Los conservadores están moralmente derrotados. Lo digo con respeto, no quiero que se entienda como prepotencia o una burla, es lo que estoy percibiendo.”<br>
Andrés Manuel López Obrador
Son tres los elementos, considero yo, que caracterizaron el primer informe de labores del presidente López Obrador:
Soberbia
Excesivamente soberbio es un presidente quien, teniendo el 82% de la población opinando que se trató de un buen mensaje (de acuerdo a la encuesta AMLOVEmetrics del 1 de septiembre) y un 73% de aprobación a su gestión (AMLOVEmetrics, 30 de julio), decide terminar su alocución denostando a sus adversarios.
No importa que diga que es “con respeto”, su forma de referirse a las fuerzas que lo cuestionan es un gesto muy poco democrático. Es señal de que, independientemente del poder que tiene, de la aceptación y de su momento de triunfo, a Andrés Manuel le sigue molestando la existencia de oposición (misma la que se encuentra enclenque o en ruinas).
Habría que insistir en preguntar: ¿cuándo terminará la campaña y comenzará a gobernar para todos?
Opacidad
Hay un retroceso que se observa en materia de rendición de cuentas y de transparencia gubernamental por parte de la presente administración. Exponencial ante un baile de cifras no validadas, cambiantes y que no se pueden comprobar; o, aún peor, de las que se puede probar su falsedad, pero no por ello se dejan de plasmar como ciertas.
¿Cómo puede haber rendición de cuentas si el 90% de las compras realizadas por este gobierno son directas y sin licitación? ¿Cómo hablar de política laboral, si en este año se han sumado 70,000 desempleados —cifras INEGI e IMSS— y el gobierno lo niega? ¿En qué momento dejaremos de reconocernos como país, porque simplemente ya no nos podemos medir?
La forma más fácil de evadir la realidad, de no podernos comparar, es dejar de medir, inventar cifras y ocultar datos.
División
En México, y el primer informe de gobierno en ese sentido no fue la excepción, hemos llegado al punto en el que los segmentos ideológicos pueden desconectarse totalmente de las opiniones opuestas, al grado de “escuchar” solo a quienes comparten la propia.
Algo así como si, compartiendo la misma geografía, dos tribus hablaran en frecuencias sonoras que la comunidad rival es físicamente incapaz de percibir. Los “otros” ya no nos escuchan. Ni siquiera a quienes deseamos o necesitamos hablar con ellos, por más que intentamos usar su frecuencia sonora (lenguaje ajeno).
El mensaje dado por el presidente López Obrador me recuerda justamente lo que conozco de las épocas antiguas en que los foros eran las iglesias y la gente escogía a cuál asistir y a cuál ignorar.
No dejo de pensar que, mucho antes, las conversaciones se retroalimentaban, pero al dejar de escuchar a “vecinos de distinta fe”, invariablemente llevaba a una división social sin retorno.