No sólo los personajes históricos están envueltos de mitos grandilocuentes y halos de pureza, también a los personajes públicos y famosos del momento los idealizamos y creemos que muchos se acercan a la perfección. Para bajarlos del pedestal en que los tenemos, algunos escritores o académicos han trabajado el tema y escrito novelas y ensayos o realizado obras o espectáculos artísticos.

Un buen ejemplo que ahora recuerdo fue, es la novela de Gabriel García Márquez sobre Simón Bolívar, El general en su laberinto, que tanta controversia causó en su momento. Al respecto, Wikipedia señala lo siguiente: “Muchas prominentes figuras latinoamericanas creían que la novela dañaba la reputación de uno de los personajes históricos más importantes de la región y presentaba una imagen negativa al mundo exterior. Otros vieron El general en su laberinto como un bálsamo para la cultura latinoamericana y un reto hacia la región para que se enfrentara a sus problemas.”

Aunque el Gabo no haya sido un precursor de estos procesos de desmitificación, lo cierto es que cada vez con mayor frecuencia aparecen libros que tratan de hacernos ver que los personajes famosos son o fueron tan humanos, tan miserablemente humanos como uno mismo, como cualquier otro hombre o mujer que crece, se desarrolla y muere con tantas virtudes como defectos. Ahí están también los exitosos libros de Francisco Martín Moreno, sobre los mitos de México, particularmente de sus personajes históricos.

Pero igualmente han surgido libros y procesos de reivindicación de personajes históricos que, a decir de algunos, la historia oficial había oscurecido. Es el caso en estos momentos de Porfirio Díaz, polémica que ha involucrado a una gama muy amplia de políticos e historiadores. En este tenor, cabe agarrar partido por aquellos que cuestionan la historia oficial e intentan promover una “visión de los vencidos”, porque eso fue Porfirio Díaz al final de sus días, terminó siendo el villano de la Revolución mexicana.

El caso es que si algo tenemos que agradecer a las redes sociales es que se han convertido en un excelente desmitificador de personajes públicos, políticos, intelectuales, artistas, incluso científicos que han optado por estos medios de comunicación electrónica. Mucho tiempo leímos o supimos de escritores o artistas a través de sus libros y creaciones, ahora tenemos Facebook o Twitter para saber más de estos personajes, cuando usan estos medios electrónicos, y pasa lo que tenía que pasar, que son tan comunes y corrientes, tan ordinarios, tan llenos de defectos y antivalores como cualquier otro ser humano que habita este planeta.

Aunque los ejemplos abundan, uno reciente lo representa el expresidente Felipe Calderón en sus “ataques” al beligerante político de izquierda Gerardo Fernández Noroña. Sus comentarios en Twitter, tan llenos de lugares comunes, están muy, pero muy lejos, de ser opiniones de un hombre de Estado, de expresarse como un estadista. Al contrario, se muestra como un personaje tan ordinario, tan cerril, perteneciente a esa “legión de idiotas” que habitan las redes sociales, para decirlo como Umberto Eco. No esperaba más de este personaje que ya antes se había revelado como un delincuente confeso al declarar que había ganado la elección “haiga sido como haiga sido”.