Atravesando uno de los momentos más críticos para México y en medio de la oportunidad para brindar confianza incentivando las relaciones multilaterales, el Presidente brindó un nacionalista discurso que únicamente tiene comprensión dentro del contexto nacional.
La Cuarta Transformación nunca ha dejado duda de las buenas intenciones que tiene y el legítimo coraje por arrancar las raíces del régimen más corrupto, pero pareciera que continúa sin la capacidad de mirar al frente para dar decisiones de altura ante los retos que se presentan.
En vez de un discurso historicista, las palabras de López Obrador habrían dado sosiego al mundo con la mención de México como uno de los países clave colaboradores en el desarrollo de la vacuna para la COVID19; habría dado también lecciones de cómo sobrellevar una crisis de salud explicando el mecanismo de contención que ha tenido el país; habría logrado dar lección de intervención social hablando de los apoyos desplegados en el país y de cómo es que nuestro sistema social es un ejemplo para América Latina que podría atemperar los estragos de la crisis si es que se replica. Pudo haber dado un mensaje de solidaridad y colaboración; podría haber hablado de la política exterior feminista que es un tema desarrollado con mucho esfuerzo por la subsecretaria Martha Delgado y su equipo; podría haber hablado sobre el papel de Ebrard en las negociaciones sobre la esperada vacuna y principalmente podría haber abierto una puerta de lazos amistosos y empresariales que fuesen clave para la reactivación económica humanitaria, no neoliberal.
En cambio, referencias históricas como el nombre de Mussolini por Juárez resultaron dolorosas: Juárez es mucha pieza para referir a un régimen totalitario que ofende la memoria de víctimas. Las heridas históricas se heredan.
Al final, esta semana consolida dos oportunidades perdidas: la ONU y el garbo para enfrentar la corrupción adentro de la propia administración.
No es la primera renuncia del círculo más convencido por la 4T y el día de hoy, a pesar de las denuncias sobre corrupción al interior del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, el presidente Andrés Manuel López Obrador afirmó que Jaime Cárdenas dejaba el barco por falta de coraje para continuar la transformación, aludiendo miedo y falta de ganas para combatir la corrupción en ese Instituto, cuando en realidad, Cárdenas entregó una renuncia valiente y mesurada que seguramente es el corolario de varios esfuerzos infructuosos por modificar lo que sucedía al interior de ese Instituto.
La oportunidad histórica de ordenar la persecución de quienes hubiesen robado al Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado sigue siendo histórica pero debe asumirla respaldando a quien lo respaldó y persiguiendo a quien lo traicionó. Solo así quedará claro hasta para los funcionarios de la 4T que el combate va en serio y que no son una agencia de repartición entre cuates.
La lucha de David contra Goliat estará en manos de Ernesto Prieto, sucesor de Cárdenas, pero lo será no por la corrupción en si misma sino por el tremendo ego que impide reconocer el error cuando se comete en la casa propia. Cómo sea, la corrupción es todavía el pilar de credibilidad del presidente y el único indicador establecido por él mismo para medir su sexenio. Si falla en ello, habrá detonado el propio movimiento que le costó 20 años construir.