décimotercera Enmienda, la esclavitud fue proscrita en los Estados Unidos.

Sin embargo, no obstante la proscripción constitucional de la esclavitud en todo el territorio estadounidense, los estados del sur -con una marcada tradición esclavista heredada de las colonias británicas como respuesta a las necesidades locales de mano de obra- iniciaron una cruzada para suprimir los derechos de los negros, no más en forma de esclavos, sino a través de la explotación laboral y de su aislamiento de la vida pública. Prueba de ello son las leyes de Jim Crow, las cuales constituyeron el marco fundamental de las acciones de los gobiernos estatales en materia de discrimación racial. De esta forma, los gobiernos estatales manipularon cínicamente la letra de la Constitución federal y obstaculizaron durante un siglo las acciones del Congreso.

La década de los sesenta del siglo XX anticiparía nuevos augurios para el futuro de los afroamericanos. El movimiento de los derechos civiles y políticos, encabezado por Luther King y otros, fue abrazado por el Partido Demócrata, lo que hizo posible la promulgación de leyes federales que anularían la aplicación de la legislación estatal dirigida a apartar a los negros de la vida pública. La Voting Rights Act y la Civil Rights Act son las primeras acciones del Congreso federal dirigidas a desarticular las leyes racistas de los estados del sur.

Desafortunadamente, la presión política ejercida por la mayoría blanca rural en los estados del centro y sur de país hicieron del Partido Republicano el defensor incómodo de las políticas de discriminación. Estas entidades, principal fuerza política para los republicanos en el Colegio Electoral, no han cejado en sus intentos por reivindcar la memoria de la Confederación. Adicionalmente, la profunda polarización ideológica de los partidos políticos se tradujo en la politización de la Suprema Corte, lo que hizo posible que jueces cercanos al Partido Republicanos echasen para abajo disposiciones fundamentales de las leyes de los sesenta.

Al día de hoy, leyes de estados como Alabama y Mississippi exigen a los votantes la tramitación de identificaciones electrónicas como requisito indispensable para el sufragio; procedimientos costosos que no pueden ser sufragados por ciudadanos de escasos recursos o que residen en distritos lejanos, en su mayoría, ciudadanos afroamericanos. Si bien no violan la letra de las leyes federales, sí que contravienen el espíritu de las mismas y de la propia Constitución. El Partido Republicano, ante el crecimiento de minorías que apoyan a los demócratas, ha abrazado a los votantes racistas como medio de supervivencia política.

La muerte de Floyd a manos de policías blancos es el corolario de una problemática congénita que azota a la comunidad negra desde el arribo de los primeros esclavos. La imagen de la fundación de los Estados Unidos por hombres blancos, propietarios y letrados pervive en el imaginario estadounidense. La memoria de los trece estados de la costa atlántica de finales del XVIII parece no ceder ante la realidad de los Estados Unidos del siglo XXI.