Érase una vez un país que no creía en los virus, ni en pandemias, ni en las gotículas, ni en los cubrebocas. Un país repleto de personas devotas a la muerte, en sentido real y en sentido figurado, con muchas otras más devotas a la divinidad misma que salía cada día confiando y criticando: confiando en que no les pasaría, criticando que no podían entrar al supermercado sin protección y la jodida política de no llevar a los niños a las escuelas.

Érase una vez un país en el que las medidas de confinamiento se traducían, ante cada oportunidad, en medidas de recreación:

“No salgas de casa”------ ¡No te puedes perder el Halloween!

“Evita aglomeraciones”----- Eeeen el nombre del cieeeeeelo

“Usa cubrebocas”------ ¡Pero salúdame bien con todo y beso!

“Habrá cierre desde las 10 y ley seca”---- Carnal ¿En tu casa o en la mía?

Un país que todo lo entendía al revés y que, al mismo tiempo, no creía en nada. Un país de peregrinos esperanzados que salen a buscar maíz y regresan teniendo nada, ni olfato. Un país de gángsters y empresarios que de día critican al presidente por no usar cubrebocas mientras que de noche, organizan bodas y fiestas masivas. En el que las facturas del binomio Cocacola-Familia y Sabritas-entresemana se cobraron a los mayores y a bastantes jóvenes. Un país que piensa que la COVID19 es un invento, que pasó por creer en que las rodillas tienen un líquido preciado y que las pandemias son complots de las grandes potencias, uno que dejó en manos de un solo hombre la pandemia, como si cada gobernante pudiera entrar en las casas y poner cubrebocas a cada miembro, como si cada prueba pudiera llegar a la puerta y como si no hubiesen más de 107 mil muertos.

Érase una vez el país que pensó que bastaba con creer para que todo, mágicamente, sucediera y que se olvidó de que sus salidas son horas de cansancio para médicas y médicos; que no pensó en cuantas enfermeras perdieron a alguien de su familia por atenderles y que aún piensan que el gobierno es cruel por no dejarles beber a gusto. Érase un país con multitudes listas y ansiosas de pasar “la Última cena” en sus casas: la de Navidad, a la que de tanto no creer, llegarán sin estar listos para la despedida.

Érase un país de aprobación presidencial a la alza y de tendencia tan positiva, que hasta en las pruebas no disponibles habrían dejado testimonio de tanta positividad. Érase un país que es el peor para morir por COVID y el mejor para contagiarse porque cambió el gobierno pero no cambiaron los gobernados. ¿2 años de transformación? Parece que ni un siglo alcanza.