La primera vez que vine caminaba al azar por Caracas, me perdía, daba vueltas por ahí para tratar de llegar a la dictadura que tanto se mencionaba desde aquel agosto de 2004.

En ese entonces, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, iba a enfrentar un referéndum revocatorio de su mandato y en la televisión y en los periódicos, se le criticaba día y noche, como nunca he visto que se critique a un presidente en México en los principales medios de comunicación. Recuerdo que en pleno programa televisivo estelar un analista dijo como si nada que el mandatario era un tarado y necesitaba ser examinado psiquiátricamente.

Por las calles, uno encontraba por igual muestras de apoyo como denostaciones contra el gobierno chavista. Algunos de los empresarios opositores que habían participado en un golpe de Estado propinado un par de años atrás estaban en libertad y pude entrevistarlos como sin nada en cafeterías bulliciosas.

Ahora que vuelvo -justo por la denuncia de un nuevo Golpe de Estado- no puedo caminar al azar ni perderme por Caracas, ya que este martes 4 de abril se realizan dos marchas y la ciudad prácticamente ha sido sitiada. Tardé más de dos horas para llegar del aeropuerto de Simón Bolívar y lo único que hallé fue un retén policial tras otro, así como algunas pequeñas nubes de gas lacrimógeno que me devolvieron a Oaxaca y Guerrero.

Las dos marchas, tanto de simpatizantes como de opositores del gobierno, tenían como destino la sede de la Asamblea Nacional, donde los diputados iban a sesionar y acordar la destitución de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, quienes a su vez, unos días atrás habían emitido una sentencia condenatoria a los legisladores, en su mayoría de Oposición. Al final ninguna de las marchas llegó y el “Contragolpe” del Poder Legislativo al Judicial tuvo que ser pospuesto.

En estos días, la Oposición parece haber implementado una operación de tierra arrasada para socavar al gobierno del presidente Nicolás Maduro, quien este martes –y parece que todos los días- se ostenta públicamente como el hijo de Chávez, para tratar de conseguir una gobernabilidad rota sobre todo por los problemas económicos. Sin embargo, la marcha de este martes terminó siendo un acto más del antichavismo rutinario.

Hasta ahora, al igual que la primera vez que vine, la figura presidencial venezolana no parece la de un dictador en el sentido de que por las calles y en los medios de comunicación, se ejerce una crítica tremenda hacia él. Por la radio del automóvil oí como la Conferencia Episcopal -el máximo órgano de la Iglesia en Venezuela- llamaba abiertamente a la desobediencia civil. Incluso, paseé por la ciudad con un ejemplar de la revista Semana de Colombia que tenía en la portada una imagen de Maduro y la palabra Dictador.

Sin embargo, el encarcelamiento del líder opositor, Leopoldo López, así como la salida del aire de CNN en Español, son muestras de varias acciones autoritarias que se le reclaman al heredero de Chávez, tanto a nivel nacional como internacional.

El conflicto reciente de Venezuela tiene como origen un problema económico. Para tratar de salir de la crisis que enfrenta, el gobierno de Maduro debe establecer diversos contratos petroleros y mineros con empresas trasnacionales -sobre todo rusas-. Sin embargo, la Asamblea Nacional, controlada por la Oposición, no le autoriza estas operaciones que darían un respiro económico a su administración. Los chavistas alegan que se trata de un boicot deliberado mientras que los opositores explican que es el procedimiento normal en una democracia.

En 2002 Chávez trató de tomar el control de PDVSA, la empresa petrolera nacional que durante años fue una especie de gobierno en la sombra, con el que los presidentes en turno tenían que negociar y pactar para tener gobernabilidad. En respuesta, hubo una huelga que puso en crisis su administración. Chávez ganó aquella batalla económica despidiendo a cerca de 18 mil trabajadores y gastando cerca de 7 billones de dólares. Hoy, en medio de la hiperinflación que padecen los venezolanos, la gasolina sigue costando una bicoca.

A partir de ese 2002 en el que Chávez sobrevivió también a un Golpe de Estado, su equipo -incluido Maduro- ha tratado de construir institucionalidad con base a una visión política que se inspira lo mismo en Lenin que en Jesucristo. No se trataba de una tarea fácil en un país conocido antes del Chavismo como la Venezuela Saudita, por el despilfarro económico que predominaba en las clases altas que se daban vida de jeques, a la par del enorme rezago de las clases marginadas. Sin embargo, en cuestiones de atención social, el chavismo hizo que Venezuela avanzara muchísimo, sobre todo con la ayuda de especialistas de Cuba que llegaron a apuntalar diversos programas llamados Misiones. El inconveniente es que durante ese proceso no se apuntaló una economía sólida.

Además, pese a sus esfuerzos para superar esta situación, Maduro no despierta la misma pasión política que Chávez, a quien recuerdo haber visto en el Palacio Presidencial de Miraflores dando un discurso en la madrugada, tras ganar aquel referendo revocatorio de agosto de 2004. Chávez estaba en el ‘balcón del pueblo’. La gente había esperado siete horas para escucharlo. Lo primero que dijo aquella vez fue: “Quiero decirles que tengamos todos la certeza, como dijo el poeta Walt Whitman, de que aquí estamos nosotros y este misterio”. Chávez habló y habló y habló hasta que amaneció.

Y aquel misterio sigue rondando Caracas.