Necesitaban verse lo antes posible para poder manejar el desastre que querían empezar a dejar atrás. Estaban confundidos y cansados, lo único que querían era verse. Los amantes, cómplices en muchas mentiras, creían que todo estaría mejor cuando estuvieran juntos. Roberto estaba listo y perfumado cuando llegó al parque, lugar de origen de su aventura, a las nueve de la noche. La experiencia le daba la seguridad de que para cuando llegara Berta no habría ni un alma sobre el pavimento.
La esperó con un libro y una lámpara en mano, el alumbrado público dejaba mucho qué desear por esas partes. Esa era la razón de las numerosas barbaridades que habían ocurrido en ese pedazo de tierra medio verde. Ella apareció hasta la una de la mañana, mucho más tarde de lo que habían acordado. Berta sólo portaba un ligero suéter para protegerla de la fría madrugada. Estaba temblando.
—¿Qué te pasó? Pensé que llegarías después de que se acabara tu clase.
—Ingrid me fue a buscar a la clase. Fue horrible: me gritó, estaba llorando… Ya no quiero pensar.
—Perdón por todo, es mi culpa. Debí de haberle dicho antes.
—¿Antes de conocerme o qué? —rió Berta—No sé qué vamos a hacer ahora. Me quedé con solo el trabajo de la Universidad: ya no tengo nada. Es como si los últimos diez años de mi vida no hubieran existido.
—Yo todavía tengo mi auto, podríamos ir a donde queramos.
—Está lleno de libros.
—Pues los vendemos y ya.
—Sería más productivo regalarlos, ¿no?
—Sería más productivo irnos de aquí, cueste lo que cueste. Todos saben, se la pasan vigilándonos, los he visto en las cenas, nada más observando, esperando el momento en el que se nos pase algo para descubrirnos. Vamos con mi Tío Daniel, el que vive en León; a él le caíste muy bien.
—¿Y a los demás no?
—Bertita, no inventes cosas —dijo Roberto, mientras le pellizcaba la mejilla derecha—. Vas a acabar como Ray.
—Pobre Ray —ella empezó a llorar y a temblar aún más fuerte—. Nunca quise hacerle daño, ni a él ni a nadie.
Ya en León buscaron una casa para vivir en una colonia llena de gente que no supiera ni le interesara el pasado de la pareja. Berta tardó en dejar de llorar por Ray, y señala ese hecho como causa del nivel de indiferencia que, gradualmente, empezó a incrementar e invadir a Roberto. Él con su trabajo y eterno bienestar, regresaba a su casa para intentar disfrutar de una vida en pareja. Sin tener a quién herir, la pareja había llegado a una normalidad. No se parecía a las fantasías que habían soñado cuando se estaban escondiendo pero su cosecha había dado frutos valiosos que todavía no estaban seguros de cómo disfrutar.
Poco a poco, con la ayuda del tiempo, encontraron su felicidad: forjando nuevos caminos, nuevos parques, diferentes amigos. A veces, en las noches de insomnio compartido, gustaban de extrañar los libros que con hastío habían dejado atrás, aquellos que fueron vendidos, regalados u olvidados, como secuelas de su amorío. Hablaban de las portadas, ediciones y, a veces, de las historias escritas que ya no recordaban.
*La autora es estudiante de economía en la Universidad Regiomontana.